
La tarde trae los nervios atados
en un ramo marchito.
Explotaron las edades
del jardín poblado de intrusos y fantasmas.
No hay mayor vulgaridad
que los lugares comunes.
La tarde trae los nervios atados
en un ramo marchito.
Explotaron las edades
del jardín poblado de intrusos y fantasmas.
No hay mayor vulgaridad
que los lugares comunes.
Volví
para cubrir con signos
los márgenes hirsutos.
Hoy,
un día como tantos,
sin embargo.
El verbo adjetiva la acción.
Una bandada de letras
siembra palabras.
Un mechón de dudas
oscurece tus ojos.
Esta tautología
define y nombra.
Sometido al yugo de las reglas
buey sin yunta,
vos mismo solo en tu laberinto
adusto de profecías
nigromante fallado y taciturno
escriba, a veces
zafio, todas las demás
obediente
hipócrita con modales
el regodeo de la revolución
pasa de largo.
Los dioses se han ido.
No hay quien aguante el peso del mundo
sobre hombros ausentes.
Me asomo al desfiladero.
Esa grieta ancha donde nadie escribe
se parece al infierno.
Al amparo de la anécdota
el sinfín del río
avanza al muelle
donde el movimiento,
por fin,
traduce la calma.
Tu boca en celo.
Tu piel de fuego.
Tu piel morena.
Morena, tu piel de fuego
despierta.
Tu piel,
ojos,
boca
salvajes
encienden.
Feroces
llaman
mi deseo.
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