Una marabunta de yoquesés
—o era una manada de nosecómos—
me azota me araña (duro duro)
me ladra verdades prehistóricas no contadas;
y no hay una bendita cripta donde beber silencios burbujeantes de alquimista-pirata,
no existe un búnker que guillotine enigmas con paredes uránicas:
me obsesiona ese secreto
del nudo-locura
del rostro de la puerta
de la tumba
del
faraón.
Ni idea, ni idea, ni idea
se taladraba en mi se(c)so:
todos abrían en canal mi bazo azul
y se desparramaron los infinitos;
el misterio se carcajeó y parió
rinocerontes vestidos de princesas
que no tenían
(tampoco)
ni idea.