La noche sin luna llegó cantando su himno de guerra, la víspera de una confrontación entre la luz y la oscuridad. Ella y yo estábamos en medio de su zona de batalla. Solos. Nos habíamos recostado juntos en un campo cubierto por una suave y verde hierba. Nos rodeaban pequeños cabos de flores, dispersos entre sí, pero anclados maravillosamente en puntos innecesariamente perfectos. Éramos como los personajes de una pintura que fueron colocados desinteresadamente en un punto cualquiera del cuadro, pero que a otra escala estaban simétricamente ordenados con todo su entorno. No puedo decir que no era una tarde espectacular: una suave brisa fresca que jugaba con un sol maduro.
Éramos cómplices en todas nuestras aventuras. Nos reíamos juntos por cada locura en la que pensábamos y llorábamos reclinados el uno sobre el otro cuando la tristeza nos abrazaba. Éramos todo.
Esa tarde ella y yo conversábamos de todo un poco, de esto y de aquello. Recordábamos los mejores momentos del día y los clasificábamos por niveles de diversión. Teníamos nuestra propia métrica para hacerlo. Sí, también se podría decir que éramos un par de raras criaturas pero, ¿qué más da? Realmente lo disfrutábamos. Sin embargo, tanto lo disfrutábamos que perdíamos la noción del tiempo, así como esa tarde la perdimos del todo. Para cuando nos enteramos de la hora que era, ya era tarde. La noche comenzaba a cruzar el cielo rápidamente y nosotros estábamos muy lejos de nuestra morada. Corrimos. Nunca nos separamos mientras corrimos por el campo. Era una carrera por no separarnos. Y así lo hicimos, pero no fue suficiente. La noche oscurecía todo a nuestro alrededor, no era justo, se la llevaba mientras nos rodeaba. Grité improperios, le reté a pelear, pero nada funcionó, simplemente la noche no me escuchó. Allí, bajo su inmensa capa de pequeñas estrellas, yo era una pequeña cosa más en su gran pintura negra. Para cuando me di cuenta, ella desapareció.
Llegué a mi morada esa noche, pero solo. Levanté la crujiente y delgada tela de cartón para recostarme y tratar de dormirme. Odiaba las noches sin luna, noches injustas que pasaban a robar lo único que realmente me hacía feliz. Ni siquiera hambre tenía. Oportuna ausencia de hambre pues no había logrado conseguir nada para comer esa noche. Mi única felicidad era gracias a ella. Mi felicidad era ella. Ella era lo único que realmente tenía para mí solo.
Esta noche he perdido, pero mañana será un nuevo día. Mañana volveremos a caminar juntos de nuevo. Por ahora sólo dormiré. Quisiera que estuvieses aquí, sombra.

Muy bien llevado hasta el giro final que engarza todo el relato en la palabra «sombra». Muy bien.
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Gracias estimado.
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Para quienes ya lo leyeron: hice unos muy pequeños ajustes en el texto, me disculpo por los pequeños errores cometidos. Tal vez debería de ser consciente de la hora a la que publico… Gracias y disculpen nuevamente.
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Reblogueó esto en Espacio Áureoy comentado:
Pequeño relato que publiqué en mi segunda casa, el blog colectivo Salto al Reverso. Que lo disfruten.
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Hasta el fin enganchada, inesperado final. Un placer leerte. Gracias…
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Muchas gracias por tu comentario, saludos.
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Buenisimo. Muy bien logrado el giro final. Bravo.
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Gracias Crissanta. Saludos.
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Tu entrada ha sido seleccionada para ser publicada en la revista Salto al reverso edición mayo-junio. Responde enviando el siguiente texto: “Yo, (nombre del autor) autorizo la publicación de (nombre de la obra) en la revista Salto al reverso de la edición de mayo-junio de 2014, certificando que es de mi autoría”.
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Yo, Esteban Mejías, autorizo la publicación de «Te Extraño» en la revista Salto al reverso de la edición de mayo-junio de 2014, certificando que es de mi autoría.
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