Manual de vida de un instante


La primera aspiración que el autor del poema Quiero ser presenta ante su amor e inspiración es: «ser […] algo más que un instante».

Este poema me removió el ser desde nuestro primer encuentro; sus efectos son incluso más poderosos con el pasar del tiempo. Hoy, casi quince años más tarde, resuena también más fuerte una de las preguntas que su lectura me dejó:

¿Qué es y cuánto dura un instante?

En medio de una normalidad con comida y bebidas instantáneas, fotografías más que instantáneas, en la que incluso las relaciones se pueden conseguir de formas «instantáneas», la idea más difundida de un instante está relacionada con inmediatez, rapidez y facilidad. Sin embargo, en mi interpretación del poema su concepto va un poco más allá…

Una de las versiones más «pequeñas» de un instante es, tal vez, semejante al espacio de tiempo que se genera entre la inhalación y la exhalación. Pero desde esa pequeñez, cada instante tiene un poder enorme, capaz de dictar los ciclos de los más de 30 billones de células que conforman un cuerpo humano promedio simultáneamente y, a través del cuerpo físico, regular incluso el flujo de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. De esa forma, se convierte en una de las mejores representaciones del poder de lo sutil.

Más allá de su duración, muchos instantes pasan desapercibidos al distraernos con el pasado o el futuro, mientras que otros llegan a cambiarnos la existencia. Entre estos últimos, hay formas evidentes como al ganar la lotería o al ser arrollado por un coche; las hay también más esquivas, como cuando un momento «ajá» sale a nuestro encuentro. Lo anterior es sólo una proyección de lo que ocurre en otros elementos de la naturaleza, con instantes decisivos como aquel en que un líquido alcanza su punto de ebullición y se convierte en vapor, o cuando se condensa y pierde su fluidez. Sin importar si esos nuevos estados son temporales o permanentes, la transición seguramente deja su huella, y el poder del instante vuelve a manifestarse, ahora más allá de la sutileza.

Al indagar entre los instantes favoritos de mis días pienso en puestas y salidas de sol, y observo que su magia se extiende tanto como me he permitido disfrutarlos: pueden ser tan cortos como la sonrisa que me despierta el reflejo rojizo de su presencia, o tan largos como las cadenas de memorias a las que los asocio.

En escenarios menos agradables, como situaciones cercanas a la muerte, muchas personas afirman ver su vida transcurrir en un instante con las denominadas experiencias de revisión de vida. Quienes las han vivido manifiestan que en ese «estado» se pierden los límites de tiempo y espacio de la forma en que los conocemos, percibiendo cada «evento» como un microsegundo o como mil años, como ambos y ninguno a la vez. Sin ir a tales extremos, hay quienes al entregarse a etapas de autodescubrimiento, de amor o incluso de dolor, hacen de estas experiencias sus fuentes de inspiración y logran derribar también el concepto de instante como expresión de tiempo o espacio, hablan de versiones infinitas y poderosas, aún al ser conscientes de que son al mismo tiempo solo un punto en su camino.

Al cambiar el lente tiempo/espacio, la humanidad misma parece haber durado tan solo un instante. Por ejemplo, Carl Sagan, en su calendario cósmico, escala el periodo de vida del Universo (13800 millones de años) a un calendario anual (365 días); de ese año, toda la historia de la humanidad estaría comprendida en los últimos 21 segundos del 31 de diciembre. En términos de superficie, si el calendario cósmico se escala al tamaño de un campo de fútbol, él estimó que toda la historia humana ocuparía un área equivalente al tamaño de su mano.

Entonces, me llevo la idea de que realmente no importa cuánto dure un instante, ni cuántos instantes componen mis días; lo que importa son los lentes con los que los vea y la perspectiva con la que los viva. Cuando lo instantáneo, la velocidad y la cantidad se nos vendan como las únicas formas de vivir, recordemos que lo que ganamos en distancia lo podemos perder en disfrute; cuando el contexto nos invite a superponer o separar la conciencia individual de la social, pensemos en cómo se sentiría realmente si no hubiese un todo, una familia o un motivo superior en nuestra existencia; y, cuando le estemos regalando demasiado poder a las comparaciones, recordemos que la necesidad de demostrar es un invento nuestro y que, como tal, lo podemos rediseñar… ¡No al revés!

Los invito a percibir la vida como un instante, no para correr más o tratar de hacer más, sino para aprovecharla y abrazarla desde su fugacidad y fragilidad, del mismo modo que valoramos una fotografía por representar un fragmento de tiempo que no volverá. Que su brevedad sea un canal para centrar nuestra atención en el aquí y el ahora, para vivir más allá de los miedos y reinventar nuestros lentes cuando no funcionen más. Los invito a ser un instante, viviendo el poder desde la sutileza y liberándonos de conceptos y medidas externas.

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