Ibas deprisa, sin contar los segundos, dejando atrás al viento y a aquel tarareo de alguna canción de The Rolling Stones. Deprisa como el viento, como el jadeo de los amantes bajo la lluvia. El color de tu boca florece cantos de sirena y rosas imaginarias que se deshojan en silencio, llena de pasos tristes te confundo con la risa, quizás, con la caricia de la muerte sobre el recién nacido, susurrándole al oído que regresará algún día. Algo en la melodía de tu andar me llevó a seguirte, no fue la sensación oruga de la soledad, qué inoportuno es el verano cuando brilla sin cadencias de olvido. Fui tras de tus pasos, ibas ligera de vestimentas, tus piernas firmas marcaban el ritmo de mi respiración, y el color de tus ojos, las palabras que te quise y nunca pude escribirte. Daba grandes bocanadas de aire para no perderte, y apenas si te veía en la multitud, y te imaginaba sonreír al viento trueno del amor. Tenía, a lo mucho, una o dos frases para comenzar una conversación, la referencia del espacio y el agujero gusano del desamor, algún detalle sobre eventos mutuamente excluyentes, y tu sonrisa como único indicio de fracaso. Vengo a verte pensar todos los días, el café es el único que entretiene tu silencio, la soledad del libro abierto nos olvida mientras tanto. Quizás de tanto caminar aprendamos las palabras exactas para decir te olvido sin habernos conocido. Para serte fiel sin recordar tu sexo invierno.
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