El país del agua


Agua salvaje. 
Agua que ruge. 
Agua que vibra. 
Agua que luce. 

Agua tranquila. 
Agua que cura. 
Agua que fluye. 
Agua que es pura. 

Agua que arrasa. 
Agua que vive. 
Agua que baila. 
Agua que es libre. 

Agua escultora. 
Agua que late. 
Agua que crea. 
Agua que es arte. 

Agua que nutre. 
Agua que sacia. 
Agua que limpia. 
Agua que es magia. 

Lo que yo quiero


Quiero reír. 
Quiero que la gente ría. 
Quiero que no haya casas sin gente ni gente sin casa. 
Quiero que desaparezcan la envidia, la ambición y la codicia; qué palabras tan feas. 
Quiero vivir en el Valle de Pineta. 
Quiero vivir. 
Quiero que la gente viva. 
Quiero que los poderosos se vuelvan débiles. 
Quiero que nadie se crea mejor que nadie. 
Quiero que la gente quiera compartir. 
Quiero amar. 
Quiero que la gente ame; a otra gente, a su gato, a su pueblo o a la tortilla de patatas. 
Quiero que las armas se transformen en pan. 
Quiero que los fascistas se transformen en gusanos (lo que sería mejorar en cuanto a forma de vida). 
Quiero que todos seamos feministas. 
Quiero que se acabe el cuento del «crecimiento sostenible»; la única salida es el decrecimiento. 
Quiero que desaparezca el dinero. 
Quiero bailar. 
Quiero abrazar y que me abracen. 
Quiero que las lágrimas sean de alegría. 
Quiero escuchar. 
Quiero que los explotadores tengan que sobrevivir con el salario mínimo. 
Quiero que salga de su zona de confort quien quiera, y quien no, que se quede en ella. 
Quiero ser empático con quien merezca que lo sea. 
Quiero que no haya que ganarse el pan con el sudor de la frente. 
Quiero vivir del cuento. 
Quiero escribir tan bien como Miguel Delibes, John Steinbeck y Ursula K. Le Guin. 
Quiero leer La princesa prometida otras cinco veces. 
Quiero aburrirme por puro gusto. 
Quiero pasar más tiempo con mis amigos. 
Quiero filosofar sobre la vida tomando cervezas. 
Quiero a mi hijo, a mis padres y a mi hermano. 
Quiero cantar Bohemian Rhapsody en Wembley. 
Quiero viajar a Islandia y a Groenlandia. 
Quiero tocar la guitarra tan bien como en mis sueños. 
Quiero seguir siendo joven. 
Quiero sentir mariposas en el estómago, porque, aunque sea un lugar común, cada aleteo es único. 
Quiero que ninguna cosa valga más que la vida. 
Quiero que la gente tenga ilusión. 
Quiero vestir de verde y tener esperanza. 
Quiero conservar el pelo. 
Quiero que el glaciar de Monte Perdido no desaparezca. 
Quiero ver lobos en libertad y que nadie quiera matarlos. 
Como cantan M Clan, «quédate a dormir, es todo lo que quiero en esta vida insana». 
Quiero que quieras querer. 

Bajo las ramas del roble


Sentado bajo las ramas del roble, veo comer al cernícalo. Arranca un pedacito de carne, levanta la cabeza, mira en torno y repite la operación. 

Escucho el aleteo de los cuervos y sus graznidos, indolentes, burlones, alarmantes. 

Las aves cantarinas animan el ambiente con sus silbidos multicolores. 

Un búho, o quizás un cárabo, ulula en el bosque, y el pico de un picapinos percute contra un tronco. 

De vez en cuando, se oyen mugidos y cencerros, y las ocas de la granja cercana graznan escandalosas. 

A lo lejos, saluda el cuco. 

Un zumbido proclama la resistencia de las moscas ante el invierno cercano. 

Una urraca anuncia su presencia, y el arrendajo responde ruidoso, mientras despliega su colorido vuelo. 

La brisa sopla, y oigo el roce de las hojas caídas del roble. Ya no quedan muchas en el árbol. 

Una bellota se rinde a la gravedad y golpea contra el suelo. Otra. Unos metros más allá, también cae una pequeña manzana silvestre. 

