Primera de dos partes.

¡No pasarán, no pasarán, no pasarán!… Pero pasaron. Aunque las gestiones se prolongaron casi doce años, inexplicablemente la implementación de la incineradora fue aprobada coincidiendo con las elecciones autonómicas. Antes de que eso ocurriera, Ekaitz se había empeñado en desentrañar el proceso de licitación, pues sentía el deber de develar los turbios intereses detrás de aquel controvertido proyecto al que se opuso la población desde el inicio, pese a la millonaria campaña que minimizaba el negativo impacto ecológico de tal empresa, en una región que ha sido celosamente protegida por sus pobladores.
En realidad no fue por falta de objetividad, pero el hecho es que, de todas las personas que accedieron al expediente, solo Ekaitz tuvo la agudeza de leer entre líneas. Hubo un detalle en aquel cúmulo de datos y estadísticas que Ekaitz había pasado varias veces desapercibido, pero cuando reparó en ello, de inmediato llamó al profesor desde el despacho para detallarle su hallazgo, aunque necesitaba explicárselo en persona por lo que iría a verlo esa misma noche. Sin embargo, Ekaitz jamás apareció.
Después de una semana sin noticias sobre su paradero, presas de la desesperación, sus padres y los compañeros del colectivo al cual pertenecía Ekaitz dieron parte a la Ertzaintza. El único rastro que encontraron fue una nota poco legible, escrita en papel satín que decía algo así: «La bruma no es lo que parece».
Tras una infructuosa búsqueda, el caso fue archivado, el colectivo se desintegró por miedo a recibir amenazas o represalias, pues no sabían hasta dónde habían llegado las indagaciones de Ekaitz, quien había dado suficientes muestras de ser el motor de la asociación por su ímpetu y convicción para encontrar el talón de Aquiles del proyecto. La extraña desaparición de Ekaitz ni siquiera trascendió en la prensa, a petición de la familia. Los ánimos se derrumbaron y con ello la esperanza de clausurar la incineradora.
El profesor, cuyo nombre se omite por razones de seguridad, es un hombre de avanzada edad, mentor de Ekaitz desde que ingresó en la facultad de Bioquímica, y es también quien sentó las bases del movimiento social que se opuso férreamente al método de incineración para la gestión de residuos urbanos. Pese a ello, su salud se fue deteriorando en estos últimos años y, sin Ekaitz ocupándose de la investigación, era difícil que la organización se mantuviera en pie de lucha, pues en lugar de ganar un héroe, todo indicaba que habían perdido un líder.
¿Será que alguien seguía de cerca los pasos de la organización y rastreó la llamada que hizo Ekaitz al profesor? ¿Acaso la información que había descubierto era tan relevante que no debía traspasar las paredes de aquel recinto? ¿Por qué pasó tanto tiempo desde la desaparición de Ekaitz antes de dar aviso a las autoridades? ¿Habrán sido coaccionados los miembros del colectivo para evitar que retomaran las investigaciones respecto a la incineradora? ¿Por qué los padres y los amigos de Ekaitz no pusieron ninguna objeción cuando el caso fue archivado? ¿Por qué se apagó de repente la resistencia social, permitiendo que se instalara la incineradora? Y, quizás lo más importante, ¿qué sentido tenía aquella nota que encontró la policía?
Las respuestas a estas interrogantes podrían parecer obvias, lo cierto es que después de todo este tiempo, ni siquiera la policía local estuvo por la labor de continuar con las averiguaciones, parecía que a Ekaitz se lo había tragado la tierra, decían.
—Maialen, ¿por qué me cuentas todo esto?
—Necesito saber por qué Ekaitz escribió esa nota, qué fue lo que encontró, quiero saber si el profesor aún vive, y averiguar si hay algún recurso legal para suspender las actividades de la incineradora mientras se aclara todo. ¡Y tú me vas a ayudar!
—¿¡Yoooo!? No te metas en más problemas, por favor.
—¡Sabía que dirías que sí, Lucía, por eso te quiero!
Maialen estaba convencida de que alguien, mediante amenazas graves, se había hecho cargo de acallar al colectivo, a los padres de Ekaitz y quizás al propio profesor, pues dejó de aparecer públicamente desde aquel día. De no ser por la investigación sobre cláusulas ambientales que realizó para una asignatura del máster, jamás hubiera prestado interés al asunto. Por supuesto, Google también tuvo mucho que ver.
Hacía falta un pretexto para hacer de relevancia pública la desaparición de Ekaitz después de tanto tiempo, y a partir de allí, reorganizar a la gente para frenar el funcionamiento de la incineradora. Lucía aseguraba que el mejor recurso para hacer de dominio público un caso olvidado, era un documental. Y ella era experta en eso.
Los primeros datos fueron obtenidos por Maialen y Lucía en Internet, donde averiguaron que el estudio definitivo de impacto medioambiental había sido comisionado a una pareja de ambientalistas. Uno de ellos moría en un aparatoso accidente la semana que tenía que ser entregado el reporte. El otro fue asesinado en extrañas circunstancias, pero la prensa insistía en que habían sido problemas pasionales. El documento nunca se hizo público, y solo se expusieron algunos datos el día que se anunció la puesta en marcha de la incineradora. Días más tarde las instalaciones ya estaban operando. Ese reporte es el que Ekaitz había revisado la noche de su desaparición.
Por razones de transparencia, el documento tenía que estar al alcance de la ciudadanía, así que Lucía se encargó de hacer la solicitud expresa del estudio de impacto para el documental. Le dieron como plazo treinta días sólo para definir si la petición de información era viable o no.
Mientras tanto, ambas se dedicaron a localizar a la familia y amigos de Ekaitz. A ellos pedirían referencias sobre el profesor, aunque no esperaban que se mantuviera con vida.
Reblogueó esto en Cualquier parecido con la coincidencia…es pura realidad.
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