Recuerdo imaginarnos tras varios años de incertidumbre y ocultismo; recuerdo preguntarme, ¿y si nos volviésemos a ver?
Desafortunadamente, esto hizo que mi cabeza no parase de preguntármelo, era como si necesitase que le contase un cuento para luego irse a dormir. Así pues, tras largos días de insomnio decidí contárselo —contármelo—.
Nuestro encuentro sería en una calle cualquiera, pues visitamos cada esquina de esta, nuestra ciudad. Todo se volvería más vivo, como si el inconsciente del corazón comenzase a latir por voluntad propia y sin atender a la consciencia. Sin hablar, nos observaríamos durante unos minutos, recordando, anhelando, y detestando aquellos tiempos; luego te preguntaría qué tal te va todo, mientras nos sonreímos; yo a ti, ocultando mi tristeza, y tú a mí, con total transparencia. Te abrazaría, sintiendo tu calor, olvidado ya, no intencionadamente, pero olvidado. Viendo el tiempo pasar, continuaría hablando contigo sobre nimiedades, huyendo de la despedida, aunque a la vez la desease. Sabría desde el principio que me quedaría toda la tarde hablando contigo, invitándote así a tomar un café. Puede que en la realidad no aceptases, pero me prometí un cuento feliz.
Iríamos a un bar diferente, inhóspito, para empezar desde cero. Te hablaría de mi familia, aquella que llegaste a conocer y a la que contagiaste esa cálida simpatía tan tuya. Te hablaría sobre mis sueños de recorrer el mundo y de cómo tenía ya planeado comenzarlo en verano; vería cómo tu cara comenzaría a irradiar aquella simpatía tan dulce y viva. Comenzaría así un soliloquio contigo de invitada en el que, inconscientemente, realizaría la tentativa de recuperarte.
Acabaríamos en la barra del bar, riéndonos de nuestros tiempos, de todas las discusiones convertidas en tonterías, de todos los buenos momentos, de cómo nos conocimos, de ti. Después, soltaría la pregunta: ¿te imaginas si todo hubiese salido bien y siguiésemos juntos? Sé que te reirías y que no responderías nada, mas en tu interior, al igual que yo, no pararías de preguntártelo.
Una vez algo achispados, te hablaría de mis sentimientos y te invitaría a que vinieses conmigo a viajar por el mundo, algo que teníamos pendiente de la otra vida, de nuestra añeja relación y sus promesas. Aceptarías, y te besaría, sé que no sería lo correcto pero no siempre lo correcto es mi correcto. Te invitaría a mi nuevo piso, alejado de ti y nuestros recuerdos, impersonal, indiferente. Haríamos el amor toda la noche, alocados como adolescentes, ilustrados como adultos.
Nos despertaríamos al día siguiente vivos, felices, como si nada hubiera cambiado y siempre hubiésemos estado juntos. Acariciaría tu sonrisa, tu pelo, tu todo. Te haría el desayuno y comenzaríamos a hablar de nuevo, pero desde el romanticismo y sus caminos.
Empezaríamos de nuevo, borraría aquel punto y final, para vivir en nuestro ayer eterno.
(Lo siento…).
Ah, qué doloroso. Me gusta esta obra de la imaginación. Los recuerdos imaginarios son a veces a la vez dulces y dolorosos. Un placer leer tu obra. Saludos.
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Así es, la imaginación puede afectarte más que la realidad. Me alegra mucho que te haya gustado Crissanta:)
¡Un abrazo!
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Felicidades, tu obra ha sido seleccionada para formar parte de la antología anual de Salto al reverso. Para que podamos publicar tu obra, es necesario que llenes el siguiente formulario: http://www.emailmeform.com/builder/form/Z538n8PeM0k2sL3ocm3v5c609 ¡Gracias!
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¡Gracias a vosotros!
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