Parece


Parece irónico cambiar de remitente
cuando las letras sin suerte
caminan solas, sin que nadie las cuente.
 
Parece ilógico que aún te recuerde
cuando las migajas de mi mente
se han ido poco a poco con la corriente.
 
Parece absurdo que se engañen
si alardeaban conocerme
pero es más fácil juzgar y entrometerse.
 
Parece cínico que despierte
la polémica ilusión de creerme inerte
que de premios y halagos construí mi puente.
 
Parece ambigua la razón
si las verdades son muchas
todo depende de cuanto se esmere la prisión.
 
Parece insipiente creerse anuente
y aceptar las ofensas con precio de muerte
desahogo abrupto, raíces de un corazón corrupto.
 
Parece, todo parece
pero nada es lo que esclarece
y todo lo que parece, no es más que una burla que ennoblece.

En el nombre de


En el nombre de lo honesto
me vendiste tus mentiras
sin piedad te burlaste
de mi burda ingenuidad
con desfachatez me besaste
al verme vulnerable
al saber más de mí
de lo que debí contarte.
 
En el nombre de la música
me enterraste tus canciones
cada nota despiadada
entonó mi desastre
mientras tú tranquilamente
seguís fumándote mi arte.
 
En el nombre de lo justo
me forzaste a ser persona
cuando lo único que cabía en mi mundo
era una petición de indulto
de lo humano y lo sagrado
condenaste mi cordura
perpetuaste el holocausto.
 
En el nombre de mi integridad
hoy me pregunto
¿qué de mí será?
Ahora que me marcho
ahora que renuncio a ser mortal
ahora que revuelco mis pecados
en las sábanas de extraños
miro al cielo y me cuestiono
si algún día yo pudiera
perdonarme
y dejar de sabotearme
si algún yo día pudiera
en mi nombre
forjar mi libertad.

Volver a comenzar: Un soneto de olvidos


Se adelantó el tiempo y un año ha transcurrido desde aquel momento. Sujetó los cordones de sus botas, preparado para enfrentarse al mundo, equipado tan solo con un suspiro gastado y un montón de pensamientos despeinados; era momento de volver a comenzar. No entendía muy bien aún las noches, mucho menos aquellas de brindis y abrazos de ocasión; esas donde algunos seres son queridos solo por obligación.

La euforia le parecía la burla cruel de un ciclo sin sentido, donde la repetición era un mandatorio indiscutible y el desconsuelo tomaba de nuevo su lugar, un lunes a las ocho. Pero antes, mucho antes de que todo eso le agobiase, quiso salir y respirar eso que tantos llamaban un comienzo nuevo, aun cuando la constancia sea imperante y las mentiras propias se disfracen de buenas intenciones. Lo que ayer adornaba el parque en alusión a la armonía, hoy es basura hueca e irrecuperable; incluso las personas se habían vuelto desechables.

Decidió entonces dar vuelta a las miradas, transitar el mundo con fe de erratas y saber que nada llegaría por el milagro de la cordura, que seguir ausente no era tan sano a veces, aunque algunas noches se vuelva necesario. Siguió caminando y siguió mirando. Siguió observando como el viento estaba indeciso de su curso por lo que no se sintió tan único. Lanzó monedas a los mendigos, ellos seguían siempre en el mismo sitio, incluso aquel que una vez fue su amigo, un guerrero de batallas perdidas que soñaba siempre con el saxofón y un blues enardecido; le miró como anunciándole que aún no todo estaba perdido. Irónico o no, fue el más sincero de sus alivios.