Dos ruiseñores aterrizan cerca de mí, saltironean nerviosos sobre la hojarasca, y enseguida se alejan con su vuelo vibrante. 

De salto en salto, un mirlo inspecciona el terreno. 

El sol de diciembre desciende en el horizonte. Todavía me acaricia las mejillas. Bajo las ramas del roble, aún me calienta el alma. Unos minutos más. 

Realidades cuánticas


Photo by Ehud Neuhaus on Unsplash

Lo primero que me hizo sospechar que algo raro pasaba fue que abrí la puerta con solo medio giro de llave. La cerradura no estaba echada, y a aquella hora nunca había nadie. 

Pensé que quizás mamá había vuelto antes del trabajo; no había otra opción, porque yo estaba seguro de haber cerrado al salir por la mañana. ¿O había olvidado hacerlo? Dejé las llaves en el recibidor, me quité los auriculares, y la música proveniente del interior del piso resolvió la duda enseguida. Mamá estaba allí… con los Foo Fighters a todo trapo. 

Vale, aquello sí que era raro. Mamá había hecho pellas del curro para escuchar mi grupo favorito, el mismo que le provocaba escalofríos cada vez que entraba en mi habitación. «Pero hijo, ¿cómo puedes estudiar con esa música infernal?». «Me ayuda a concentrarme», le respondía, y, horrorizada, regresaba sobre sus pasos con la mano en la sien y los ojos en blanco. 

Pues ahí la tenía, sólo faltaba encontrármela bebiendo birra y fumándose un porro. Siniestro, ¿verdad? Pues ojalá hubiera sido eso. 

Porque no, mamá no había vuelto antes de tiempo. 

«¡Ya estoy aquí!», grité para sobreponerme al volumen de Best of You. Dejé caer la mochila en el sillón del comedor y me adentré en el pasillo, y entonces se abrió la puerta del baño. «Hola, ma…». Las palabras se me congelaron en la garganta, porque frente a mí se plantó… Es decir, me planté… Vaya, que allí estaba yo. Sí, leéis bien: era yo. Solo que no podía ser yo. 

¿Tenía un hermano gemelo que mis padres me habían ocultado? Porque un clon tampoco podía ser; no éramos ovejas. Eso es. Como mis padres se divorciaron cuando yo tenía tres años, cada uno se quedó con un hijo, y como yo era tan pequeño no recuerdo nada… Claro, había sido una experiencia tan traumática que había borrado todo recuerdo de mi hermano gemelo. Eso tenía que ser… Menuda gilipollez de explicación. 

…..

Aquella tarde había tenido que salir por patas para evitar que los malotes del insti se divirtieran torturándome. Tenían fijación con «el rarito que lee cómics y escribe cuentos». Normalmente no pasaban de las burlas y alguna colleja, pero esta vez me habían acorralado junto a los contenedores de basura, y, llamadme malpensado, me olí que pretendían ir un paso más allá. No estaba dispuesto a permitir que me quitaran el cuaderno con mis historias, así que cargué como un jabalí asustado y, no sé cómo, logré escabullirme. 

Corrí en estampida hasta casa. Empapado en sudor, con el corazón en la garganta y las manos temblorosas, conseguí deshacer la doble vuelta de la cerradura, y me refugié dentro. 

Mamá aún tardaría un par de horas en regresar del trabajo, así que podría poner los Foo Fighters a toda pastilla para relajarme mientras hacía los deberes. La profe de física nos había pedido que buscáramos información sobre las aplicaciones de la mecánica cuántica. El tema parecía interesante. Nos había hablado de experimentos con haces de luz que parecían cosa de ciencia ficción, pues las partículas lumínicas iban a su bola sin que los científicos pudieran explicar el porqué. 

Encendí el ordenador y abrí la Wikipedia. «La mecánica cuántica es la rama de la física que estudia la naturaleza a escalas espaciales pequeñas, los sistemas atómicos y subatómicos y sus interacciones con la radiación electromagnética, en términos de cantidades observables». Me imaginé al capitán Spock escribiendo aquello. 

