Este es el primero de cuatro relatos que titulé «Visiones en Valladolid», cada uno independiente del resto. La primera entrega la escribí en la capital castellana a mediados del año 2001, es toda vuestra si tenéis un rato y os animáis a llegar hasta el final. Un saludo a todo el reverso desde el más oscuro frenopático.
–
Las agujas marcan ahora las 3:07 de la madrugada. Otra vez una luz de la luna sobre un pedazo de papel y el murmullo del bolígrafo, sólo mi sombra y una araña en la pared. Antes compartía piso con el maldito conejo blanco y resucitaba al tercer café en las mazmorras de un inmenso reloj de doce plantas (en el sótano). La salida siempre rezaba: sólo personal autorizado. De algún modo burlé al guardia, acurrucado entre un retrete y el rincón, se quedó todo a oscuras y pude ver una luz al final del agujero. Otra vez la misma mierda, más de lo mismo y yo lo sabía, pero me zambullí sin pensarlo. Cuando llegué al otro lado supe que Dios no había esculpido al primer hombre de arcilla. Aún recuerdo el pánico y las nauseas, muchas horas dando tumbos entre mil obstáculos, con excrementos hasta en las orejas. La luna no estaba. Luego siempre esta asquerosa habitación.
Algún tiempo después le insinué al doctor Castillo que deseaba que todo terminara, me dijo <<…nunca termina, nunca. Para nadie>>. Y me preguntó si acaso creía en la vida después de la muerte. Le dije <<…hasta decir nunca más, todos los días>>. Aquella misma noche salté por la ventana, soñé en el aire que me salían las alas directo contra el suelo, me llevaron a algún otro hospital con las mismas paredes blancas, siempre estas mismas sábanas y una puerta cerrada, en alguna parte las rejas de una ventana y a mi lado una mesilla de compartida. Algunos huesos me quedaron intactos tras la caída pero una enfermera me rompió el corazón, no hubo piedad ni suerte ninguna. De regreso en el frenopático ella lo era todo para mí y yo me sentía aún más pequeño. La apatía y desidia supuso algún cambio significativo en mi estado por lo visto y en mi tercera y última evasión el doctor Castillo se despidió de mí personalmente y en el portón de entrada. Me dijo que deseaba no volverme a ver y que había llamado a un taxi para que viniera a recogerme. Mis pasos me trajeron hasta Valladolid, a este séptimo piso de un bloque sin ascensor, con un balcón estrechísimo sobre una callejuela. Se me ocurre que estoy en la torre de Juana la loca en Tordesillas mientras anoto estas líneas para nadie impregnado en orfidal, en la misma sempiterna habitación donde elegí ocultarme hace tanto tiempo y sin más salidas que las invisibles. Afuera nada.
A veces dejo de escribir y deambulo por la casa, la mirada perdida en esta conversación virtual que mantengo contigo. Me he acordado de ella hace un momento y casi puedo verla a mi lado escuchando con atención mi monólogo, yo le explico: <<…nadie ha sabido decirme qué le pasó al acensor. Qué siniestro ese hueco inútil alrededor del cual gira la escalera>>. Me sirvo una cerveza y decido que voy a tomar un baño, apago por inercia cada luz en mi camino, queda a oscuras la cocina sucia, en tinieblas la sala de estar abandonada, cruje el suelo del pasillo vacío antes de echar el pestillo a la puerta sonámbulo. La luz del baño es amarilla, abro el agua caliente y me desnudo con el rabillo del ojo evitando al espejo. Le doy un par de tragos a mi cerveza mientras el chorro pega contra la bañera, el sonido se hace poco a poco más débil. El vapor me envuelve como un hada amiga, incluso empaña mi reflejo y ya no tengo que evitar su imagen, enciendo un cigarrillo.
El primer pie en el agua, está muy caliente y me gusta. Me siento allí adentro y apoyo la espalda relajado, escruto un instante hacia la puerta (a menudo me asustan escenas y sonidos que están sólo en mi cabeza), entonces me fijo en el pestillo echado y suspiro idiota e inocente. Me dejo caer hacia atrás, me sumerjo boca arriba y abro los ojos bajo el agua desconfiado, me invento un rostro que se asoma en la superficie desde el pie de la bañera. Al volver a asomar la cabeza miro de nuevo hacia la puerta con estrés, nada ha cambiado afuera. Más tranquilo regreso a perderme definitivamente allí abajo arropado por la confortabilidad de la temperatura del agua. Un golpe en alguna parte me pasa casi inadvertido, al momento escucho más golpes y me incorporo y cierro el grifo por tratar de averiguar la procedencia de ruidos tan cercanos. De pronto son tres golpes, vuelven a llamar a la puerta de mi cuarto de baño.
La llave de la calle está echada, ni siquiera alguien que tuviera las llaves podría entrar, y sin embargo alguien está llamando desde el pasillo. Tras la puerta se arrastran unos pies sibilinos.
-¿Quién anda ahí? –pregunto en voz alta.
De nuevo son tres golpes. El miedo es un tumor en mi estómago, está helado y se extiende rápido por el resto de mi cuerpo. Aún sigo inmóvil, aquí encogido en la bañera mirando hacia el pestillo y el picaporte.
