La eternidad condicionada de una escalera mecánica, las baldosas resbaladizas de una limpieza apresurada. El ambiente denso, húmedo. De una mañana sin nombre.
Un despertar sin café, sin desayuno. La arepa, los huevos, el jugo, y la ropa sucia, desnudo. Ausentes.
Sin ajuste, una receta para perder la razón… sin haberla tenido en primer lugar. No tengo espacio para dudas porque yo no lo habilito, solo me siento en desdén, con todo el espacio del mundo pero sin poder llenar la alacena, una caída libre que yo no elegí tener cada mañana. Impuesta.
Una mañana sin fe, me lleva a suspirar sin aliento. Y aunque muchos lo lamenten, no es tristeza de un solo momento. Me mido, me controlo… Guardo silencio, pero implosiono.
Bienvenido de vuelta, Yuruan. Un gusto leerte. ¡Saludos!
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