Cayó el sol y no se levantó hasta 12 horas después. Allí, en el océano impetuoso de la noche que genera olas del tamaño de tus miedos, nacen los infinitos. Todo aquello que se desconoce el principio y final. La incertidumbre en su máxima expresión; al deseo de desear lo indeseable y alcanzar lo inalcanzable, se le suma el hecho de pretender lo que no se debe.
—No me creerías si te confieso lo que pasó por mi cabeza
[Entre líneas: debo decirte algo]
—Entiendo tu condición, pero deberías entender la mía —sigue en su monólogo
[Entre líneas: ¿existe la posibilidad dentro de lo imposible?]
—Deberíamos vernos. En algún momento, en algún espacio, en algún rincón de la utopía —insiste solo
[Entre líneas: tengo ansias de ti ¿me ayudarías a saciarlas?]
—Cuando digo que no entiendo de dónde nace el deseo no miento —trata de explicar
[Entre líneas: ¿debería aclararte que te deseo?]
—Bueno, es algo complicado. No trates de entenderlo
[Entre líneas: no pierdas el tiempo en cuestionamientos, solo déjate llevar]
—No te conozco, no me conoces, pero algo de lo abstracto se ha materializado en mi mente
[Entre líneas: ¿qué estamos esperando?]
Y así, el monólogo siguió mientras las horas pasaban y el sol, quién había tropezado, lograba ponerse en cuclillas para luego pegar el salto.
Sonó el despertador.
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Ingeniosa e impactante la conversación de dos vías. Muy bien.
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