MARZO
Soy yo – DistopiaUtopika
- Soy yo
No huyo de mí
pero tampoco quiero encontrarme
Mis grietas son mías
aunque por ellas no sea yo el único que cae.
Soy causa
origen
persona
de cada una de ellas.
Creo terremotos
decepciones;
creo catástrofes naturales y artificiales.
Creo en mí
y en ti.
Soy yo, aunque no lo parezca.
Me mantengo en mí
mientras te dejo elegir.
Porque me apetece todo
aunque no piense nada.
Soy yo, aunque no lo parezca.
Acto de fe – Verónica Boletta
- Acto de fe
Los domingos suenan.
Cesária Évora
canta Sodade.
Esa música miente alegría.
La letra
clava
puñales.
Clave de do – Blacksmith Dragonheart
- Clave de Do
Un ciclo sin fin.
Empieza donde quieras,
por los pies o la cabeza,
por la intimidad o la confianza.Empecemos por la intimidad.
Vamos a susurrar lentamente.
Tocar y escuchar.
Escuchar es importante.Recorra el pentagrama
desde la clave,
con los labios o las manos,
según el instrumento.¿La viola o la flauta dulce?
Si la viola, agarre el cuello con la izquierda
y la vara firme con la derecha.
Igual apriete suave y sin violencia.Si la dulce, tome con ambas manos
y apriete los labios.
Lea el pentagrama, sople
y toque lo que ella le pida.Toque con firmeza y sin pausar,
respetando los tiempos,
si crescendo o decrescendo,
si pide piano o pide forte.¡Entregue el alma!
Tocar un gran instrumento
requiere un don que lo anterior
le sume mucho el sentimiento.Toque cada punto dibujado
suave y con esmero,
que el compás de esas curvas
requiere respeto.Respeto y valor
de ser tocadas y amadas
por el artista más violento
porque de ese es el cielo.Levante el papel,
cambie de página
sin perder el aliento.
Porque llegó el momento.El estribillo se repite,
ella canta el coro.
La pieza sigue en marcha
y usted sube de tono.La frecuencia es baja
pero angelical.
Suena suave y sin igual.
El cielo trae y mieles da.¡Invoque al espíritu
y que caigan las estrellas!
Que el acorde final
estremezca hasta a las piedras.Luego viene la confianza.
El instrumento que se toca
se trata con dulzura
y se pretende que dure
para muchos recitales.En clave de Do ha tocado
y a hembra Gamma ha deleitado,
con el arte de sus labios y sus dedos…
sin nombrar el instrumento.Si usted es macho Gamma
el ciclo se repite:
La eternidad y el cielo es suyo.
Y tocará para Dios y para siempreEn clave de Do
un hermoso pentagrama
y dulces instrumentos,
grandes y bajos,
y armonías de tenor.Ilustración sinestésica de cómo tocar un pentagrama en «Clave de Do».
Virgen de lujuria – Elvira Martos
Música en el metro – Mayca Soto
- Música en el metro
Photo by Robert Tudor on Unsplash Elena entró en el vagón pensando en Javier, otra vez en Javier. Siempre en Javier. Mañana, tarde y noche, esas seis letras grabadas en su mente, una y otra vez repetidas, como la voz que reverbera en las paredes de una casa sin muebles.
Esa noche había vuelto a soñar con él. Un sueño desagradable. Le había visto engullido por la bañera de casa, absorbido de pronto por un remolino enorme que lo había tragado sin remedio, sin que ella pudiera hacer nada, sin haber tenido tiempo de agarrar su mano para ayudarle.
Hasta que no pasaron cinco minutos, no empezó a percatarse de la música, inusualmente alta, que se oía en todo el vagón, casi vacío; eran solo las siete de la mañana. Poca gente se levantaba tan pronto para ir a trabajar y siempre reinaba una calma soñolienta, era como estar aún entre sábanas, remoloneando, con tiempo para desperezarse, lejos de la vorágine que la engulliría quince minutos después.
