A todas horas nos instruye
la misma pasión endémica
que exaspera el sentido volitivo
de la vista.
Nos vemos como críos,
asomados al asombro
de un aljibe al que
por pura costumbre
acuden las ranas
las libélulas, las piedras
y algún salivazo espumoso
cuando nadie nos ve.
Siempre volvía del campo
oliendo a fuego
y al sudor de mi perro.
Qué pasión
la de aquellos misterios
que ahora son
arrugas hablando
cuando muevo la boca.
Sigo sin entender
el vibrar de los gatos,
el perfume dulce
de la ropa interior
en los pezones.
Pero al fin entiendo
que la lluvia no ahoga,
que los besos mojan
y que tu vergüenza
es redonda y roja.
– Enrique Urbano.
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