
La lavadora todavía no ha acabado. Su primera reacción es marcharse, pero el número cinco en la pantallita hace que lo reconsidere. «Sólo son cinco minutos. Puedo esperar aquí», se dice.
El primer minuto lo pasa de brazos cruzados frente a la máquina, pero sus cansadas piernas le recuerdan que le espera otra agotadora jornada sirviendo mesas, barriendo, preparando cafés, limpiando cuartos de baño y atendiendo cualquiera de las habituales peticiones surrealistas que van incluidas en su esmirriado sueldo.
«El año que viene no vuelvo», se repite una vez más mientras se agacha hasta que la puerta de carga de la lavadora le queda delante de la cara. Una chorreante camiseta parece suplicarle auxilio desde el interior, mareada por tantas vueltas.
Enseguida Sara queda hipnotizada por el baile sumergido de su ropa. El programa no ha alcanzado aún el centrifugado, de modo que las prendas giran a una velocidad que permite identificarlas. Blusa roja de trabajo, pantalón negro de trabajo, calcetines, más calcetines, bragas de algodón, camiseta… «¿Tres minutos aún?».
Un pinchazo sostenido en las rodillas le obliga a cambiar de postura. Se sienta en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y la cabeza girada hacia la derecha para no perderse detalle de la coreografía textil.
Otra blusa de trabajo. «Esta semana está siendo terrible… El año que viene no vuelvo». Sueldo fijo más propinas. Alojamiento y manutención incluidos. Buen ambiente de trabajo. «Psé…».
La oferta prometía, más al menos que la basura generalizada que había ido descartando. Si durante el año ya era complicado encontrar un empleo decentemente remunerado, en verano la cosa empeoraba. Por eso Sara probó fortuna con la propuesta del cámping.
El choque de una camiseta de tirantes contra la puerta transparente le provoca un sobresalto. La prenda se ha quedado enganchada. El sobresalto, sin embargo, tiene más que ver con el recuerdo.
«Mira que eres tonta. Ya ha pasado casi un año y esa estúpida camiseta te sigue recordando a ese cretino que no se merece que le dediques ni un segundo más de tu vida… ¿Por qué no la habré quemado?».
—Pero es que estaba tan colada…
Se da cuenta de que el pensamiento ha salido de su boca y nota cómo el calor invade su rostro. Se gira y suspira aliviada. No hay nadie.
Cuando vuelve la vista a la lavadora presencia cómo la camiseta es engullida por el resto de la ropa. Se le dibuja una absurda sonrisa rencorosa.
—Jódete, cabrón —susurra, como si la prenda que tanto le gustó entonces, cegada por el enamoramiento, actuara a modo de muñeco de vudú. Ahora sólo se la pone para limpiar.
«Estás impresionante». Aún puede sentir aquellos ojos verdes clavados en ella. Todavía se le eriza la piel al recordar aquel paseo por las callejuelas del Albaycín. «Me encanta esa camiseta…». «¿La quieres? Vamos, te la regalo». Salió de la tienda con ella puesta, aunque él se la quitaba con la mirada.
Se besaron en cada esquina.
Más tarde se la quitó de verdad.
Todavía sentía los escalofríos.
—Gilipollas…
—Vaya. Siento si te he molestado.
Esta vez sí hay alguien. Sara nota cómo el suelo se abre bajo su culo.
—¡Oh! No, no te lo decía a ti. —Las palabras le salen atropelladas—. Perdona, es que estaba pensando en alguien que…
—No te preocupes, no pasa nada. Sólo venía a ver si ya estaba libre la lavadora.
«¿Aún dos minutos?».
Sara está acaloradísima. Toda la sangre se le ha concentrado en la cara. Nunca se había sentido tan estúpida. «Sí, te sentiste mucho más estúpida otra tarde de paseo por Granada», la corrige esa parte de su conciencia que lleva casi un año machacándola.
