Hay niebla en la clase,
hace frío.
Suda colores la hoja entre la escarcha.
Los pupitres se cubren de nubes.
Los números juegan a las parejas de a tres,
y son uno y seis
de un impar feliz;
y nació niña.
Son cuatro y tres con el uno y el nueve.
Siembran tiempo y se van de paseo.
El seis se quedó en el centro, soltero.
Sale el sol, mediodía a las tres.
El profesor se va a comer,
queda un trío con el uno y el dos.
Suena el reloj:
tres palomas vuelan, cinco gallos cantan,
una gallina escarba la basura en la puerta,
y así, durante el día los números juegan
al esconder cien.
Durante la noche se acuestan a mi lado,
acunan sueños.
Los ceros se quedan solos debajo de la cama
y por más que hacen el amor,
nunca se quedan preñados.
Juegan
a dividir, sumar, restar, protestar.
Sin conseguir el efecto
de la consecuencia.
No encuentran cantidad sin unidad
y se entregan al polvo
y vuelan por la niebla sin valores propios.
Hace frío,
aplauden:
tan solo cuentan grados.
Amanece: el juego hoy es de cero a uno.