Todas las tardes voy al mismo Café y me siento en la misma mesa.
Todas las tardes lo hago a la misma hora. Todas las tardes de lunes a viernes, claro (los sábados y domingos no habría razones para ir).
Todas las tardes saco un libro, un periódico o una libreta para escribir. Cualquier cosa menos una revista, no quiero parecer farandulero, si no intelectual.
Pido un café, espero a que me lo traiga y suelto algún comentario gracioso o interesante solo para verla sonreir, mas nunca me atrevo a entablar conversación con ella.
Así paso todos los días; llego, pido un café, ella lo trae, suelto el comentario, ella su sonrisa y se detiene el mundo por unos segundos.
«Dicen que cuando conoces al amor de tu vida el mundo se detiene por unos segundos.»
Recuerdo esa frase de Big Fish cada vez que la veo sonreir.
No solo es su sonrisa, su voz es dulce melodía también. Si no fuese por evitar sonar patético diría que los pájaros se quedan mudos solo para poderla escuchar.
Esa es la segunda mejor parte del día, cuando me habla. Sé que solo es para cobrar el café, para darme mi cambio y desearme un buen día… Pero lo dice con tal cariño que su «vuelva pronto» me convence por completo.
Y así todos los días.
Todos los días hasta hace una semana. Llegué al café como siempre, pero esta vez iba decidido a hablarle. Esta vez saldría con una cita.
Para mi sorpresa, ese día me atendió otra persona.
«Habrá faltado al trabajo, se sentiría enferma» pensé.
Pero pasaron varios días y no la volvía a ver.
Comencé a ir sábados y domingos, quizá le habían rodado el turno. Pero no, tampoco estaba.
Al final mi curiosidad pudo más que mi paciencia y pregunté por ella.
No sabía su nombre así que tuve que describirla: de piel blanca, alta, pelo negro y ojos claros. Y sobretodo con una hermosa sonrisa.
La encargada supo de quién hablaba y con cara de tristeza me dijo «Hace unas semanas tuvo un accidente que la dejó en estado crítico. Tengo entendido que anoche la dieron por muerta».
No podía ser. Tantos años yendo al mismo sitio, viéndola, teniéndola tan cerca, pudiendo decirle algo, pudiendo conocerla…. pero no lo hice.
Fui a mi casa lleno de tristeza y frustración y sobre la mesa vi el primer libro que llevé a el café. Lo llevé unos días, pero no lo había vuelto a llevar ya que lo estaba terminando y se vería un poco tonto llevar el mismo libro ya terminado para parecer que hacía algo.
Me senté, lo abrí y en él encontré un recibo con el nombre del café arriba. En la parte de atrás tenía un numero de teléfono y una nota que decía:
«Deberías llamarme algún día.
-La Mesera»
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