Ariadne


He soñado tus ojos, he sentido la suave piel de tus manos jugando delicadamente con mi rostro. Escuché tu voz y sin dudas creía que de un ángel se trataba; así seguí durante múltiples sospechosas y crecientes lunas hasta que llegó el revés de las inesperadas fantasías.

Una tarde decidí entregarme al canto que vibraba en mis oídos y descender a las arenas de Morfeo. Mi curiosidad latía fuerte, desde mis ojos hasta mi fuente, acelerando los trotes de mi corazón nervioso. Cero sospechas del personaje que decidió aparecerse, solo sé que la sentía íntimamente familiar, su risa, su voz, el poder de su tacto. Como si con mi corazón jugara, sentía que mi espíritu sonreía con suma facilidad. Y así, en la cúspide de la felicidad ignorante, caí.

Esta niña que siempre veía en fragmentos, nunca a visión de un ser completo… Poco a poco cambiaba su forma, empecé a notarlo cuando el clima se tornaba húmedo y pesado. Un golpe de invierno, indicando la caída de las hojas y el marchitar de las flores, el despeje total de las ilusiones. En un solo golpe, la niña ya estaba lejos de un ser humano.

Frotándose el rostro con sus garras, arrancando violentamente sus cabellos, dientes corroídos chocando entre sí, simulando gritos de dolor y carcajadas agudas al mismo tiempo. Sus ojos, profundos globos verdes de hermosura caían brutalmente quebrándose en el suelo como dos esferas de vidrio. Su garganta se ensanchaba y un espantoso gruñido emanaba de allí, paralizando de temor cada vello, cada pestaña, cada pieza de mi sensible ser.

Aterrado, como si de mi peor pesadilla se tratase, me di a la fuga. Trotando tan deprisa como podía entre cada tropiezo que tenía, sus gritos desgarradores me perseguían, violándome los tímpanos y la inocencia de mi fe.

Desesperado por ocultarme trataba de llegar a una conclusión ¿Qué demonios sucedía? y ¿quién o qué era lo que a mis ojos buscaba? Bajo todo obstáculo esquivaba su mirada, hasta que di con ese pertinente pensamiento.

Uno de mis temores más reales, poderosos y constantes, la razón del evadir tan ágilmente el encuentro sagrado, la responsabilidad en concepto y la concepción de compromisos vitales.

Dicen que a los demonios los expones cuando de su nombre te vales. Dicen que el solo descubrirlo, te dará influencia sobre sí.

Solo me tomó un sacrificio poder dar con el secreto.

Muy en mi inferioridad se encontraban aquellas letras que componen su identidad.

Ariadne.

Desde mi ser, que aún duerme profundamente, te clamo perdón, te ruego por esperanza, te digo que cambiaré.

En mis brazos algún día podré recibirte.

Perdóname.

 

Revés en reloj


En los extremos corrosivos

lo corrupto siempre se protege;

cuando ganan los forajidos,

exiliando a las vidas

que luchan por el pan.

 

Espíritu abatido

brinca por la tierra

buscando el ecosistema ideal.

 

Sobrevivir,

ley del que busca ser fuerte.

 

Para todo vidente

que su propia partida asimiló,

recordad siempre la ley:

Ser visitante no asemeja

el papel de habitante.

 

Aspiraciones de gloria

y versos vibrantes,

se forja una idea:

A sembrar semillas

cosechar verdades.

 

Liberar raíces

alimentar el futuro,

evitar la lúgubre promesa

que de la madre

no surgirá más vida.

Océano blanco


Me apoyo en los intestinos de una bestia metálica en busca de mantener el equilibrio, esperando llegar cuerdo a mi destino. Cada mañana me miro en el reflejo de sus ojos, buscando respuestas. Sonrío, pero solo puedo ver claramente mi aspecto de andrajoso circense, un personaje que la única área que domina es hacer malabares con su vida; continúo la rutina y decido permitirme hacer el ridículo artísticamente a causa de necesidad, llevando a conciencia que mi supervivencia en este océano es toda una dificultad.

Aprendí a nadar cómo la mayoría en este planeta, lanzado sin advertencia alguna hacía las profundidades de un agujero con agua de dimensiones desconocidas. Para algunos habrá sido piscina, para otros un charco lodoso o una laguna, y los más audaces cayeron directo a la humedad fresca del mar azul. En mi memoria yace vivo el recuerdo de un río, con la temperatura más baja que haya sentido jamás; justo allí fui marcado por la cruel experiencia del miedo.

Muchas veces puedo sentirlo de nuevo. La garganta contraída, orificios nasales mecánicamente tapados, la vista borrosa y la ansiedad controlando mi cerebro; la sensación terrorífica de estar ahogado, incluso sin estar nadando bajo el agua. Sencillamente viene a mí con la fuerza y escala de una ola de tsunami, y aunque la repetición le ha dado rutina dentro de mi longevidad en esta vida, nunca estoy listo para la marea… solo respiro consciencia sabiendo que siempre viene, siempre golpea.