Le extrañaba mucho la vida, tal y como la veía. Le parecían tan absurdas las mentiras, pero aun así las vestía como ecos que halagaban el éxito en ojos de terceros, como una fábula de Esopo sin ética ni moraleja, solo con el único designio de ser otra farsa escueta. Sentóse entonces en la misma banca, con las mismas manos y las mismas piernas, con su frente baja y una historia a cuestas, dióse cuenta de que el tiempo pasa y los sentidos se quedan, que el olvido a veces es solo un arma que apuñala la propia espalda. Sacó de su bolsillo una hoja, manchada y arrugada por la lucha de las palabras allí plasmadas; una oda a la inexactitud, al exilio de lo representativo, al enojo de lo pasivo. Un soneto claro y confundido, el suicidio ordinario a lo común, el antídoto de sus castigos.

Un feliz año nuevo en mi piano sin usar
dar final a mis teorías
para decidir cuándo partiría
encontrar una excusa para volver a comenzar.
 
Redimir ideas locas como río que llega al mar
sin falacias ni fantasías
el don de hallar mi propia melodía
aprendiendo otra vez a caminar.
 
Encontrar permanencia en lo ocasional
el lugar donde no hay vacíos
y toca la orquesta de mi olvido.
 
Escuchar renunciar a lo moral
la paz de un silencio sin hastío
el adagio de un adiós concedido.

 

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Imagen «Cerrando el tiempo», autoría propia.
Este es un relato hermano de «Adagio: El adiós concedido» publicado el 31 de diciembre del 2014, en este mismo espacio de Salto al reverso. 

Aniversario


Un año hace ya que esto comenzó
y parados nos miramos
en el mismo lugar
no mucho cambió,
solo nos desnudamos
sudamos nuestras almas
con tal de no llorar.
 
Tú me haces muchas preguntas
solo algunas habré de contestar,
yo sé que tienes muchas dudas
que no puedes disimular.
Sabes bien con quien te metes
o al menos eso sueles afirmar,
no es mi culpa tu sufrir
o quizá sí
pero sabes que puedes marcharte
cuando te quieras ir.
 
No soy una apuesta de largo plazo
llévate lo que puedas de mí;
abusa de mi cuerpo
aunque sea solo a ratos,
no perdones nunca mis ganas de huir.
 
Hace un año ya que me hablaste
que me invitaste a besar tus pechos
y a compartir alientos
has visto tú mis miedos
te han parecido raros y secos
quizás solo sea que me hace falta
tener el par bien puesto. 
 
Pero todo lo has visto
y algo te gusta de mí;
las canas que aún no salen
y mis besos de imprevisto,
mis dedos perdidos
y mis labios en tu ombligo,
sé que te gusta de mí
lo que soy en tu cama y en tu olvido.
 
Hace un año ya
que fingimos ser solo amigos
pero nos queremos entre sábanas
sobre todo si es domingo
y aunque sé que a pesar de todo
todavía nos mentimos,
puedo ver tu rostro sumergido
en mis versos sin sentido
no entiendo si es cariño
o tan solo masoquismo
una muerte lenta
que me incendia con cinismo.
 
Hace un tiempo ya
que anhelo poder escribir
y poderme confesar
dictar mis pecados sin sentencia
porque no hay quienes lleven mis cuentas;
siempre quise un talento
sobre todo ese de ser feliz,
aunque me cueste la vida misma
y hasta de ti deba aprender a morir,
como un final inesperado
una sorpresa sin sabor
mientras observo con cuidado
como el bueno de la historia
se convierte en perdedor.

Inexplicable


Inexplicable
resulta que te quedes en mí
que te pierdas en mi cuerpo
y me dibujes estruendos
donde antes solo habitaba el duelo.

Te rozas en mis sueños
haces tuyos mis deseos
carne y sangre, la luna es fuego
en tus sombras me restriego.

Miro tu ropa, siempre en el suelo
parece que te estorba
cuando estamos cerca
que no sos vos
si mi piel no te toca,
disparas señuelos
a quemarropa.

Inexplicable
que abatas la marea
que a tu lado un huracán
sea tan poco, o me valga mierda
porque solo quiero inundar
tus siluetas
ahogar las penas
en tu entrepierna.

