La chica tenía un pez rojizo.
Compartía pecera con el pez de él que era blanco. Blanco, blanco, casi transparente.
Un día todo acabó. Ella hizo sus maletas y se marchó dejando casa, chico y pecera. Dos semanas después, el pez rojo apareció muerto flotando panza arriba.
Murió como si se tratase de uno de esos relatos de Murakami. Uno de aquellos en los que las personas, además de bártulos y enseres, van arrastrando pedazos rotos de sí mismos. Como si ella no hubiera querido o podido dejar atrás siquiera un trozo de su posible alma. Nadando y chocando contra cristales.
Precioso.
Palabras muy coloridas para una ilustración muy viva.
Un saludo.
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Muchas gracias Gema 🙂
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Me encantó.
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¡Gracias! muy amable 🙂
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Me gusta eso que dices sobre los relatos de Murakami “Uno de aquellos en los que las personas, además de bártulos y enseres, van arrastrando pedazos rotos de sí mismos. “, casualmente estoy leyendo “Underground” …
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Yo también estoy enganchada, leyendo ahora «Hombres sin mujeres». Muy recomendable. Un saludo Rayuela. Gracias por comentar
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Doble colorido: el de la ilustración y el del relato. ¡Saludos, Elvira!
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¡Saludos Carlos! Acabo de pasarme por tu rinconcito y me ha encantado jugar al escondite contigo. Un beso
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Un gran honor que hayas pasado tus ojos en las Palabras Comunes. ¡Un fuerte abrazo!
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¿Un gran honor? demasiado modesto 🙂
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Claro que no es modestia, no siempre tengo el privilegio de que me visiten artistas de tu nivel.
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Me encantó la ilustración y el combo que hace con el relato. Saludos, Elvira.
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