Distintos métodos para observar a Marte


Entonces ni vos ni yo habíamos nacido, pero el universo ya sabía dos cosas: que yo no podría dibujar bien y que tú traerías la imagen del firmamento en tu rostro.

Era 1972, los humanos querían ver Marte y aún no eran conscientes de los caprichos del cielo.

Años antes, los científicos construyeron telescopios de diversos tamaños, los colocaron en islas y desiertos alejados de las grandes ciudades. Observaban, estudiaban, hacían teorías y aunque conseguían montañas de información, los datos que recababan no eran suficientes. Querían más y sabían que la respuesta estaba afuera. Entonces el cielo se llenó de cohetes.

También hubo, en tiempos ancestrales, quienes con los dedos dibujaban héroes y bestias celestes que, desde arriba, daban sentido al destino de todos los habitantes de la tierra. Ellos eran los primeros dioses de la noche, pero poco a poco fueron siendo olvidados. La ciencia ganaba rápidamente terreno y, debido a ello, poco a poco perdíamos el gusto a romantizar las estrellas.

Llegó el cuatro de febrero, era 1972 y una sonda espacial mandaba algunas de las primeras fotos de Marte. Los científicos estaban alegres pero no era suficiente. La ciencia nunca se conforma y pide y pide más.

Entonces era imposible saber que había otros métodos de observar las estrellas.

 

Años después, en el milenio siguiente, un científico griego descubrió que a horas determinadas se podían observar Urano y Marte en un pequeño rostro mexicano. La simetría y escala eran perfectas. Con luz solar, parecían tener sombra propia.

Un verdadero misterio, ¿pero qué rostro no lo es?

Se ayudó de una lupa para acercarse a Marte. Se maravilló de lo lindo. Después de una hora observando, vio que por el horizonte se asomaron Fobos y Deimos. El lunar no era lunar, sino una representación a escala del planeta rojo. Un universo de probabilidades se abría paso desde las mejillas de una mujer hispanoamericana, y el científico no podía esperar más.

Con el microscopio se acercó tanto a Marte que el lente se empañaba. Recorrió los ojos, la nariz, las dos mejillas. Encontró que no estábamos tan equivocados, que el universo era inmenso sin importar dónde lo encontrabas. Hasta veían el reflejo del sol en verano. Cada lunar de su cara era una estrella, y cada estrella una declaración de exploración.

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