por Reynaldo R. Alegría
Normando nació raro. Entre el alcoholismo de su padre y la idiotez de su madre, nunca tuvo una alternativa humana a quien admirar hasta que llegó a la universidad. Criado en la Iglesia Bautista de su barrio, entre el dogma intenso que se autoimponía y que operaba como muro de contención y la práctica de la percusión en el famoso coro de la iglesia, pues no se le dio ningún otro talento de cuerdas o vientos, se crió raro.
Era inteligente, pero inculto. Adolecía de modales en la mesa y en la polémica. En una casa donde nadie se hablaba, se acostumbró a vivir solo. En su habitación. Condenando su hermano como pecador, porque salía con amigos y al cine y porque tomaba alcohol y porque tenía una novia que se ponía faldas cortas. Se dedicó a estudiar la Biblia. En la Escuela Bíblica de la iglesia. Y en su casa. Considerándose a sí mismo maestro de la hermenéutica y la inerrancia, nunca le dio a ningún texto ninguna interpretación que no fuera la más clara, la más obvia y la más natural que pudiera surgir de la sola lectura de las palabras.
Desde joven comenzó una práctica recomendada por un pastor, de marcar en los textos aquellas palabras que no entendía y correr a un diccionario en busca de la definición. Entonces, anotaba en una libreta la palabra y su definición y buscaba la manera de incorporarla a su hablar diario y corriente.
—La dipsomanía de mi padre, la intríngulis de esta sociedad y su ludibrio plantean un calígino panorama de carpanta. Anatema de esta inmarcesible conspiración de la idiotez —decía Normando.
— Es tan inteligente ese muchacho, que no se le entiende lo que dice, solía decir su mamá.
En la Universidad, Normando fue discípulo del ya viejo Profesor Don Pablo Viscasillas, quien había tenido el honor, como decía todos los días, de ser estudiante del famoso profesor Louis Althusser. Allí, se aprendió de memoria dos cosas: la historia de cómo Althusser estranguló a su esposa Hélène y fue declarado inocente por inimputable, y la primera línea del Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte:
Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces.
Aunque nunca le prestó mucha atención a la segunda línea escrita por Marx:
Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.
Se casó con la hermosa, sandunguera, deliciosa y apetitosa hija del pastor mulato de la iglesia. Una mujer blanca, de ojos verdes, pelo duro –muy duro– y cuerpo voluptuoso. Y vivieron juntos algún tiempo. Y ella lo acompañó a sus misiones y viajes de estudios, mientras aspiraba a convertirse y trataba de repetirse en el viejo Profesor Viscasillas. Un día, diez años después de casados y tras soñar por tres noches consecutivas que la había estrangulado, optó por el divorcio.
A los tres meses se casó con su secretaria.
No supe de él por muchos años hasta que me encontré con su primera esposa.
—Nunca me tocó.
—¿Pero… cómo?
—Y lo intenté todo. Pero decía que, conforme ordena la Biblia, el sexo era para reproducirse y él que no quería tener hijos.
—¿Y entonces?
—Entonces nos divorciamos… y se casó con su secretaria. Y seguimos siendo amigas.
—¿Y entonces?
—Pues… es virgen, sigue siendo virgen.
Foto: A vellum copy of the Gutenberg Bible owned by the U.S. Library of Congress
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Reynaldo, me encantan tus temas. Muy bueno.
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¡Gracias, Melba!
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