La cooperante (VI)


Nota del autor:
‘La cooperante’ es un relato que inicié con la idea de que sería breve: una entrada o dos a lo sumo. Pero a medida que iba escribiendo la trama se me iba haciendo cada vez más compleja, de manera que llegados a este punto no puedo atisbar el final. Seguiré escribiendo, pues, y aportando con la mayor frecuencia que me sea posible las siguientes entregras. Para los que no hayáis seguido la serie os recomiendo empezar por la primera y continuar con las sucesivas (II, III, IV y V). Os dejo con el sexto capítulo de ‘La cooperante’. Que lo disfrutéis.

Aquella noche el presidente había decidido apagar el móvil. Quería tener la seguridad de que dormiría al menos ocho horas del tirón. Cuando se despertó y lo encendió, pasadas las 8.30, tenía 157 llamadas perdidas y 234 sms por leer. Todos sus ministros (menos el de Defensa) y los altos cargos que tenían acceso al grupo de whatsapp del ejecutivo lo habían bombardeado a mensajes, y 548 nuevos e-mails esperaban respuesta… “¿Pero es que ha llegado el fin del mundo?”

No había empezado a pensar aún por dónde comenzar (sólo la idea le provocaba un intenso dolor de cabeza) cuando irrumpió en la habitación su mujer con aspecto de haber corroborado que, efectivamente, el fin del mundo era inevitable…

—¡¡¡Mariano!!! ¡¿Se puede saber qué coño haces aquí todavía?!

Lo único que se le ocurrió responder fue la verdad, cosa no muy habitual en él, dicho sea de paso:

—Me he dormido…

Su esposa le plantó en los morros un iPad en el que estaba en curso la reproducción de un vídeo de Youtube que en las escasas dos horas que llevaba colgado acumulaba la nada despreciable cantidad de 1,5 millones de visitas. Un vídeo que dejaba en una ridícula nimiedad aquél de los hilillos de plastilina o el de la niña de “los chuches”.

—Quiero hablar con el señor Youtube.

No pudo evitarlo. Sabía que su marido nunca había sido brillante, pero su capacidad para resistir, para no verse afectado por nada ni nadie, era muy loable. Ella lo apreciaba por ello. No en vano le había proporcionado una vida muy cómoda. Pero acababa de ver un vídeo en el que su ministro de Defensa lo mencionaba como líder de una operación que, entre otras tonterías, incluía el secuestro de una ciudadana española, el intento de asesinato de esa misma ciudadana, tráfico de armas y el desfalco de cien millones de dólares, y lo único que se le ocurría era aquella subnormalidad… Así que no pudo evitar estamparle el iPad en la cabeza. Ya pediría a su secretaria que le proporcionaran uno nuevo.

……………………………………………

El ministro Defensa, bueno, aunque no oficialmente, podía considerarse ya como ex ministro… la verdad es que le importaba más bien poco. Su mayor preocupación en aquel momento era conseguir salir del país sin ser reconocido. El hecho de que aquel maldito vídeo hubiese sido grabado de forma ilegal, mediante una cámara oculta, ya no tenía la menor trascendencia. No iba a perder tiempo y energías en defender su “inocencia”. Estaban todos de mierda hasta el cuello, él el que más, así que nada más ver el vídeo sacó de la caja fuerte los códigos de la cuenta del banco de las Caimán y 15.000 euros en efectivo, y salió por piernas hacia la base de Torrejón de Ardoz. Había un par de altos cargos del ejército que le debían algunos favorcillos y era el momento de cobrárselos. Sin duda que todos lo responsabilizarían de la operación a él en exclusiva y tratarían de atraparlo, pero no pensaba ponerlo nada fácil. Además, seguro que había más vídeos comprometedores para otros miembros del gobierno… De buena gana estrangularía al desgraciado de Ruipérez con sus propias manos.

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Que quisieran eliminar a la joven no le importaba lo más mínimo, salvo por el hecho de que le habían hecho desperdiciar recursos y tiempo en atraparla… Lo fundamental de la operación ya lo conocía. No iba a olvidar jamás que hubieran pretendido tomarle el pelo de aquella forma tan burda. Pero ver a aquella cucaracha jactándose de ello lo hizo enfurecer hasta límites que no creía posibles. Al ver a aquel gusano reírse a carcajadas a su costa el portátil voló por los aires y se hizo añicos contra la pared. A continuación, pulsó una tecla en el móvil y esperó la respuesta de su hombre de máxima confianza:

—Acelerad la operación. Los quiero muertos a todos… Espera, no. A esa lombriz podrida del ministro de Defensa me la traéis viva. Quiero encargarme personalmente de él.

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Negarlo todo. La instrucción era clara. De hecho, era la única indicación que había conseguido arrancarle al presidente.

—Es todo mentira. Un montaje. Así que tú lo niegas todo. Si preguntan por mí, estoy reunido… No, mejor: lees el comunicado y no admitimos preguntas. Así ganamos tiemp
—Pero…
—Ni peros ni gaitas. Estoy reunido y es todo mentira. No hay nada más que hablar.
—Lo que tú digas, presidente.

Sorayita (así la llamaban los amigos) estaba acostumbrada a torear a los periodistas, pero en aquella ocasión iba a tener que emplearse a fondo para contener su indignación cuando supieran que no iban a poder preguntar nada. Entró en la sala de prensa con la mejor de sus sonrisas, luciendo un esplendoroso nuevo peinado, y tomó asiento. Una vez más el marrón se lo comía ella, pero era lo que tocaba. Comerse los marrones del gobierno iba con el cargo de vicepresidenta portavoz. Era un punto intermedio necesario en el camino hacia el puesto que realmente merecía… ¿Y si Mariano realmente había dado un paso en falso?

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Robredo no era el mejor agente secreto español por casualidad. Una sólida carrera de éxitos avalaba su trayectoria intachable. Conocía todos los trucos de la profesión y, en caso de existir una clasificación mundial de los espías más precavidos, sin duda que estaría entre los tres primeros, junto al surcoreano Sun-Ho y al israelí Burstein. Los yanquis tenían mucha fama, pero a la hora de la verdad en general eran unos fanfarrones. Teniendo en cuenta los precedentes no sorprende que hubiera sido capaz de llegar al palacio del Conseguidor sin más dificultad que la de soportar el dolor de las magulladuras y arañazos. La herida de la cabeza le molestaba especialmente. Sin duda, colocar un radiotransmisor en la planta del pie de la joven había sido una buena idea. Llevaba dos más: uno en el bolsillo del pantalón y el otro enganchado en la parte interior del lóbulo de la oreja izquierda. Ésos los habrían localizado fácilmente y destruido. Pero no habían buscado con la profesionalidad necesaria, pues el de la planta del pie continuaba emitiendo señales.

Lo difícil llegaba ahora… ¿Cómo entrar en aquella fortaleza sin ser descubierto? Ni aun contando con la ayuda de Michel (que por fin había dado señales de vida) y su equipo tenía garantías de éxito. Sin embargo, no tuvieron que esperar mucho para obtener una respuesta: no haría falta que entraran.

Dos coches completamente negros salieron del recinto del palacio. La señal del radiotransmisor no dejaba lugar a dudas: Laia iba en uno de ellos.

Continuará…

10 comentarios sobre “La cooperante (VI)

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