Procuro alejarme
de las promesas esparcidas por el suelo
del cuarto de baño,
muertas todas ellas al nacer
como las calles envejecidas de esta ciudad
que aferran los pies al fango.
Se extingue de inmediato cualquier amago
de luchar por ellas,
de contenerlas en la boca
de nuevo completamente equivocadas,
hoy que el agua se pudre en el jarrón
y en estas manos frías
sólo queda desgana
y tinta seca en las uñas.
Sucede que un vendaval
ha atravesado esta semana la ciudad
y la ha dejado como estaba,
enterrada,
despojándome la ropa
y dejándome una boca herida
que, aunque no sangra,
al cerrarla
más dolor provoca.