Neebligitaj


Y si me pierdo
y si te vas
y si te busco
tú ya no estás
no me hables de destrezas
que yo no soy
santo ni presa.

No me juzgues
antes de tiempo
ni te desvistas
de alma y cuerpo
no necesito
de confesiones
tus verdades
no son posesiones.

Y que te quedas
o te marchas
que se abre el fuego
de mis llamas
te sujeto
de los labios
tú me muerdes
yo te rapto
yo no bailo
en las iglesias
ni te dedico
a ti estas letras.

Solo me escapo
solo me tiento
solo te abrazo
sé que lo intento
tú me reclamas
y se te olvida
que fuimos dos
en otras vidas
quizás amantes
quizás esclavos
yo un dibujante
sin un centavo
tú la dama ardiente
de las alcurnias
mujer pudiente
dueña de lluvias.

Robar mis apetencias
fue tu pecado
las ocurrencias
de un mal pensado
que te pidió el sol
me diste sabia
el pudor
te di mi rabia.

Pero no pidas
lo que no sé darte
tampoco pongas
un estandarte
con mi nombre
y mis respuestas
yo no soy hombre
de historietas
ni aparezco
en escenarios
soy un mito
irrevocable
soy la sed
de un indeseable
no creas que
yo no te pienso
y que con versos
yo tengo sexo.

Perdóname
pues con el tiempo
te hartarás
de este momento
olvídate
de los refranes
que no hay inviernos
sin huracanes
no hay paz adentro
sin libertades
no hay sentimientos
sin tempestades.

En tercera persona


Candados sin llave, el fruto de un óleo.
Llorando llegaste, llorando te fuiste
pariendo pesares, soñando ideales.
Muriendo de frío en la cantina de antares
los senos al viento, la cruda por dentro
sangrando el amor que sentiste
y que con licor dormiste;
mientras yo te veía
de reojo te sentía,
por mis libros viejos y mis lentes rotos,
virginal te quedaste esperando sentir alivio,
pero habías hecho del dolor tu amigo.
Y yo aquí queriéndote a escondidas
susurrándote a ti paloma,
pues al igual que ella te soñé despierta
revolucionando mi mano
para escribirte entera
y amarte
sin que la vida se me acabe en vano.
En tercera persona te observo, te vivo.
No me hacen falta verbos
con solo tu oda a la muerte
me encauso solo y quedito.

Diáboro


Le dejó sentir sus manos,
justo cuando la herida estaba más abierta
y aún sangraba.
Le cedió espacios
él sabía muy bien porque ella lo hacía,
era parte de su plan macabro
hacerse errado
desentendido de lo que causaban
sus lluvias rotas
sobre ella, sobre su cabeza
llena de una semántica que él no amaba,
de ilusiones baratas prefabricadas.
Él solo le quería a escondidas
en palabras.
Él se merecía cada una de sus mañas,
el peso en su espalda no le estorbaba
pues sabía bien la función que jugaba.
Sabía muy bien como aquello acabaría
aún cuando su poesía marchitara.
Le clavó a sus anchas sus deseos
se hicieron ambos esclavos de cama
carcomiendo cada día a sus mentiras,
un fin que justificaba lo que se pesquisaba.
La ingenuidad de ella era lo que le excitaba más
sabía que podía jugar de villano
vestir sus pieles sin atrición ni piedad
a sabiendas voluntarias
que al ocaso del noveno día debería de pagar.
Sí, a todos les llega la cobranza
se devuelven las aguas a los causes de sus ahogos
así como regresa la sangre que salpicó en el ojo.
Se cobra lo que a la tradición fue panegírico
y se manchan de nuevo nuestras manos;
un llanto seco y sin alivio,
se entromete en medio de los presagios.

Donde convergemos


Sin habla
las palabras sobran
donde abundan las miradas.
Se escapa el último suspiro
en un ocaso que no acaba
porque se torna eterno cada instante,
estos momentos
que te sostengo
que me sostienes
que nos vamos
y te vienes,
que te deseo sin mayor recelo,
de mis labios
en tus piernas
del hastío ya extinguido
de estos minutos
este tercer jueves de enero
de esta vida que es una y nada más.
Ahora,
hoy,
el respiro
el viento en tu pelo
mi cabeza en tu pecho,
sombrío se vuelve el espectro
que nos corroe y atormenta
recordándonos que hay que despertar
cuando mejor sea.
Y nosotros reacios
nos inmutamos en uno solo
negándonos a escuchar.

Adagio: El adiós concedido


El caparazón se rompió al final de la tarde, eso creía. En realidad eran las cuatro de la mañana. Se levantó horas después en sobresalto y sacudió su cabeza, casi en un intento desesperado por deshacerse de las voces de sí mismo, en diferentes periodos, con distintas personas, en variados escenarios. Muchas eran las temáticas pendientes, con otros y consigo mismo, ese día decidió no perdonar a Dios.

Sin bañarse o siquiera arreglarse salió de su casa. El estrepitoso viento de aquella mañana de martes, se encargó de acomodar su cabello. En sus boscosas cejas llevaba las dudas y la incertidumbre, se les veía agotadas. Sus pestañas forcejeaban ante la cónica brisa que le recordaba el sueño, ese que había perdido horas antes de su abrupto desafío. Su corazón palpitaba tal cual metrónomo y semicorcheas, simulando en sus adentros una orquesta de adrenalina en tono de suspenso. Llegó al parque y como estatua se sentó.

