Yo suelo recoger las hojas caídas del suelo. Hasta hace unos meses, no me daba ni cuenta de su existencia. Pero ahora que es otoño y el viento sopla más fuerte, y las ráfagas sacuden los árboles hasta despojarlos de sus hojas multicolores, percibo que mis pequeños pies pisan algo más que cemento y tierra. En esta estación, los árboles se tiñen de distintas tonalidades. De eso tampoco me había dado cuenta, hasta hace poco. Pues como decía, recolecto las hojas de colores varios, pero también, observo la hierba y las flores. Hay múltiples formas y colores que ofrece la naturaleza, más aún en ese color, cuyo nombre aprendí a decir a mi manera: el «tete». Por todas esas razones, hoy no salía de mi asombro cuando vi que aquel hombre, enfundado en un atuendo de color «tete», trituraba esa hierba espesa con la que empezaba a coquetear, con una máquina que hacía un ruido ensordecedor, y después, otro hombre, vestido con el mismo uniforme, con un tubo que expulsaba aire, dispersaba los restos de hierba que habían quedado sobre el pavimento. Me hubiese gustado ir al rescate de «mi hierba», pero poco podía hacer con esos hombres enfundados de «tete» y armados con semejantes artefactos y que supuestamente hacían un bien a la comunidad podando la hierba. Menos mal que la hierba es caprichosa, como la vida. Estas cosas se van aprendiendo poco a poco.
Mis hijas y yo recogemos flores, a veces hojas. Y tenemos nuestra pequeña colección de la primavera pasada. Es bonito eso.
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Sí, esa curiosidad innata y la capacidad de recibir los regalos de la naturaleza. A mi me encanta coleccionar hojas también.
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