Y es que me encantas cuando susurras
y con orgullo confiesas tus prioridades
sin que yo sea una de ellas
ni me obligues a que vos seas
parte de mis cuentas
te basta con ser presente
en mis historias y leyendas.

Puede que te musite este escrito
en tus orejas
y te estremezca tanto como aquella vez
frente a la chimenea
donde fuimos caldo de noche
y polvo de estrellas
un coctel perfecto
de sexo con olor a tequila y canela.

Inexplicable
que con solo un par de copas
vos me embriagues
si me sirves de tu boca
en mis funerales
pues ya no sé si me quieres
o solo me perdonas
ya no sé si somos humanos
entre tantas personas.

Inexplicable
son nuestras teorías falsas
por no haber sido comprobadas
por la razón barata,
por eso te abrazo
aunque no me lo pidas
y te haga ver el cielo
postrado de rodillas
para contarte de cerca
cien maravillas
sin una sola palabra
donde inicia mi muerte
y comienza la vida.

Para vos. 

Temeridad de un mal sueño


En tan corto tiempo, ya extrañaba su presencia. Las horas se volvían verdugos de su maldita espera, le azotaban las ansias con un minutero que se negaba a andar. Sus pies se mecían en las altas banquetas que le impedían rozar el piso; el mismo piso tan pulcro, tan limpio que podía reflejar sin distorsión su rostro angustiado.

Se escuchó un grito, el dolor se anunció sin vergüenza por todo el pasillo, ensordeciendo la paz y los últimos alientos de calma que había ahorrado por tantos años. Lloró. La desesperación invadió sus manos y las congeló, las volvió inútiles como el pañuelo blanco que quiso frenar la caída de un ladrillo. Todo se nubló; la tristeza sedó su alma.

Se intercambiaron las banquetas por camas blancas, los relojes por alarmas. Su ropa ya no era la misma, estaba manchada con lágrimas, aún podía sentir la sal en su cara. Estaba solo, sin más nadie que violara el silencio insoportable que lo torturaba, quería salir huyendo por la misma puerta que lo condujo a ese lugar, aún cuando eso significara encontrarse con la dama blanca y su espeluznante obsesión. Despertó.

Se tocó el rostro buscando sollozos, pero solo encontró el vello punzante de su desaliñada barba, un cigarro que nunca se encendió, sus lentes sucios, su ser envuelto en aquella habitación fría e ingrata.

Autista


Una cabeza rodó por la colina
¿Será la mía? ¿Será la mía?
Cayó a los pies de las nuevas crianzas
¿el fin de mis días?

Siempre pensé en todo y en nada a la vez.
Siempre quise ser insigne sin pecar de absurdo
excluirme de la tempestad y su frenesí,
hacían temblar mi voz.
El silencio obsesionó mi casta de observador
me llenó de ruido los adentros y de dudas los cimientos,
la sed no pausó mi cauce, seguí corriendo
aun cuando ya no fuese necesario.

Escribí ciento tres cartas y no las envié. Me rehusé de inmediato.
Extenue quedó mi voluntad ante sus saberes,
miradas inequívocas, anacrónica sumisión.

Dos pasos más hacia la cima
¿Dará alegría? ¿Dará alegría?
Llegando a la parte más llena y más vacía
¿sobreviviría?

Cánticos y poetas, insonoras eran mis palabras,
en tierras donde se cuantifica lo vivido
yo no tenía siquiera para pagar mi fianza.
Fui un preso en las afueras del mundo
sin necesidad de abrir mis alas.
Juntos mantuve mis pies,
les enseñé que el suelo era una trampa
los aires albergaban en mis sueños la esperanza.

Clávese en mi sien la espina, fruto y lastre, paloma blanca,
comprendiendo los olvidos: creyente.
Madre hay una. Mis manos sanan.

Jugar dormido y soñar despierto
¿Habrá ironía? ¿Habrá ironía?
Ser quien quiero y quien detesto
¿me mataría? ¿Quién lo diría?