Migajas de salvado


Una vez, hace varios años ya, mantuve un período de noviazgo con una mujer bastante particular. Loca clase P, la categorizaría. No de política, no de plástica, ni tampoco de malas palabras u oficios delicados; no. Era la letra P que da inicio al estado profético de «pitonisa».

Antes de explicar que es, para aquellos analistas y curiosos que desconozcan dicha palabra, es un término acuñado a la capacidad de un individuo de «ver o predecir el futuro» a voluntad o de manera espontánea; a tiempo continuo (cerca de suceder) o en próximos-distantes períodos.

Ya aclarado lo anterior, prosigo con el tema; esta señorita con la que me enredé resulta que tenía dicha habilidad y nunca me explicó el contexto de su origen, sin embargo desde el día uno que arrancamos el barco, ella había visto la culminación de nuestra relación.

Era sorprendente mi incredulidad desde el primer día, si bien ella no insistía en hondar respecto al tema y, solo se justificaba con el «hecho» de que debía tener en cuenta las fallas, discusiones y otros roces para mis nuevas relaciones con las otras personas que conocería, la nueva chica que vendría y las posibles hermosas siguientes. Era una locura, pero de esas que a mitad se perciben simpáticas, y por otro lado se tornan ásperas, tediosas.

A medida que los meses transcurrían y para mí el tiempo se alteraba (a veces lento, o demasiado deprisa) quizá por aquel efecto de la teoría de la felicidad y adaptación, «la luna de miel»; aunque para entendedores, yo me sentía en Plutón, lejos de montañas rusas curveadas o dragones pesados que combatir; ella presionaba el pedal de freno cuando le hablaba de futuro en pareja, como si el presente estuviera danzando sobre el hilo delgado e invisible de una colisión predestinada. Me decía cómo sería o podría ser mi próxima novia y qué cosas debía no hacer para que tuviera una próspera primavera.

Estas cosas cesaron cuando una serie de eventos muy afortunados y a la vez desafortunados comenzaron a suceder en la vida individual de cada uno, su capacidad pitonisa no volvió a manifestarse hasta el día en que yo cerré la persiana y ella apagó la luz.

Me alcanza un ligero y curioso escalofrío al pensar en el cómo una persona es feliz al estar junto a otra cuando figura en su atención principal todo lo errado que puede acontecer. La colisión de dos individuos diferentes está en teoría predestinada a ocurrir, pero por más experimentada o preparado que te sientas en tu estado de vigilia del porvenir, no esperes lo peor. Siempre da un ángulo alzado a tu mirada, buscando horizontes de buenos inicios, progresos continuos y mejores conclusiones.

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