La semana se acaba, de golpe y quedo en nada
me obscurezco desde adentro aunque haya escampado;
hace mucho que no amanezco.
Innocuo yago cooperando a los hechizos,
entregándole mi alma a los mismos diablos
con los ojos en el cuerpo y la mirada en los secretos,
se me escapa la vida de las manos.
Sin querer serlo me convertí en las horas
una anhedónica angustia que no se siente,
donde la vida me parecía redundante
en las lagunas frías de mis errores
ambivalente en medio de sus caras
haciendo trueque con mis dones.
Autor: Ronneto
De persona a persona
Rojo.
Le hervía la sangre y se lo hizo saber.
Le arrojó sus cartas y le clavó sus miradas de puñal,
todo aquello que una vez sintió por él,
lo devolvía en la dirección opuesta,
con más vinos que siestas, se perdieron las apuestas.
Verde.
Silenciado por sorpresa
los celos le carcomían la lengua.
Por más que era graduado con honores
por regalar sonrisas falsas y flores,
se le esfumaron de sus manos las felicitaciones.
Negro.
En la noche más lenta y sensata, se acostó sobre sus pies.
Quiso sentir la tranquilidad del cielo
en carne propia, con los ojos cerrados y sin sueños.
Sabía que no obtendría respuestas
aún así confesó sus indicios de locura, a sus anchas, con ternura.
Azul.
Llenó la pileta y se lanzó boca arriba
para flotar o hundirse de una buena vez.
La decisión tomada ya no le pertenecía,
cada paso en falso se convirtió en herejía
supo encontrarse invertido y al revés.
Blanco.
¿Sabes tú de lo que hablo? Dime que sí.
De persona a persona te traduzco mis gestos
para que los grabes y no tenga que disimular más.
Y que sientas en el pecho mis promesas encubiertas
sin palabras tu comprendas que este es mi símbolo de paz.
Imagen «De Espaldas», por Esteban Mejías.
Edición por Rodrigo Corrales.
Psicodelia
I. De Humores Sorprendidos
Ese día se despertó tarde
y sin quererlo de sí mismo se rió.
Se acordó de los pesares insinuantes,
los cobardes que le persiguieron la noche anterior.
En el fondo retumbaban
las heridas y los males,
se sorprendía con migajas
su instinto depredador.
Con enojo se alió a sus temores
estrategia peligrosa para quien no controle sus humores,
explosivas se tornaban sus movidas,
tan acostumbrado estaba ya a sus relaciones suicidas.
En lo hondo alucinaban
las heridas y los males,
aniquilando sus pocas hazañas
con instinto depredador.
Eran apenas las ocho y diez,
a su alrededor aún no se descubría el sol.
Llevaba llenos de ampollas sus pies,
sus ideas rotas lo encaminaron por donde se omitía el honor.
II. La Raíz de sus Males
Aleluya, aleluya, Dios bendiga sus pecados, los ha críado y manipulado como un padre con sus hijos alegando amor. Santificados sean los reinos tanto en la tierra como en los cielos, en los mares y las tribunas donde se absuelven a los cleros. Dennos hoy el pan de cada día y que el vino sirva para perdonar ofensas o a quienes nos ofenden, para que se extingan del mundo las vírgenes y no se reproduzcan las ciegas directrices. Oh aleluya aleluya simulemos el tic tac del reloj, esperemos con hambre la codicia, la avaricia y la lujuria, el motor oculto que nos hace ser quien somos y nos separa de ese ancestro animal. En el nombre del padre, del cínico y del espíritu sabio, que se exponga nuestro carácter humano, la raíz de todo mal.
III. La Lítost
Se escondían las salidas
los murmullos y semblanzas,
no veía nada más que apatía,
sin refugios ni esperanza.
La miseria amiga
su única compañía,
le permitía con disimulo ser dos:
Lítost.
Aún con penumbra ausente
no podía ser valiente,
en su mar se ahogaba sin motivo ni razón.
Intentó adoptar historias
fantasías y discordias,
nada pudo liberar su obsesión:
Lítost.
Su oración, su antídoto,
su realidad, su depresión,
los colores que nublaban su visión:
Lítost.
Le sobraban tantas sonrisas
las máscaras más desconocidas ,
las lagunas de una mente sin control.
Los anhelos como balas perdidas,
disparaba a las almas amigas,
se clavaba a sí mismo su impaciente decisión.
En su fondo alababa
sus heridas y sus males,
se sorprendía y renegaba
su psicodélica imprecisión.
Piel
Una copa más para ser otro,
una copa más para dejar lo superfluo
y volverme adicto a los roces de tu piel
dejando tus brazos caer sobre mi cuerpo,
sujetándolo,
volviendo tuyo cada espacio,
recorriéndolo tal cual desierto
descalza, desnuda, con sed
lista para yacer sin remedio,
sintiendo mis latidos desde adentro
rezando para que las ganas no se apaguen,
inundando la cama con todos los santos
descubriendo nuestro instinto más animal.
Quizás hoy no sea amor
quizás se le parezca, o algún día lo sea,
pero al menos por esta noche
seamos arte, seamos dos.
Cuando las luces se apaguen
y la luna dibuje siluetas en tu espalda
las marcas de pasión sin disimulo
en las escaleras, donde antes te presentabas
y ahora suplicas a la noche su fervor,
arañando este encuentro, la evidencia está en mi pecho
cuando la razón nos abandonó.
