Era una noche dulce y calmada de otoño en la que, a pesar de ser miércoles, la niebla envolvía la ciudad otorgándole una sensación de estar en un domingo cualquiera; un domingo vacío e invisible.
Estaba dando un paseo.
Me acerqué a un parque lleno de manzanas rojas y nevado por deseos pendientes de cumplir en forma de dientes de león. Percibí entonces un olor dulce a blues en una esquina iluminada por un cartel en el que pude leer el número trece escrito junto a peces dibujados en charcos de agua de chocolate. A su derecha, un hombre ataviado con un pantalón rojo tocaba el saxofón a un ritmo camaleónico con el que me hipnotizó.
Pasé horas y horas allí, en aquella esquina inundada de niebla, sintiendio cada ritmo que aquel excéntrico individuo hilvanaba a la perfección. Mis obligaciones me agarraron de la camisa como ademán de tenernos que ir, mas yo como niño quise quedarme.
Desde entonces, me hallo estático en esta vida pura y silenciosa mientras que, mi otra parte, huyó a la realidad.
Indudablemente, el sax tiene algo que nos embruja.
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Nadie sabe el qué, pero así es. Muchas gracias por tu comentario ahuanda! Cuídate
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Felicidades, tu obra ha sido seleccionada para formar parte de la antología anual de Salto al reverso. Para que podamos publicar tu obra, es necesario que llenes el siguiente formulario: http://www.emailmeform.com/builder/form/Z538n8PeM0k2sL3ocm3v5c609 ¡Gracias!
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Muchas gracias!:)
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