-¿Quién eres? ¿Cómo has entrado? –el motor de un automóvil en la calle hace retumbar los muros y el agua a mi alrededor, vibra el cristal de la pequeña ventana arriba a mi espalda, luego el vehículo está demasiado lejos.
Se me escapa una sonrisa nerviosa y le quito involuntariamente el tapón a la bañera al empujar la cadenita con el pie. Mientras se escurre todo cañerías abajo escucho el inodoro de algún vecino y como éste cierra la tapa del váter, se lava las manos y cierra la puerta al salir. Y yo paralizado, agazapado en la bañera desnudo, mojado y ridículo. Al fin me levanto dispuesto a vestirme y salir de allí, << …han sido las viejas vigas de la casa al dilatarse o contraerse, ¿por qué cierro esta puerta si no hay nadie en casa? >> al momento escucho una voz que me ruega:
-Abre la puerta, por favor.
Me dejo caer al suelo por no resbalar descalzo sobre el azulejo. Estoy aterrado, anulado absolutamente, busco las palabras adecuadas y pero no sale nada. La garganta seca. Sin duda es una mujer joven tras la puerta.
-¡¿Qué quieres?! –acierto a preguntar. -¡Fuera de mi casa!.
-Abre la puerta, por favor –repite con igual tristeza que antes.
Un escalofrío me ha nublado la vista unos segundos o quizá la bombilla del techo ha querido apagarse un momento. Aunque el silencio es insoportable permanezco a la espera sin abrir la boca, << …quizá sea sólo una pesadilla>>, en realidad su voz sonaba suave y bonita, medito <<…es alguna chica preciosa que me añora>> y cierro los ojos pretendiendo huir desde mi inconsciente hasta algún otro lugar.
-Abre la puerta, por favor –insiste ella una vez más, y parece cansada.
Con las rodillas temblorosas me yergo un poco, agarro el pantalón inseguro y, apoyado al toallero con la otra mano, me detengo cuando escucho aún más fuerte, en esta ocasión amenazante:
-¡Abre la puerta, por favor! ¡Abre la puerta! –además distingo sollozos, su respiración entrecortada, me pongo los pantalones y la camiseta y descubro que dejé las botas en el dormitorio. Me contemplo en el espejo enclenque y empapado y sólo puedo llorar mientras me estremezco de pies a cabeza y escucho su jadeo desquiciante. Me siento completamente indefenso.
-¡Márchate! ¡Déjame en paz! -exclamo. -¡No quiero nada contigo!.
Unos pasos en el piso de arriba me hacen dudar de la procedencia de sus gimoteos, ella se marcha a alguna otra parte donde ya no puedo escucharla. Me acerco a la puerta sin hacer un ruido y me esfuerzo en oír alguna cosa, mis dedos sobre el pestillo dispuesto a enfrentarme a una ilusión.
-¿Estás sola ahí afuera? –le grito a la puerta.
Ante la duda busco alguna arma a mi alrededor. Se me ocurre que no puedo dejar los calzoncillos en el suelo y los escondo en el primer cajón a mano ( una tontería), me pongo los calcetines y vuelvo a la puerta blandiendo el botellín. Aprieto los dientes. Me dispongo a salir al pasillo. Me cuesta reunir el valor pero por fin salgo de allí dispuesto a encontrar la muerte, con una mueca en el rostro y gritando, recorro la casa angustiado buscando a aquella extraña mujer. La puerta de la calle sigue cerrada y con la llave puesta y no hay nadie por ninguna parte. Ahora todas las luces están encendidas. Ante mis ojos la ruina de mis últimos días y la soledad amontonadas.
Se asoma una luz por la ventana, otro día que empieza. Hasta qué punto puedo estar seguro de que todo ha sido mentira, dónde empieza el camino y termina el infierno si lo llevo todo a cuestas. Ojalá pudiese huir hasta cualquier otro lugar, abro otra cerveza y escribo estas líneas inmerso en mi condena porque vuelvo a estar solo. Absolutamente solo, como siempre, en esta horrible habitación.
–
-Entre Castillo y Castroviejo.
Qué gran relato. Te felicito. Has sabido mantener la intriga hasta el final. Y la sorpresa final que no hay sorpresa me ha encantad. Además está muy bien escrito y la lectura se hace muy ràpida.
Muy bien 😉
Me gustaMe gusta
Muchísimas gracias por tan buena crítica. No sé cuántos borradores distintos registré hasta está última versión desde 2001. Lo doy por bueno entonces. Un abrazo
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en Cultureando en Barinas.
Me gustaMe gusta
Muchísimas gracias por compartir!!! Un abrazo.
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en Entre Castillo y Castroviejoy comentado:
La última entrega de Gabriel K. es para salto al reverso, nos vemos allí.
Me gustaMe gusta
Me encantaron las descripciones. Creaste un ambiente desolador que me ha quedado impreso en la cabeza. Saludos.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias, Crissanta. Un abrazo para ti.
Me gustaMe gusta
Perdona que te incordie: ¿no habría modo de cuadrar los párrafos en la revista? Quiero decir que los renglones de los textos en prosa (como mi relato) terminen en la misma vertical. Quedaría más estético. Si no se puede, pues así se queda.
Me gustaMe gusta