Tengo el defecto o la fortuna de morir cuando nadie me ve. Si hay público, no muero. Pero, estando solo, lo he hecho muchas veces.
La mayoría de las ocasiones en las que suceden mis muertes han sido sobre mi cama. Mayormente, en torno a las tres de la mañana; cuando todos duermen. Y siempre revivo puntualmente a las cinco cuarenta y cinco, cuando suena la alarma.
Una vez morí al leer la carta de amor de una mujer que quise mucho. Tenía una taza de café en la mano derecha y un infarto en mi corazón. Reviví en el posdata cuando, con mi último aliento, alcancé a leer su «para siempre te quiero».
Así es la vida del inmortal, observa pasar la vida a su alrededor , el tiempo se le escurre como arena entre los dedos sin poder hacer nada más que evolucionar y adaptarse al cambió…
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A veces me gustaría experimentar la inmortalidad, pero ocupa mucho tiempo.
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