 

Ofrenda


Vivo en paz con el aire, junto a la brisa mi calma llega a cualquier alcance. Mientras viajo con los vientos, el fuego me dirige con su infinito combustible; nunca hiere, solo me impulsa con fuerza hacia adelante.

Cada sendero te enlaza en su cierre a un nuevo e inesperado destino.

Con las llamas me traslado hasta el elemental dormido, ese que en breves instantes pasa de la calma a lo salvaje; a pesar de todo yo al agua no le temo, solo le guardo admiración y genuino respeto, me seduce con su abrazadora humedad que siempre acaricia las pieles, las torna color cristal. Por ella me dejo llevar, su marea me pilotea, y si me dejo descuidar, su impecable fuerza a las profundidades me secuestrará.

Ojos cerrados, memorias reprimidas. Mi mente se despierta sobre la orilla de una playa serena, aparentemente desolada pero plagada de secretos. La arena brilla, se siente cálida pero no enciende brasas en mi cuerpo. La prosa en pausa, poco a poco recupero el aliento; se desemperezan las extremidades, los choques de marea contra tierra empiezan a vibrar en mis oídos. Escucho susurros curiosos que no parecen provenir del cielo, del mar o el calor que me afecta, tampoco parecen provenir de algún lugar particular en la brújula de mi presencia.

Sin embargo, guardo mis sospechas de que el origen de las voces anónimas surge directo debajo de mí. La tierra susurra y es claro que de mí espera respuestas, acciones, conexiones con la esencia elemental, o al menos eso me permito pensar.

Todo retorna a la tierra, hogar de la vida. A medida que muchas cosas crecen de ella, otra materia regresa para renacer. Fuente de canje entre los elementos, baúl de alquimia y epicentro de los ejes que mantienen los ciclos en eterno equilibrio.

En presencia del astro amarillo a mis baterías carga nunca faltará, y aunque los velos negros se impongan al final de cada tarde, mi cáliz de energía siempre vibrará en búsqueda de otra fuente de luz para alimentarse.

La curiosidad me lleva hasta la luna y en ella encuentro la virtud del balance, mi perfil cambia y simulo el rol del mar azul que a los movimientos del satélite plateado responden sin dudar como si de su capitán se tratase. El gran compás lunar lleva el timón de los océanos, marca con su presencia una cadena única de frecuencias por todos los puntos que ocupan la tierra, que viajan en el aire, procrean el fuego y cementan la química del trueno. A todos nos agita, de principio a fin, durante la vida hasta la muerte, y más allá.

Te diré un secreto que pocos aceptan, nunca deja de haber luz incluso al final del túnel.

Centrífuga


¿Qué significa cometer un error?

Pues, nada.

Errar es de humanos, así que eventualmente y sin duda alguna vamos a equivocarnos. Independientemente del resultado y las condiciones que llevaron al hecho, el meollo del asunto es atravesar la burbuja del aprendizaje.

No siempre pasa. Naturalmente, este sistema de reconocimiento y corrección efectiva no suele acontecer tanto como es necesario. Muchas lecciones quedan en “próximamente” y el polvo de nuestras pieles se va a invadir las verdades más evidentes a nuestros alrededores. Puede ser que hasta nos nuble el presente, opaque un poco lo importante.

Decirlo… no es algo de débiles. Aceptarlo es de entusiastas. Enmendarlo, necesario. ¿Cambiarlo?, de valientes.

Si no volvemos al camino es porque, así de simple, no queremos.

Reflexionamos, buscando causas, efectos y respuestas definitivas.

«Lo hago, me arrepiento. Lo disfruto, así que miento. No hay enmienda, pierdo el tiempo. Nadie mira… yo no lo siento».

Actúo y engullo el momento.

Vitamina C para el futuro tormento, aquel que no sé si me depara pero quizá, solo quizá… me merezca.

Vivir para uno, respirar cada carbono. No sufrir mis acciones, no doblar en las esquinas… aunque dé mil vueltas, solo ganar y ser perdido en realezas.

Qué dulce es la riqueza.

¡El agua es para los pobres!

Yo tomo vino, o degusto cerveza.

Te calma el filo de la espada,

o le tienes miedo a la certeza.

El que no ha pecado, que lance la primera piedra.

Escucho serpientes en el ático, el aullido de un perro me atormenta.

Recién me han tocado la puerta.

Alguien me busca, cobrarme no le pesa…

Nunca se espera que el karma caiga a cuestas.

 

Uróboros


No lo puedo negar, he sido un mártir sin causas fehacientes, silencioso en mi derecho pero parcialmente inconsciente de la propia disyuntiva. Alguna vez tuve la razón en muchas cosas y me aproveché de la rara epidemia de certeza que llevaban mis aseveraciones, todas adecuadas, siempre en el blanco, nunca vislumbradas entre disparates; tal cual un hechizo que me dotaba de un ojo de halcón argumentativo, perspectivo y genuinamente increíble. Pero aquél tiempo era otro, nada que ver con el ahora. Pocos eran los que se levantaban a enfrentar la verdad que yo representaba; pero cómo cada cuento en la vida surgió por naturaleza una contrariedad de espejo para enfrentarme; mal de mí, haber pensado que yo era y sería la excepción de carne, hueso y espíritu.

