De tu boca a la mía

hay una distancia esdrújula,
como esas moscas incómodas
de las callejas oscuras
de nuestra ciudad.

Al garbeo entre ellas,
no resulta abrupto
darse cuenta de todo el amor
que nos ha robado la edad.

Como si coincidir sirviera
de boca sudadera
al caramelo adelgazante
de la vida.

Porque una coincidencia
varía aguda
el ángulo obtuso
de tus labios,
la amplitud del pecho,
y la transpiración
de pies y manos.

Cuando coincides,
las pestañas se suicidan,
como un juego romántico
que te da el aire,
como una bala instalada
en el cerebro
sin perforarte el cráneo.

Eso por no hablar,
de la insaciable virginidad,
que pierdes en la piel,
cada vez que te vistes.

 

Enrique Urbano.

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