Me obsesiona tu nariz


 

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por Reynaldo R. Alegría

 

Cuando Alice salió de su clase de Antropología la obsesión se había apoderado de ella.

Desde entonces fue imposible mirar a un hombre sin enfocarse en el triángulo de hueso tapizado de cartílago, y de músculos, y de piel, que corona el centro de su rostro.  Hasta ese día, los hombres tenían su olor particular en el centro del pecho.

Pero a partir de ese día.  A partir de ese día jueves.  A partir de ese día en el que, como todos los jueves a las 2:50 de la tarde, llovía en la universidad.  Ya nada fue igual.  Desde entonces solo fue el asedio de que los secretos más íntimos de los hombres se advertían en su nariz.

—Desde tiempos inmemoriales, aunque sin testigos o documentos fehacientes que lo puedan confirmar (y por eso inmemoriales), sabemos que ha habido un gran aprecio por la belleza de la nariz y lo que ella pueda significar.  Esas fueron las primeras palabras del profesor.

Alice caminó por la Plaza Antonia Martínez, el cuadrángulo que vive entre el Teatro y la Torre donde vive el carrillón.  Mirando la nariz de todos los hombres.  Incluida la que surgía de los bustos de bronce que se incrustan en los jardines de las plazas.

—Se dice que Sushruta, el médico indio a quien se le atribuye uno de los tres textos que dieron origen a la ayurveda, practicó la cirugía plástica de la nariz llevando a cabo las primeras rinoplastias de las que tengamos conocimiento 600 años a.C.

Su formación de estudiante de filosofía la había preparado para investigar.  Hallar.

En el ordenador, observó una vez más el video del Presidente Clinton mientras negaba haber tenido sexo con Mónica Lewinsky.  Se rascaba.

—Cuando mentimos, vertimos catecolamina al torrente sanguíneo.  Una sustancia que nos produce picor en la nariz.  El llamado efecto pinocchio.

—Desde hace varios siglos, se ha creído que el tamaño de la nariz guarda relación con las obsesiones sexuales.  Y con el tamaño del miembro masculino.

Alice hizo una lista mental de sus amantes.  Hurgó en su memoria para recordar el tamaño y la forma de sus narices.  Los clasificó.  Por su índice nasal.  LeptorrinosMesorrinosPlatirrinos.

Era cierto.

Repasó las virtudes de sus hombres.  Las clasificó.  El cariño.  La palabra dulce.  Su inteligencia.  El uso de las manos.  Y de la lengua.  Su color.  Su sabor.  Subsumió las descripciones físicas con las virtudes morales.  Y las físicas.

Entonces se detuvo en el brillo de la nariz.  El brillo en la nariz de Freud.  Glanz auf der Nase, había dicho el profesor.  Era el brillo lo que le daba calor a este sentimiento contaminante.  Este pensamiento continúo.  Excesivo.  Irracional.  Repetitivo.  Inacabable.  Esta deliciosa angustia de querer ver una y otra.  A la vez.  Aunque no pudieran estar al lado.  Era el brillo de la nariz de los hombres lo que la obligaba sin control a concentrar su atención en sus ganas imparables de posesión.  De una nariz grande y brillante.  Como un glande.

 

Foto por Einsamer Schütze (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html), via Wikimedia Commons

8 comentarios sobre “Me obsesiona tu nariz

      1. Lo mismo digo por acá. Y agregó además que no había visto la relación. Esta mexicana malpensada y alburera no pudo verla. Ah, creo que aún conservo algo de inocencia en mí, jajaj. Un abrazo, Reynaldo.

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