Un café cerrero en una mañana que empezó más tarde de lo usual, día en que el desayuno se convirtió en un indeseado porque todos los antojos se arrimaron en una sola barca de horas; básicamente, el camino era estrecho y los transeúntes muchos.
Apenas despegaban las 11 am y ya no era tiempo para el desayuno, una merienda o almuerzo precipitado. Sin embargo, todos sabemos que al igual que muchas criaturas el humano también desea sus antojos saciar; si viajan las horas y ni un placebo se manifiesta entonces la búsqueda instintiva por lo “justo” se ejecutará en un piloto automático inconsciente, mecánico; el día ya habrá empezado y la ceguera voraz del apetito que capitaliza en los caprichos, no te dejará caer en cuenta de los hechos, solo te queda esperar el eventual exorcismo de tu pasajero.
Son las 12:30, el medio día marcado y ya tienes remordimientos apilándose en el cenicero. Aún estás en período de quema, la madera que brinda calor a la impulsividad ardiente que ahora te domina son tus deseos más simples y básicos. Llegar al vicio es el punto de partida para su juego y todo esto puede empezar en cuestión de un par días perdidos en tu tiempo, o quizás solo unas cuantas horas pesadas, minutos intensos o hasta extremos segundos.
¿Serán las 2 de la tarde? o quizá solo hemos avanzado 20 minutos desde el último esguince de consciente estado mental, el concepto del espacio sigue siendo el mismo cuando los impulsos han tomado control, cuando parece ser alguien más quien domina tus pasos y apila las vergüenzas al cenicero que fija cómo centro de mesa mientras devora tus pensamientos más crudos, sin ánimo a masticarlos primero. La gloria de envenenarte es su placer y de ahí en adelante fomenta ideas autodestructivas para el móvil de sus hazañas, así es cómo funciona esta posesión.
Todo se convierte en un juego sadista en el que el tiempo y espacio se desfragmentan, los sentidos se nublan poco a poco y el elenco de emociones protagonistas es reducido. Eres feliz, amargado, o tienes extremos encima. Las cosas ligeras se tornan pesadas y la vida rutinaria se desmorona porque no puedes balancearla con éxito.
Esta posesión finalmente te dejará cuando se canse de jugar, cosa que solo acontece hasta que tu cuerpo quede deshidratado, la piel rosando tus huesos hasta que la carne que quede en ti sea más cartílago que grasa y músculos; el resultado final te deja cómo si la oleada más fuerte del verano haya atacado en forma de una nube que únicamente se posó sobre tu cabeza durante toda la estación.
Las colillas de vivencias que apenas puedes recordar son las que más dolerán al apagarse bruscamente; cuando aquel humo intenso finalmente se escape del interior al exterior puede que sucedan dos cosas, que aquel repetitivo pero cierto proverbio se convierta en hecho… del polvo vienes y en polvo te convertirás; o tal vez el daño colateral no sea terminal y aún puedas respirar nuevamente bajo un ritmo diferente; sin los pasajeros que buscan hurtarte el manubrio de las manos.