
Su vida le había pegado duro, muy duro, con su mazo. Sencillamente no había tenido suerte, aunque la buscase con ahínco, y, sin remedio, un mal día se vio mendigando por las calles un pedazo de pan.
Consiguió cobijo, como otros tantos, en un sucio portal. Su cama era un trozo de cartón y otro su manta. Día tras día, mes tras mes, durante tres años, se arrastraba sonámbulo, sin rumbo, sin esperanza, sin destino. Cada noche hacía recuento, y se sentía feliz de vivir. Ése era su fin, sólo vivir.
Aquella fría mañana, cuando despertó, descubrió a su alrededor una serie de paquetes de regalos. Entonces cayó en la cuenta, era Navidad. Sonrió amargamente y, uno por uno, fue arrojando aquellos regalos en el contenedor de basura cercano.
Los mismos que durante todo el año le negaban incluso un pedazo de cartón, hoy le cubrían de presentes.
¡Hipócritas! gritó…
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