
Yo nunca quise ser un caballo, y menos, enganchado a una carroza. Mi vida como ratón me gustaba. Era peligrosa, pero yo estaba acostumbrado a vivir al límite, siempre con la adrenalina fluyendo. Era divertido.
La maldita hada madrina no me dejó elegir, ni a mí ni a nadie. Mira a los pobres lagartos, convertidos en aburridos lacayos, obligados a atender a la pánfila de Cenicienta…
Que sí, que qué lástima de muchacha, que qué vida tan injusta y todo lo que quieras, pero mírala qué pronto se le olvida la conciencia de clase. La sirvienta explotada y maltratada perdiendo el culo por codearse con la aristocracia, y sin el menor remordimiento por recurrir al mismo elitismo que a ella le amargaba la vida.
Yo nunca quise ser un caballo, y menos, domado. Como ratón, disfrutaba de mi libertad, consciente de que cada día podía ser el último, sin nadie que me controlara.
Nunca quise ser la mascota de una humana; al contrario, la vida era excitante esquivando trampas para alcanzar la recompensa de un pedazo de sabroso queso o de deliciosa tarta.
Sin embargo, aquí estoy, con el corazón tan acelerado como siempre, pero atrapado en este cuerpo enorme incapaz de liberarse del hechizo que lo mantiene sumiso, encadenado a una calabaza convertida en una carroza que no podría ser más cursi.
¡Maldita hada madrina!
A la menor ocasión, le roo la varita.
Qué bueno Benjamin… Me ha encantado el giro social que le has dado. A Cenicienta cuando perdió el zapato el hada madrina capital le regaló un Botín. 😉
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¡Jajaja! Pues sí, el mundo está lleno de ratones amansados en cuerpos de caballo y de cenicientas explotadas deseando codearse con los explotadores. Y así nos va…
¡Un abrazo!
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Reblogueó esto en la recachay comentado:
Hace unos meses, en el taller de escritura de Atrapavientos ‘¿La bruja debe morir?’, que imparte mi querida colega (y maravillosa profe) Mariajo Floriano, tuvimos que revisitar algún cuento clásico. Yo elegí la Cenicienta, pero desde un punto de vista bastante alternativo… Os dejo con este ratón un tanto rebelde…
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Muy bueno el punto de vista, Benjamín. Lo cierto es que ese cuento, al menos en la versión de la poderosa y mojigata «fábrica de sueños», siempre me ha producido un poco de sarpullido: culto a la belleza, a la riqueza, al poder; injusticia, sumisión. Caperucita, al menos, nos enseñaba que teníamos que hacer caso de nuestros mayores y no adentrarnos en el bosque. Pero este ¿qué nos enseña? ¡Puaj!
De todas formas, en lo que escribes me surge una duda. La última frase, donde dice «roo» ¿quieres escribir «rompo»? ¿A la menor ocasión, le va a romper la varita..? Ay no, que se quedará para siempre convertido en caballo ese pobre ratón. Que se espere a que den las doce. Me cae bien, tu ratón.
Un abrazo,
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¡Hombre, Juan! Qué bueno tenerte por aquí. 🙂
Fíjate que nunca me había parado a pensar en lo clasista del cuento hasta que me puse en la piel del ratón, jajaja… Y sí, a mí también me cae bien. Muy buena tu apreciación, él quiere roer, que aunque en cuerpo de caballo su alma sigue siendo ratuna 100%, jeje…
¡Un abrazo!
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