Sin esperarse, un día de pocas predicciones se avecinó ese opuesto que me pondría en “mi lugar”, sacándome del nado libre en el que me regocijaba usualmente. Esta persona era un ídolo, una gran mujer que poco se ha visto caminando esta sociedad atorrante. Cargaba en sus pasos una energía increíble, parecía mimetizarse con la del ambiente para aprender de él; fácilmente luego se convertía en la fuente dominante que dirige, que marca pautas, que abre y cierra las puertas sin ecos ni secuelas. Sinceramente su habilidad era increíble.

Esta mujer era un misterio, no tenía idea de donde había surgido y por qué motivo llegó con tal determinación de atacar mi dominio del entorno. Un ataque furtivo sin duda alguna, aquel don innato de la crítica era sencillamente mortal.

A poco esfuerzo derrumbó mi orgullo, la desfragmentación que siguió a continuación fue algo dura y muy veloz, en un minuto había certeza sin brújulas ni líneas de guía, al otro solo abundaba maleza.

Sensaciones extrañas siempre quedan al final de un duro golpe, y uno de estos fue que al fin y al cabo, se sintió bien haberme caído, haber sido tumbado de mi eje y más aún que esta individua haya sido la culpable. Su fuerza, me interesa.

En materia de reflexión decidí observarla con los ojos cerrados, su recuerdo y la sensación de rabia que me evocó. Intenté hacer a un lado las malas intenciones junto a las decepciones, empecé a verla cómo algo más, casi, una enemiga que admirar… para aprender, para derrotar.

Este individuo desconocido poseía el conjunto de características que eran –en teoría- opuestas a mí, sin embargo por ley, aquellas herramientas que destacaba eran las que realmente yo necesitaba para ser un individuo perfecto.

La incógnita es ¿Acaso soy yo su otra mitad?

Ceniceros


Un café cerrero en una mañana que empezó más tarde de lo usual, día en que el desayuno se convirtió en un indeseado porque todos los antojos se arrimaron en una sola barca de horas; básicamente, el camino era estrecho y los transeúntes muchos.

 

Apenas despegaban las 11 am y ya no era tiempo para el desayuno, una merienda o almuerzo precipitado. Sin embargo, todos sabemos que al igual que muchas criaturas el humano también desea sus antojos saciar; si viajan las horas y ni un placebo se manifiesta entonces la  búsqueda instintiva por lo “justo” se ejecutará en un piloto automático inconsciente, mecánico; el día ya habrá empezado y la ceguera voraz del apetito que capitaliza en los caprichos, no te dejará caer en cuenta de los hechos, solo te queda esperar el eventual exorcismo de tu pasajero.

 

Son las 12:30, el medio día marcado y ya tienes remordimientos apilándose en el cenicero. Aún estás en período de quema, la madera que brinda calor a la impulsividad ardiente que ahora te domina son tus deseos más simples y básicos. Llegar al vicio es el punto de partida para su juego y todo esto puede empezar en cuestión de un par días perdidos en tu tiempo, o quizás solo unas cuantas horas pesadas, minutos intensos o hasta extremos segundos.

 

¿Serán las 2 de la tarde? o quizá solo hemos avanzado 20 minutos desde el último esguince de consciente estado mental, el concepto del espacio sigue siendo el mismo cuando los impulsos han tomado control, cuando parece ser alguien más quien domina tus pasos y apila las vergüenzas al cenicero que fija cómo centro de mesa mientras devora tus pensamientos más crudos, sin ánimo a masticarlos primero. La gloria de envenenarte es su placer y de ahí en adelante fomenta ideas autodestructivas para el móvil de sus hazañas, así es cómo funciona esta posesión.

 

Todo se convierte en un juego sadista en el que el tiempo y espacio se desfragmentan, los sentidos se nublan poco a poco y el elenco de emociones protagonistas es reducido. Eres feliz, amargado, o tienes extremos encima. Las cosas ligeras se tornan pesadas y la vida rutinaria se desmorona porque no puedes balancearla con éxito.

 

Esta posesión finalmente te dejará cuando se canse de jugar, cosa que solo acontece hasta que tu cuerpo quede deshidratado, la piel rosando tus huesos hasta que la carne que quede en ti sea más cartílago que grasa y músculos; el resultado final te deja cómo si la oleada más fuerte del verano haya atacado en forma de una nube que únicamente se posó sobre tu cabeza durante toda la estación.

 

Las colillas de vivencias que apenas puedes recordar son las que más dolerán al apagarse bruscamente; cuando aquel humo intenso finalmente se escape del interior al exterior puede que sucedan dos cosas, que aquel repetitivo pero cierto proverbio se convierta en hecho… del polvo vienes y en polvo te convertirás; o tal vez el daño colateral no sea terminal y aún puedas respirar nuevamente bajo un ritmo diferente; sin los pasajeros que buscan hurtarte el manubrio de las manos.