«Sara… Tenemos que hablar. Estas semanas han sido maravillosas. Eres la chica más increíble que he conocido en mi vida, pero…». No lo dejó acabar. Se sentía la persona más imbécil del mundo, pero aun así fue capaz de conservar la dignidad. «Vete a la mierda». Dio media vuelta y lo dejó allí plantado, con sus ojos verdes y la palabra en la boca. No permitiría que la viera llorar.
—¿Estás bien?
El recién llegado la mira con gesto entre curioso y preocupado. La ha reconocido. Es una de las chicas que trabaja en el bar. Sara reacciona a la voz y se fija en él por primera vez. «Es guapo», sentencia la parte de su conciencia que le urge a pasar página, la misma que la llevó a aceptar el empleo.
—Ay, perdona. Hoy estoy un poco espesa. —Vuelve a centrarse en la lavadora—. No sé qué le pasa a este cacharro; hace un cuarto de hora le quedaban cinco minutos.
—Vale. Si no te importa dejo aquí la ropa y vuelvo en un rato.
En el bar ya le había parecido maja, y ahora, con el pelo suelto, camiseta, pantalón corto y chancletas en lugar del uniforme de trabajo, está realmente guapa. El azoramiento por la metedura de pata aún la hace más atractiva.
Luis se siente intimidado.
No es novedad. Lleva tiempo huyendo de sus sentimientos, desde que Ella se los destrozó. Ella, la primera y única mujer a la que había amado, a la que se había entregado con devoción. Demasiada, visto el resultado.
Durante unos segundos Sara y Luis se sostienen la mirada. La joven está a punto de apartarla, pero se da cuenta de que en realidad no la está mirando a ella, sino a alguien que habita en su recuerdo. Eso la tranquiliza. «¿Quién será?», se pregunta.
El ruido de la lavadora, que ha empezado a centrifugar, diluye el momento.
—Vale. —Luis carraspea. Está nervioso—. Ahora vuelvo.
Se gira y sale de la caseta donde comparten espacio fregaderos, lavadora y secadora.
—Pero si ya va a acabar…
Sara se da cuenta de que se ha llevado la ropa. Unos segundos después vuelve a abrirse la puerta y le sorprende sentir un cosquilleo en el estómago ante la posibilidad de que sea él… Pero no, es una señora con un gran barreño repleto de cacharros para fregar.
—Buenos días.
Sara devuelve el saludo y se concentra otra vez en el baile, ahora frenético, de su ropa.
Continuará…
Reblogueó esto en la recachay comentado:
Tras casi un mes de silencio (he estado de vacaciones), regreso con la primera entrega de un relato para ‘Salto al reverso’, en parte inspirado por un par de situaciones vividas durante estos días de viaje. La realidad, al menos en mi caso, acostumbra a ser una buena fuente de inspiración para crear ficción. Espero que os guste.
Aprovecho el regreso para informaros de que ‘Memorias de Lázaro Hunter: los caminos del genio’ está en promoción en Amazon. Durante todo este martes aún podéis descargarlo de forma gratuita: https://www.amazon.es/dp/B01FW23GA6, https://www.amazon.com/dp/B01FW23GA6.
También os recuerdo que continúa vigente la oferta veraniega de mis libros en papel: https://benjaminrecacha.com/2016/07/19/en-verano-no-des-vacaciones-a-tus-libros-leelos/.
Os dejo ya con la «centrifugadora de recuerdos»…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Por fin empiezo a leer estas entregas, Benjamín. Lamento habérmelas perdido este par de meses (ya se terminan mis vacaciones mentales). Te sigo leyendo y un abrazo muy fuerte. (Desde que vi esta foto he querido decir que parece un caldo, una sopa de ropa. Caldo de recuerdos). ¡Saludos!
Me gustaLe gusta a 1 persona
‘Caldo de recuerdos’ es un buen título, me gusta más que ‘Centrifugando recuerdos’. Lo tendré en cuenta para cuando lance el ebook de la novela completa (aún queda para eso…). ¡Abrazos!
Me gustaLe gusta a 1 persona
jajaja, yo prefiero el centrifugando. Sí, ya vi que va para novela, qué gusto. ¡Te dejo un gran abrazo!
Me gustaLe gusta a 1 persona