Quizás hoy no sea amor
quizás todo está perdido entre vos y yo,
pero al menos nos queda este momento
un favor más que nos cedió el licor.
Mis apuestas en tu vientre
me ganas con trampas cada rincón
y aunque pierda hasta lo que no tenga,
me dejaré caer,
me dejaré ser esclavo de madrugadas
el espía de tus ansias
quien te pueda besar todos los deseos,
ser el gitano que habitó cada célula
cerca del sudor, enemigo del pudor.
Quizás hoy no sea más que otro pecado
tal vez algún día crezca en estas sábanas el amor,
pero al menos por esta noche
dejémonos ser el más abstracto de los artes,
seamos libres, seamos nosotros mismos,
la mejor versión de la perversión
seamos quien no debamos, seamos dos.
Libélula
Aquel Año
Aún se me sigue olvidando cómo nos conocimos,
como las coincidencias se encargaron de juntar los labios
y de robarnos la vida regalándonos caricias,
que rápido se pasan los días, que rápido dejó de existir aquel año.
Aún me dan risa las crónicas que se niegan a caducar,
aquellos incidentes de nuestros sueños truncados
por la incapacidad de perdonar, sí, de perdonarnos
poniendo en contra a la casualidad, condenándonos a ser un par de extraños.
Aún me tiembla la voz al pronunciar mal tu nombre,
los diminutivos que aborrecíamos y que su eco nos retumba
y si hablo en términos de ambos es por la certeza misma
que me da tu mirada desviada, contándome que para vos tampoco fue algo en vano.
Aún me dan ganas de sujetarte y reclamar las sensaciones,
el elixir que una vez cosechamos para ser eternos
y que secó dejándonos a nosotros también huecos
Hasta que la inocencia ocupó de nuevo su lugar de observador aquel año.
Aún sé que recuerdas lo mismo que recuerdo yo,
los cuerpos sin ropa y las mentes sin lógica
las huidas de martes, el vino barato y mi cena mal hecha
el libro que te regalé en el primer mes, cuando aún no sabíamos hacernos daño.
Aún se abren los pulmones para respirar tu aroma
Se reconoce bien la esencia, la piel tiene memoria
como también la tienen las heridas que dejé abiertas
y que no supe sanar cuando tuve tiempo, cuando fuimos plurales, aquel año.
Sinmortigo
Dediqué los últimos minutos de la noche a bañarme, todo lo que fuese posible para intentar borrar los moretones en mi cuerpo, que aunque solo yo los veía, dolían con locura, carcomiendo hasta el más mínimo de mis huesos. Las lágrimas se confundían con el agua que corría, tan siquiera valía la pena ya percibirlas, era demasiado tarde para hacerle caso a mis sinuosidades, vacías quedaron junto a los viejos muebles sin uso, las horas olvidadas y los restos de mis celos.
Una sala vacía y ventanas sin cortinas con los vidrios rotos. Paredes de adobe y silencios prestados, recurrentes volvían cuando no los requiero; los obscuros pasadizos se veían más claros en mis recuerdos, por lo tanto ahí escogeré que se guarden mis secretos.
Abro los ojos para restregar mi cuerpo, se ha teñido la bañera de un rojo intenso, veo como mis pies se adormecen; en medio del remojo de mis alientos, vuelvo a creer en el Dios de los que ya han muerto. Dejo caer mi cuerpo con el peso que cae el orgullo al suelo, cubierto estaba mi diario por la neblina de una ducha caliente, los espejos empañados donde antes solía escribir mis frases elocuentes, esta noche se enaltecen de mis sueños célebres, aquellos que abracé cuando fui demasiado ingenuo.
Divagaba mi mente aún por los corredores que faltaban. La mecedora vieja del abuelo, la bodeguita verde donde habían nacido los perros, una carretera pintada en el patio trasero, torcida como veía mi camino alterno, lleno de calles sin salidas y señales borrosas, más solo que los desiertos, más frío que los polos y más yermo que mis fugaces pensamientos. Los barrotes pintados que simulaban la firmeza de quienes recluía, se veían tan débiles ya, dejándolo todo indulto, dispuestos a liberar las prisiones, las cadenas, los sinsabores de una vida a merced de quien la dispone, súbdito electo de los nuevos testamentos.
El agua se había agotado, ya casi no quedaban gotas salientes, así como casi ya no quedaba vida en este cuerpo. El violonchelo de la vecina, los gatos en el techo, sonidos que acompañaban a entregar mi carta de renuncia, musicalización perfecta a mis misterios, pensaría en retomarlos cuando vaya a dar la bienvenida a quienes más quiero, cuando me corresponda ser el anfitrión de mi propio entierro y les pueda hablar sin tartamudeos. Esperé tanto por ese momento, que ahora que lo tengo me cosquillea los dedos y me pone a dudar. ¿Será esto lo que realmente quiero? Pero ya era muy tarde para los arrepentimientos, se había abandonado el último de los reflejos, ya no sería yo quien les dijese ‘lo siento’, sería más fácil que Gregorio dejará de ser insecto; mi burocracia era absoluta y testaruda, me había llegado el momento.
Bauticé mi reencuentro con un licor infrecuente por ahí de las tres, cuando no es lo moralmente correcto, rellené mis venas con alcohol para sanar más rápido por dentro, aprovechando combustiones para incendiar los aposentos; me recosté a esperar que el tiempo surtiera efecto. Cerrar los ojos nunca había sido el acto más genuino, para quedar despierto.
Imagen «Autorretrato», autoría propia.
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