Cuando mi mente era el instrumento culpable de dirigirme rumbo al zócalo de la inmundicia,
mi cuerpo se paraba siempre en el zaguán de aquella puerta de madera virgen mil veces mancillada por letanías insomnes.
Mis ojos, entonces, impulsados por mi garganta rasgada de ahogos breves, imploraban al cielo azul acero participar del vuelo azaroso de las aves mañanero.
Doblegado ya mi ser ante tu imagen erigida en decenas de altares, quiso la existencia dejarme besar por última vez tus labios azules inmortales
Hermoso…!
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Muchísimas gracias, Marcelo
Te respondo lo mismo que tú a mí😀
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