—Escucha, hijo, voy a revelarte un secreto —dijo el hombre cuyos 60 años habían visto casi de todo—. En esta vida hay, sencillamente, tres verdades: las científicas, las empíricas y las absurdas.
»Mira, nada más, la ley de la gravedad —continuó diciendo, luego de dar un sorbo a la fría cerveza que tenía frente a él—. Ningún ser coherente podría discutirla. Si te lanzaras de la torre Eiffel con toda la fe del mundo en que, al extender tus brazos, volarías, en ese preciso momento la realidad te abofetearía sin piedad, recordándote que, mientras respires, tu cuerpo se ve obligado a respetar la gravedad. Esa, hijo, es una verdad científica.
»Ahora, cuando ya has vivido tanto, entre fortunas y desgracias; victorias y derrotas; cuando ya has conocido la lealtad y degustado la traición; cuando ya has llorado de tanto reír y reír de tanto llorar; cuando ya has disfrutado tanto de la vida y has burlado a la muerte, entiendes algo que solo el tiempo te enseña: es mejor arrepentirse por haberlo intentado que lamentarse por no haber tenido el coraje de hacerlo. Esa, hijo, es una verdad empírica.
»Y, finalmente, descubrirás algo verdaderamente mágico. Encontrarás a alguien que logre cautivarte sin siquiera hacer el esfuerzo de realizar tal hazaña. Es una fuerza que actúa a tiempo y a destiempo, se rige por leyes que nadie ha descifrado, ciertamente, pero es, sin dudas, la mayor fuente de inspiración. Sabrás de lo que te hablo. Lo experimentarás. Pero debo advertirte, hijo, es una especie de droga que puede sanarte o matarte, con la misma dosis. Aún así, cuando la reconozcas, cuando la mires a los ojos y la sientas con el corazón, cuando no te la puedas sacar de la cabeza, no tengas miedo en probarla.
—No sé si logré captar bien, abuelo —interrumpe el nieto—. Pero ¿qué es exactamente ese algo que puede cautivarte sin esfuerzo, que no se rige por ninguna clase de ley pero que a la vez inspira y, tan incoherentemente, puede sanar y matar con una misma dosis? Es algo, no te ofendas, abuelo, absurdo.
—Lo has captado a la perfección. Esa, justamente, hijo, es la verdad absurda: el amor.
Bienvenido a la realidad. Excelente relato.
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¡Gracias Carlos! Un gran abrazo.
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Ah, es bonito… Pero eso y ya… No sé, me esperaba algo distinto, creí que iba a esquivar el lugar común, a dar una vuelta de tuerca con la verdad absurda. Pero no, contó lo obvio, y de forma obvia. Es bonito, sí.
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Bello relato. Sencillo y contundente al mismo tiempo. Me encantó.
Un saludo
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¡Muchas gracias! Otro saludo.
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