Cuento: Me enamoré de mi estudiante


cuantogato
Imagen sacada de Internet http://cuantogato.com/ febrero 2013

Dos gotas de sudor delatan mi debilidad ante la tentación. Ardo en un duelo de tempestades. Mido fuerzas en la espera de la seducción. Kailee vuelve a insistir con la mirada. Quizás está perdiendo el talento para disimular. Sus pupilas se apoderan de mi atención. Por primera vez siento curiosidad de saber cuál va a ser el próximo paso. Se sienta en el mismo medio del salón para ser el centro de mi universo. Entre fórmulas matemáticas, teoremas y gráficas, las coordenadas me detienen en el punto de intersección: su vagina. ¿Serán las hormonas que me sacan a flote tanto erotismo?

Me asusta el pensamiento de ceder ante esta pasión. ¿Qué pensarán mis hijos?  ¿Y  mis compañeros de facultad en esta prestigiosa universidad? Siempre haciendo alardes de mi seriedad y carisma y ahora anido en la vorágine. Una lágrima imaginaria abriga mis dudas. Kailee sigue en alerta emboscando a la menor provocación. Es un silencio que fascina, enloquece, es una excitación perturbadora. El olor delicioso a virginidad es tan dulce que lastima. Me desconcentra. Algunos de mis discípulos me envían la señal que estoy en las nubes. Todos los sentidos se alborotan ante los visos de la culpabilidad que nuevamente se aproxima.

¿Por qué debo reprimir este deseo?  Reflexiono. Si no respondo al llamado de la tentación sé que me voy a arrepentir. A saber con quién luego me desquite y sufra las consecuencias. Basta de huir de mi propia naturaleza.

La clase continúa y enciendo el proyector. Apago la luz e involuntariamente miro entre los claros que permiten ver en la oscuridad. Su lenguaje corporal grita que la bese. Me ahoga el buche de saliva al observar los matices que  provoca su pronunciado escote. Es hora de comer la fruta que deslumbra en la cima del árbol antes que alguien más valiente tome ventaja.

Los silencios de mi locura son despertados por la algarabía de los estudiantes al salir en estampida. Ella sigue allí, sentada, dejando que todos abandonen el salón, inmóvil en una obscenidad transparente. En el salón casi vacío busca con preocupación algo en su cartera, y levanta la cabeza un tanto alarmada.

—No encuentro las llaves del carro. ¿En dónde las habré perdido?

Me ofrezco llevarla a su casa; ella luce decidida a continuar el juego. Por mi parte, los nervios, mis cadenas, atacan mi sexo. La frescura que brota de sus pechos inunda el vehículo con una rapidez asombrosa. El aroma inconfundible de su fragancia neutraliza el olor a nuevo de los asientos.

Llegamos y bajamos con paso acelerado. Subimos al ascensor. Entramos en el apartamento. Las paredes, las cortinas, las alfombras, presagian nuestro plan. La habitación respira familiaridad. Palpamos nuestros rostros sin cruzar las miradas. Nos zambullimos a las profundidades de la excitación entre torrentes de saliva. Y sin transcurrir un minuto estamos las dos completamente desnudas. Su cuerpo joven, sin una cicatriz, sus senos rabiosos contrastan en demasía con los míos. Pero no tengo vergüenza. Solo hay lugar para la satisfacción de nuestros cuerpos; uno fresco, el otro mutilado. Nunca pensé atreverme a repetir esta fantasía que me acorrala desde mi nacimiento. Espero no arrepentirme. No me importa lo que piensen los demás. Ni siquiera el abusador de mi exmarido cuyo recuerdo todavía lacera mi orgullo. Desvanezco momentáneamente su figura borrosa y me derramo como una amiba sobre la epidermis de esta mujer-paraíso.

Nuestros sudores y savias se confunden, se traslapan, se evaporan. Los estambres rosados aún erectos, danzan y vibran con más intensidad que cientos de tambores medievales. Cesa de rechinar el sofá púrpura. El silencio golpea el reflejo de nuestra sombra en la pared. Ella cubre la silueta con su ropa interior aunque sigue desnuda en mi mente. Esta gula por ella es insaciable.

Apenas pasada una hora nos asusta el ruido del intercom. Es la madre de Kailee que ha venido a visitar de sorpresa. Estamos vestidas y calmadas. Los nervios dominan mi presión arterial. La fortuna no da tiempo para protegerme. A minutos de cometer el segundo desliz y ya estoy al borde del precipicio. Ella acaricia mi cabello, calmada susurra abrazándome por la espalda: “No temas, solo es mi madre, y ella sabe quién soy”.  Un beso solidario en la mejilla aplaca el miedo. Decido quedarme en el balcón con la vista espectacular de un veinteavo piso. Permanezco en total penitencia.

Abre la puerta. Abraza a su madre. La distancia que nos separa desaparece. Enmudezco, mi palidez es obvia. Es Margot, ex compañera universitaria, primera y hasta ayer mi única experiencia lésbica. Mira perpleja, se acerca molesta y señalando con su mano el barandal grita: “Saltas, o te mueres”.

Elijo morir.

6 comentarios sobre “Cuento: Me enamoré de mi estudiante

    1. Gracias amigo por tus cumplidos. No es fácil atreverse a escribir de temas que aún en nuestro siglo, en especial, en mi islita son censurados. Amo la diversidad, me encanta compartir con gente que piensa distinto a mí. Respeto las preferencias de cada ser humano, y tampoco permito que se metan en mi forma de disfrutar mi vida. Ojalá que los seres humanos aprendieran a vivir en verdadera comunidad con los demás. La vida es tan breve y complicada que no me da tiempo para estar pendiente ni juzgar las acciones de los otros. Un abrazo amigo!

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