Aproximadamente,
arriesgarme a sostener tu cabeza
es recorrer el enorme camino
que une tu perfume con el aire.
Es fracturar el tiempo
y recogerlo gota a gota,
para introducirlo luego
como un veneno
en las cicatrices
dejadas en mi piel
por el vendaval
que provoca la voz
arrojada por tus pulmones.
Aproximadamente,
hablarte es hundirme
en el inmenso color rosa
que sostienes en la boca
y exhibes ferozmente contra mí.
Un rosa destilado
de mi pánico por probarlo siempre,
tan húmedo y jugoso
sobre ese punto exacto de ti.
Respirar es absorber
el aire blanco despedido
por los jazmines,
una noche azul y fibrosa
de agosto
que se desploma de lleno
sobre esta cama que no te incluye.
Es no suponerte pensando en mí
mientras comes, mientras respiras,
mientras duermes y das vueltas
dentro de mí.
Ni imaginarme tan atrapado
en esta conversación
abarrotada de palabras que ocultar,
ni amarilla esta fiebre
que me consume.