
Aprendiste a decirme adiós antes de que esta palabra cupiera en tu boca.
Me lo dijeron antes tus manos,
cuerdas rotas en tu regazo.
Me lo contó tu silencio:
había tres grietas en el techo,
también una baldosa rota por un costado,
en el suelo, tus bambas manchadas de barro,
nueve, o quizás diez, libros sobre la cómoda;
tres manchas de café en la funda del sofá desvencijado,
sobre la silla, mi abrigo reposaba, esperando,
en la cama, una sábana sin arrugas,
también conté dos mosquitos aplastados,
sórdidos;
y a cada segundo, dos pestañeos
insulsos
en tus ojos extraños;
qué más puede hacerse entre tanto silencio.
Aprendí a adivinar tu adiós
como un zahorí encuentra agua en el fondo de la tierra;
solo que yo no quería,
no quería encontrarla
ni beberla
ni mirarla.
Al final, para ayudarte
—más de cien quilos de sal pesa tu silencio—;
cargué tu adiós,
y te lo dije yo.
Mayca Soto. El gris de los colores.
¡Qué bonito, Mayca! Me han conmovido todas esas señales de innegable cotidianeidad y la melancolía de una inminente despedida. Gracias por compartir.
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Muchas gracias, Carlos. Me inspiró la canción de Sam Smith: «Too Good at Goodbyes». Es preciosa. ¡¡Feliz año nuevo!!
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¡Feliz 2018! ¡Abrazos!
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⚘
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Me gusta es poco.
Qué bien, Mayca.
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Me alegro de que te guste, Benjamín. ¡Qué bonito comentario! Gracias. ¡Y feliz año nuevo!
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¡Feliz año nuevo! 🙂
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Es maravilloso, gracias. Me ha encantado!
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¡Qué bien! Muchas gracias, Barbarela. Saludos
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