En Youtube encontré un vídeo en el que un científico japonés con el pelo blanco decía que era posible que un mismo átomo estuviera en dos lugares a la vez. De hecho, a partir de un suceso, se abrían varios escenarios, y era posible que todos se desarrollaran, de forma que habría incontables realidades paralelas… Guau…

Mientras sonaba el Best of You, mi cabeza ya trabajaba por su cuenta. Me estaba meando, así que fui a vaciar la vejiga. 

Pensé que podía escribir una historia en la que el protagonista se encontraba consigo mismo. Cada yo vivía en planos distintos de la realidad, pero, por algún motivo, confluían… Las mejores historias se me ocurrían en el baño, aunque aún debía hallar una buena explicación para ese encuentro cuántico. 

Le estaba dando vueltas al asunto, cuando al salir del baño no imagináis qué pasó: ahí estaba yo… O sea, mi otro yo. «Hola, ma…», dije; es decir, dijo. Yo estaba flipando, no tanto por el encuentro imposible como por constatar lo que mi imaginación había sido capaz de crear. 

«¿Y si en vez de dos, hago confluir tres realidades paralelas?», fue el loco pensamiento que generaron mis neuronas, aún con mi otra cara desconcertada a un palmo de mí. 

En ese momento, se oyó la llave en la puerta. Mamá estaba de vuelta… y se encontraría con su hijo repetido. «¿Eres mi hermano gemelo?», preguntó por fin mi otro yo. Estaba bastante más empanado que yo (menudo lío de pronombres), tanto que no reaccionó al sonido de la cerradura, ni siquiera al de la puerta al cerrarse. No se giró hasta escuchar el grito ahogado de nuestro tercer yo. 

Yo (el original) debería haberme mostrado tan horrorizado como los otros dos, pero aquel material era tan bueno para escribir una historia genial que imaginé que volvía a sonar la llave en la puerta y aparecía un cuarto yo. Quizás fuera excesivo, pero el descubrimiento de aquel poder para hacer confluir realidades paralelas me excitaba tanto que no podía parar. 

Sonó la llave en la puerta. El corazón me aporreaba las sienes. Sentía la adrenalina fluir por todo mi cuerpo. Sonreía como un bobo… y un poco también como un supervillano. Debía reconocer que sentía debilidad por los supervillanos. 

Mis otros yos gesticulaban nerviosos. Estaban asustados. Sentía su miedo, me divertía imaginar que se transformaría en histeria cuando en un instante apareciera el cuarto yo… y quizás un quinto… 

Sin embargo, esta vez sí era mamá.

El ratón que no quería ser caballo


Foto de Giuseppe Martini para Unsplash.

Yo nunca quise ser un caballo, y menos, enganchado a una carroza. Mi vida como ratón me gustaba. Era peligrosa, pero yo estaba acostumbrado a vivir al límite, siempre con la adrenalina fluyendo. Era divertido.

La maldita hada madrina no me dejó elegir, ni a mí ni a nadie. Mira a los pobres lagartos, convertidos en aburridos lacayos, obligados a atender a la pánfila de Cenicienta…

Que sí, que qué lástima de muchacha, que qué vida tan injusta y todo lo que quieras, pero mírala qué pronto se le olvida la conciencia de clase. La sirvienta explotada y maltratada perdiendo el culo por codearse con la aristocracia, y sin el menor remordimiento por recurrir al mismo elitismo que a ella le amargaba la vida.

Yo nunca quise ser un caballo, y menos, domado. Como ratón, disfrutaba de mi libertad, consciente de que cada día podía ser el último, sin nadie que me controlara.

Nunca quise ser la mascota de una humana; al contrario, la vida era excitante esquivando trampas para alcanzar la recompensa de un pedazo de sabroso queso o de deliciosa tarta.

Sin embargo, aquí estoy, con el corazón tan acelerado como siempre, pero atrapado en este cuerpo enorme incapaz de liberarse del hechizo que lo mantiene sumiso, encadenado a una calabaza convertida en una carroza que no podría ser más cursi.

¡Maldita hada madrina!

A la menor ocasión, le roo la varita.

Reverso del tiempo



En el #ReversoDelTiempo, el viento empujaba las nubes sobre las montañas. Las cascadas rugían salvajes y los bosques cubrían las laderas. La lluvia calmaba la sed. Las flores pintaban los valles, e insectos y aves cantaban. En el reverso del tiempo, la vida.