Yo, así como San Francisco de Asís, creo en las aves. Y creo firmemente en que los polos opuestos se atraen o se repelen, sin puntos medios. Creo en el destino y que este tiene sus reglas. Creo en las aves y en su eterno mensaje de amor.
Yo, como San Francisco, soy un hombre de fe.
Esta tarde juego al dramágico. Desde aquí, desde mi ciudad. Encontré un mandala tan gigante que no cabría en mis manos. Camuflado entre árboles y baldosas.
Justo ahora estoy sentado en una banca del círculo medio. Desde mi posición, a mis cinco horas, una chica pelo-pintado se sienta en una de las bancas del círculo exterior. Con una playera de «Misfits», botas, overol y cigarrillos. En conclusión: mi total opuesto.
Puede que le llegue a gustar Sinatra o Sabina; o que bailemos unas cumbias y dos jarabes. Quizá le guste Jodorowsky, Fuentes o Rulfo, o el soccer.
Quizá sea feminista.
Es mi total opuesto, pero comparte conmigo el mandala gigante camuflado en este parque. Ella ignora que hay baldosas uniéndonos invisiblemente frente a nuestros ojos. Yo sí lo sé, y me siento comprometido a acercarme y hablarle. Pero tengo mis dudas.
Quizá ella cargue consigo todos los malos gustos del mundo, o sea yo quien tenga las respuestas erróneas. La única certeza es, así como San Francisco, quiero tener conversaciones del fin del mundo con ella, aunque ninguno de los dos seamos lobos.
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