La música procedía del teléfono de una mujer musulmana —supuso, por el pañuelo en la cabeza—, que se sentaba frente a ella. Miraba abstraída su teléfono, como si observara cuidadosamente las notas estridentes que escupía su pequeño aparato, ajena al ruido. Tan sumida esa mujer estaba en sus pensamientos, como ella en el dolor que le causaba Javier.
De repente, le sobresaltó el ruido de las puertas que se abrían y los gritos de otra mujer que Elena recordaba haber observado antes, concentrada en la lectura de un libro:
—Mora de mierda, aquí la música no se pone tan alta. Vete a tu país a escuchar esa porquería.
Por un momento, pareció que la mujer musulmana iba a alzar la vista y a decir algo, pero solo parpadeó y siguió mirando la pantalla de su teléfono aunque, apenas treinta segundos después, apagó la música.
A Elena, que había estado mirando perpleja la escena, la asaltaron sus propias palabras subiéndole por la garganta y saliendo disparadas por la boca, dejando ir toda la rabia y la tensión acumulada en todo un mes de insomnio por Javier:
—Pero ¿tú que te has creído? Tú sí que eres una mierda. ¡A ver si eres tan valiente delante de los chavales que ponen la música a todo grito en el metro! ¿A que no te atreves, imbécil? Que hoy con la mala leche que tengo, soy capaz de…
Las puertas se abrieron y la mujer racista bajó apresurada.
Elena dio un respingo y de un salto se apeó en su parada a tiempo, más liviana.
Desde el andén, vio que la mujer musulmana la miraba, sonriéndole tímidamente.
Vida – Poetas Nuevos
- Vida
Un pedazo de corazón
incrustado
entre las agujas
de mis ojos.Beber
tranquilo
un par de miradas
honestas.La herida
de por si es recuerdo,
el dolor,
su escuela.Volar
sobre trapecios,
sin tropiezos
es un sueño
para todo lo demás,
la vida.
El día que morí – Benjamín Recacha
- El día que morí
Imagen libre de derechos obtenida en Pixabay El día que morí, murieron otras muchas personas, como cada día. Yo lo hice después de una vida larga, de la que, haciendo balance de los buenos y malos momentos, me puedo considerar afortunado. Habría preferido evitar el mal trago de la embolia que me postró en la cama durante dos semanas de agonía; un infarto mientras dormía habría sido más benévolo, pero qué se le va a hacer.
Otros lo pasaron peor, y su fin fue, a todas luces, mucho más injusto.
El día que morí, también murió un obrero a quien le cayó encima una pared mal apuntalada. Murieron una madre y su hija, atropelladas por un conductor borracho; y una mujer, ejecutada a pedradas por tratar de huir de un marido que la maltrataba. Otra murió desangrada, como consecuencia de un aborto clandestino.
Un hombre murió tras lanzarse al vacío desde la azotea del edificio de donde lo iban a desahuciar. A una prostituta la estrangularon tras haberla violado, y tiraron el cuerpo en una cuneta.
El día que morí, una patera con treinta personas a bordo se hundió en medio del mar, sin que nadie atendiera sus llamadas de socorro. Otras diez murieron al intentar saltar una valla fronteriza, víctimas de los disparos de los guardias.
Ese día, el que yo morí, un misil “extraviado” hizo saltar por los aires una escuela, con más de cien niños y varios maestros dentro. En otro lugar, las bombas certeras arrojadas desde un avión borraron del mapa un pueblo entero y a sus dos mil habitantes.
El día que morí, en un país olvidado, incontables personas anónimas murieron de hambre.
A mí me mató una embolia. No fue agradable, pero morí en la cama de un hospital, con mis manos entre las cálidas manos de mi esposa amada.
El día que morí, una mujer murió dando a luz en la cárcel. Y del cemento agrietado de sus muros brotó una flor diminuta.
Perdedores – DistopiaUtopika
- Perdedores
Los perdedores
no ganan honores;
ganan jirones en la piel
para quien pregunte
por sus perdones
que solo a ellos les corresponde.
Todo tan relativo
que mientras para el resto pierden;
para ellos ganan a veces.
Imagen de fondo: Clave de do, por Blacksmith Dragonheart.