Repasaba en su mente aquellos ejercicios que había leído, esos que le permitirían abrir su cerebro. Se sentía atontado y hasta un poco paranoico. Un borracho de barbas blancas le tocó su hombro. Sin activación alguna de su sentido de alerta, le miro fijamente a los ojos, comprendió el dolor que cargaba de años, los pesares que llevaría a su casa al final del día, pudo ver en sus pupilas rostros de asustados infantes. Sin palabra alguna, así como llegó se alejó, cojeando a la deriva de la muchedumbre y las palomas; las cuitas que llevaba en su abrigo, simulaban insignias de guerra y desalojo.

Su cansancio desapareció después de ese momento atenuante, le hizo caer en cuenta de si mismo y de las decenas de personas que frente a él transitaban por minuto. Casi pudo dibujar un pentagrama con su mente, cada figura aleatoria eran las notas que por tanto tiempo había buscado, los tempos y el acorde olvidado, todo se había escondido en el anonimato de aquella escena tan abstracta. Un loco en pijamas y descalzo en medio parque, vislumbrando blancas y negras en las cabezas de sus ocupantes.

Sin prestar atención de su turbulenta apariencia, tomó su pluma y su cuaderno y empezó a escribir. A borrar y a escribir de nuevo. A escuchar en sus adentros, la melodía que le haría libre. Recordaba con recelo los gritos y la humillación que había vivido, los éxitos que tanto esfuerzo se había echado a cuestas gracias a su propio aliento. Sabía que era hora ya de remover sus armaduras, a sabiendas que sus dagas penetrarían directo en su carne, que muchas de ellas podrían tener la intención de ser mortales. Si quería avanzar debía ser valiente y alzar la voz, el do sostenido, el simbolismo en su arte; debía aprender a decir no y desnudar sus decisiones. Entendió a duras penas quien era y debía defenderlo contra quienes le detuvieran, formuló en su cabeza la sinfonía exacta para deshacerse del miedo, de la ira, de la pena y de toda esa mierda. Todo lo que le rodeaba con consentimiento.

Despidiéndose de sus viejos conflictos, puso el punto final. Su mejor composición estaba allí, pariendo de sus puños apretados y sus dedos gastados, le miraba con un asombro misterioso, había aprendido de diplomacia hacia sus obras. Sigilosamente rió. –Lo he hecho– se quiso susurrar a sí mismo al oído. Miró su alrededor y se echó una bocanada de aire a la boca, respiro sin apuro por vez primera aquel día. Alegróse de su vida en ese instante, miró su pasado en retrospectiva, con la redundancia que se debía. No era tiempo ya para seguir arrastrando lo acaecido, los días muertos y a quienes con ellos se habían ido. Abrazo su presente, aquel soplo de tiempo, arrugando a su vez ese papel con su obra más exuberante; arrojándola al vacío del basurero más cercano, se alejó con calma y sonriendo hacia su casa nuevamente. Debía prepararse para recibir el año nuevo.

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Imagen «A la espera del tiempo», autoría propia.

Posición Fetal


El legado de los días
donde no valía nada la vida
los callejones que alguna vez vi sombríos
y ahora me daban su cálida bienvenida.
Quiero culpar a la cerveza
o al vino de cantina
quiero culpar a esa mujer y la ligereza
con la que se acercó a hacerme compañía.
Porque no hay quien limite el placer de quien es libre
así como el temor se hace arena ante los buitres
porque en esas playas escondidas
y en esas charlas prohibidas
yace el secreto de las lenguas encontradas,
del pecho a pecho y el sol en mis nalgas
sudando alguna sustancia desconocida
ultrajando a quienes subestimaban mis palabras.
Y ya cuando se aleje el dolor de cabeza
y la claridad vuelva a ser mi fuerte
admitiré mis errores cohibidos
y los chismes inadmitidos
volveré a mi posición fetal de vez en cuando
seguiré con mi camino, seguiré siendo su diablo.

El Retorno del Sísifo


Rodando de cabeza, mordiéndonos en el polvo
divulgamos con certeza, los supuestos de lo que no somos
sin un viento y su brisa, sin ánimos de envidia
miramos de reojo lo que no nos incumbe
alegamos incertidumbre, a pesar de repetirlo
encontrándonos de nuevo donde comenzamos
con esfuerzos que parecieron haber durado años,
miramos hacia el suelo a descubrir lo mínimo
pues un paso no es más que la tortura y su jurado.

Somos culpables de nuestros adeptos
no hay dios, no hay musas
todo se resume en nuestros pensamientos
los que maquinamos con malicia
y los que son resultado de nuestro improperio
todos han sido de las manos su primicia,
fuimos condenados a repetir eso a lo que más le tememos
en todas nuestras dimensiones, en todos los infiernos
porque así sea en la tierra o en el cielo
las cuentas se pagan y se pagan con hechos.

Las oportunidades se dieron, una palabra y reinó el silencio
los repudios de los condescendientes
nuestra oda se ondulaba contracorriente
pues inexpertos nos quedamos en la ciencia del perdón
sin saber donde comenzar, donde accionar la voz
aludiendo nuestros ciclos, atándonos a ellos
por más vueltas y pasos hacia atrás
cuando menos lo esperemos volvemos a empezar.