Cuando la besé por primera vez, su novio ya había muerto. Yo no sé temer a los muertos, nunca aprendí a hacerlo, pero ella sí. Su fantasma (del exnovio) nos seguía a todos lados, a todas horas. No había descanso de él.
Yo creía que él no era consciente de su situación de fantasma. Al parecer él creía seguir siendo novio y no exnovio porque, vamos, este no es un cuento de Tim Burton, los muertos a lo suyo; pero no, él aquí seguía y observaba. Yo nunca lo vi y, sin embargo, ella lo señalaba.
Insisto, yo nunca lo vi, pero él estaba allí asomándose desde la ventana, desde la cocina, con nosotros en la ducha, desde el lado izquierdo de la cama, desde el patio, desde el café de la esquina, escondido en medio de todas las conversaciones y desde las fotos de edificios viejos. Según no se iba. A ella la acechaba a toda hora y a mí me odiaba.
La última vez que hicimos el amor, no sabía que sería la última. Dijo su nombre. Lo invocó y él apareció entre nosotros dos como perro faldero, oliendo a sudor y azufre, con la cara marchita y sonriendo. Fue la primera vez que lo vi y fue muy tarde.
Yo no sé temer a los muertos, pero tampoco sé querer a novias que no saben poner atención a sus vivos, por querer volver con los ex que se suponen muertos.
Reblogueó esto en Dramágico.y comentado:
Desde Salto al reverso.
Me gustaMe gusta