Bernarda octogenaria


Duerme apaciblemente sosteniendo
el alba en sus respiraciones: uno-dos,
uno-dos, uno-dos, uno-dos, uno-dos.
La noche la acurrucó entre la luna y la
corola de una dama de noche. Sobre ella
dormía como una amiga en el cuarto de
invitados. Bombea de forma asistida un
pulmón artificial enchufado a la corriente.
Insufla el aire a su nariz e inyecta la presión
necesaria. Sobreviene la viveza que pesa en
los cuerpos desgastados. La cama algodonada
cruje a su movimiento. Bernarda habrá cumplido
más de la ochentena de años cuando haya perdido
el luto, los prejuicios y el miedo al opresor.

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