Círculo


Estoy hecho del desorden
de las cosas
que más llevo conmigo,
me propongo erguido
moverme,
y solamente estoy quieto,
aunque esté hecho
de pequeños movimientos,
pero no solo yo, sino todo,
ese todo en el que también
está nada.

Es vital
darse cuenta
de lo que implica
estar vivo,
no vayas a salir sin ti,
llévate contigo,
vete a vivir
que flotas,
siente el proceso
de oxidación
saliendo por la nariz.

Todo, hasta nada,
está vivo,
se mueven
los soldaditos de plomo
por la noche,
bailan las zapatillas
debajo de la cama,
las macetas
respiran.

Y lo normal,
es que en mitad
de este frenesí,
nos hubiésemos
quedado sordos,
pero en este ruido,
podemos estar tranquilos,
nadie nos escucha,
porque nadie nos pregunta.

Enrique Urbano.

Mantel de tela


Había un tiempo antiguo ayer,
un pasado visto hoy tan imperante,
que por aquel entonces
no sabía ser conmigo,
aquello que solamente
somos ahora.

No lo podía haber dicho antes,
porque ahora son hasta
todos esos momentos
que no están pasando,
pero levente se mecen
en saturnal imaginario
de desvaríos ya fantásticos.
Y por entonces,
seguro, no creería tener
las mismas manos
que tengo ahora,
pero en cualquier caso,
sabía que esas no serían
mis manos siempre.
Por este entonces,
de mi niño hasta mí,
desde aquel entonces
hasta ahora,
no es donde dije digo,
sino que lo que dije,
lo dijo un desconocido.

Enrique Urbano.

Miopía


Que triste el chico vaciar
de la jarra enorme del magín, 
y que lejos barruntan
ellos desde allí
la energía de esta flauta.

La escena del ser universal
repele a los mosquitos,
pero incendia el miedo
en la realidad vívida
que filman los ojos.

Esta es la única verdad íntegra,
y más allá de la realidad panorámica
enmarcada en las pestañas,
solo hay una endiosada vida muerta
que late sin nosotros.

Somos el lado oscuro de otros,
una careta virgen
que catalogar en el archivo
de objetos perdidos
hasta ser hallados.

Por eso me jode
que me cuenten el final,
que me adviertan,
avisen y revisen
de lo poco o tanto
que me estoy equivocando.

En mis poco menos
de ciento ochenta grados
de luz, colores y formas,
solo se ve lo que yo veo,
y solo yo puedo verlo.

Enrique Urbano.

Pena de pena


Aunque no la digan,
digan que la pena se ve,
se ve en un vaso triste,
triste, párpado y lleno,
lleno hasta lo invencible,
invencible y ahogado,
ahogado en un vaso de agua,
de agua triste.

Se llora como vuelan
los pájaros por no caerse,
con la misma lentitud y fuerza
con la que el mar soporta
el peso de un barco,
se llora al ver llorar
a otra gente estar llorando.

Se llora antes y después
porque no se puede
dejar de llorar,
pero de mi parte,
llora con la exclusividad
personal de tu llanto
diseñado por ti
y para cualquier otro momento
que no sea este.

Enrique Urbano

Eso es


Échale migas al pan
que todos se van
y yo aún no he vuelto
de mi tísico vaciar,
de mi desbordado
y jacto empacharme
de aires y espacios
que no sé dónde poner
en este volcán y pus
perfumado de lactante
ácido y ya senil.

Es el virar venoso,
apresurado lento,
de mi sedado rojo elixir
del sudor barbitúrico
del deshinchado
respirar entre llantos,
ese hueco entre esperas,
ese amago de huir,
un pellizco al invierno
del hombre suicidio.

Necesito encontrarme,
amigos diablos,
necesito saber
al menos a veces
si es verdad
que alguna otra vez
fuimos gente.
Enrique Urbano. 

Uno


Estoy casado
a esta habitación de mal,
a la rutina reptaria de abandonarme,
de conformar el intuir
del estertor maduro
de la fruta en el árbol;
el aire que a noches
pesa tanto aquí,
como vaho estrecho
y abiertamente selvático.

Pero como hay vida microscópica
negra en las esquinas,
hay cuatro estaciones
en una caja oscura.

Grito desde el pánico hondo
del dado zarandeado,
al ruido sordo
que me oye,
al girar apostólico
de alrededor de mi caja.

Solamente hay una cosa más,
pero no hay nada más,
no hay más esquinas,
no hay más caja.

– Enrique Urbano​.

Menudeo


No soy sino casi tan valiente
como alguna pompa de aire
en el embarrado pliegue
de un cerebro
que a ratos recuerdo
tener cuando se mueve.

Lo malo son los cataclismos
internos que respiran
en un guiño instantáneo,
o los golpes en el codo,
o cuando comes con las manos
y algún científico te recuerda
la novela microbiana
que tienes en los dedos.

Todo pasa por detrás de las cejas,
las ideas, los ratos,
todo menos la formación militar
de las farolas en la calle,
a menos que te gires
y te des con la frente.

No habrá obra faraónica
en mitad del camino
más grande y atornillada a la tierra
que sea más esquivada por el turismo.

Las farolas tienen esa propaganda
en forma de falda de teléfonos,
esos polvos amarillos
para que los perros no meen,
y esas puertas chiquitas
que parecen estómagos.

Ese bastón enorme
de los viejos y los borrachos,
es el ángulo muerto
de todas las cámaras,
una oda al trapicheo,
el lugar para apoyarte
a esperar a nadie
y que nadie te vea.

– Enrique Urbano.