Antes del amanecer



«Un solo sol, el justo y suficiente».
Yan Lianke – El sueño de la aldea Ding

Antes del amanecer
hervía mí sangre,
a mil rayos rompiendo
la débil película
color ámbar de mi cuerpo.

Supuse lo peor:
descansar sobre el pasto
con una marca asesina,
la huella efímera
el sol encargaría.

Mi eterna fragilidad
llevé corriente arriba,
la tos del mundo
rogaba por silencio
por los sucesos de noche.

Convertido en espejo
respondí sin hambre,
un sucedáneo quedó
aplacado en la ventana.
Habían pintado un sol.

Comercio de pieles


Podría notar su fuerza
cuando se desliza
entre la arena
y su piel quieta.

Mas para mi asombro
veo llevarse el paisaje,
ella y mi horizonte
en elipsis transparente.

Llega la tarde
cuando a la luz
su oscuridad es fría,
se mece o yo con ella.

En un instante de paz
no me deja subir,
la escucho rugir
con la belleza de la muerte.

Cartas de Ana a Julio


Te escribo desenredando el Sol,
mientras veo teñirse mis días,
las únicas verdaderas alegrías
son la correspondencia Cortaziana.

Te escribo con un hilo de mate
alrededor de tus palabras y alivio,
una especie de séptimo cielo,
del cual ni tú ni yo creemos.

Te escribo como quien perpetúa
una señal de auxilio encadenada
al corazón del escritor samaritano,
a ése que dibuja un mundo para mí.

Te escribo porque tienes la capacidad
de viajar desde París hasta Castelar,
imagino tus erres que nunca escuché,
pero alguien las vio por ahí, ¿viste?

Segundo salto


— ¡Anand ven hijo!
— Voy luego madre.
Desde mi nacimiento he sido su felicidad y sin duda he llevado bien puesto el nombre de padre. Único piloto de aviones en la familia, ya retirado.
Siempre solía contar sus historias de cuando estuvo al servicio de la aviación americana. Por haber sido condecorado en varias ocasiones, la jefatura no dudó al enviar en misión de paz a recorrer el mundo, en ocasiones recordaba un triste incidente.

— Anand, ¿cuándo volverás a casa? Daya está por tener a vuestro primogénito.
— La semana entrante debo reportarme en Agra y pedí permiso para ausentarme unos días.
— Nada debes demostrar a esos hijos imperialistas.

La abuela siempre fue más allá de sus intuiciones, creencias y devociones, su instinto era parte de la casta a la cual pertenecíamos. Oraba en la paz de su habitación, mientras el incienso decoraba su alma. En la profundidad de su mirada unía hasta conversaciones pasadas, sopesaba el orden de las frases e incluso palabras aisladas.

«Nunca querrás ser piloto o paracaidista».
Repetía su mantra con las palmas de las manos abiertas sobre la panza de mamá, después de saber en un sueño premonitorio el sexo de su primer nieto.

Llevábamos una semana de retraso en Angra. La paciencia de las aves viajaba hacia el centro de la ciudad. Los últimos egresados en la escuela daban su primer salto y al descender obtenían su preciada medalla. Vuelan tan alto, pensar allá arriba deben hacer acuerdos con los dioses, salvar sus almas cuando alejados de la tierra vuelven convertidos en semillas.

Estamos a la sombra disfrutando desde lejos, un oficial hace el gesto de una llamada para mí. Se lanza el primer joven, dicen será el próximo dios de los cielos, brilla cual arco iris en monzón. Camino hacia la cabina sin perder de visita al muchacho, triste acto, no abre su paracaídas, temo lo peor y rompe la barrera del sonido, es increíble, antes de tocar suelo desaparece o eso creo o eso parece.

Al teléfono me dan la noticia, has nacido y vienes tocado por los dioses, en el parto un imponente arcoíris se posó sobre tu cabeza, seguido de una explosión de nubes. Aún recuerdo ese aroma a cielo después de la lluvia.

Continuará…

Primer salto


Egresado con honores de la escuela de paracaidismo, le correspondía subirse a la avioneta encargada de la titulación. Repasaba en su mente todo lo aprendido, excepto la olvidada envidia de sus compañeros.

Era alto y amable con las compañeras, obediente con las señales y aunque siempre pensó en ser piloto de avión, un amigo del colegio lo llevó a observar el mundo de los paracaidistas.

«Estamos en la altitud exigida para el examen final, ahora es mi turno, mis compañeros ríen, han de ser los nervios. Al saltar la sensación es única y muy parecida al nacimiento. Desciendo del cielo y naceré en la tierra».

El paracaídas no abre y comienzo a ganar velocidad. La fuerza g me lleva directo a estrellarme en la mismísima base de entrenamiento.

Dolor primero, no entiendo nada, luego mucha luz, frío y sangre. Un golpe seco en mis nalgas, boca abajo y al abrir los ojos veo a mi madre.

Continuará…

Vengo


Fotografía del jardín de poetas nuevos

Vengo de ser flor
en un mar de estrellas,
en cada pétalo de pensamientos
quemé sistemas.

A tirones de espirales
expulsé aromas
de flores sin causa
muertas en el medio.

No había cauce
en el cosmos agitado
en reversa. La causa
única de girar; ensimisma.

Me vengué en cada amanecer
pues es de día y de noche
a toda hora. Los atardeceres
son un invento nuestro.

A tiempo


Fotografía por Andrey Grushnikov (CC0).

Siempre camina hacia adelante,
nadie nunca detiene,
a veces nos llena de posibilidades,
otras de recuerdos.

Un instante se vuelve eterno,
un momento memorable,
un segundo lo cambia todo,
un soplo en vida irrenunciable.

Te empuja apenas amanece
o se lanza como cazador,
tus minutos y horas mueren
hechos presas de sus dientes.

Una vez que entiendes la mecánica
te vuelves sabio y miras
relojes recién nacidos
desperdiciando segundos importantes.

Luego ríes, porque sin darte cuenta
te hace perder
el mismísimo señor tiempo,
lo único valioso.