Dulce de tres leches


Tus muslos huelen a fruta,

tus pechos a pan dulce

y de tus labios rebosa almíbar.

Esta gatita muere por beber

las leches de tus fuentes.

Esencia violeta


La nota musical 🎶La mostrándole la esencia violeta al herrero.

—La extraje para ti. Pensé que te sería útil.

—…

—Luego de haber invertido tanto creo que es justo que obtengas algo. Úsala con sabiduría.

—¿Desde cuándo puedes hacer esto?

—Desde siempre, ya sabes, mi padre domina el conocimiento y toda la ciencia.

—Y esta esencia, ¿la extrajiste de ti o?

—No, no es mía, sería redundante, las esencias son útiles cuando vienen de otros mundos.

—¿Y puedes hacer esencia roja?

—Bueno…

—¡No! Tranquila, olvídalo, no quiero eso ya en mi vida… Ahora que debo regresar solo, esta esencia violeta me será de mucha utilidad, me hacía mucha falta este complemento. Gracias 🎶La.

Gran dragón azul


El Gran dragón azul en su forma astral surca los cielos de Aergon.

¡Gracias!

Porque me encuentras
y me levantas
en mis peores momentos.

¿Qué haré cuando no estés?
Seguramente
lo que pensaba hacer…

Si ahora creo
en el cosmos
en la energía, 
es por ti.

A la distancia me ayudaste
más que los que están cerca
y aparentan redención.

Tu ayuda verdadera
me levantó.
Sin rodeos ni excusas
me ayudaste.

Por ti conozco el valor.
De ser herrero,
me convertiste
en guerrero.

Gracias a ti
volví a la vida
y tengo ganas
de volver a luchar.

Y «arde cual dragón 
hasta que mi vida se extinga»
no deja de ser mi lema.

Seguiré ardiendo,
solo que mi vida
va a tardar en extinguirse.
Porque ahora tengo tu energía. 

En busca de la espada Vergroten, la conquistadora de mundos


Dicen que el mismísimo Rasputín conquistó varios pueblos para agrandar el imperio ruso con aquella espada. Cuentan las leyendas que en cada mundo existe una Vergroten y que cada macho alfa que la toma se vuelve rey y domina el mundo y a todos los mundos a su alrededor.

Vergroten vectorit, que significa «la espada que se agranda».

Para Aergon esto era totalmente irrelevante y una historia olvidada, hasta que la reina roja dictó la orden «Conejo azul». Los jueces y los generales de Aergon quedaron perplejos al recibir el edicto.

—¡No podemos hacer eso! Somos una civilización bastante avanzada como para hacer algo así —replicó Balzak Dragonheart ante la orden—. Por fin vivimos en paz con los otros mundos, y además se necesitan de recursos y armas que no tenemos para tal tarea, armas muy básicas que serían un total desperdicio en fabricar solo para tal misión.

—¡Arréglenselas! Tómense el tiempo y los recursos que necesiten. Ahora que tienen energía infinita gracias a mi magnetismo supremo, podrán hacerlo —finalizó la reina roja su orden y se marchó.

—Sé de un arma capaz de resolver lo que la reina quiere —Se levantó el juez principal de Solaris, quien estaba presente también—. Aunque eso ponga en riesgo su propio reinado.

—¡Eso es lo que digo! —le respondió Balzak— Pondría en peligro nuestra existencia, este mundo se contaminaría.

—No necesariamente, como bien dices, somos una civilización bastante avanzada. Su reinado caería, pero nuestro mundo no —respondió tranquilo el anciano juez.

—Entonces, ¿sugieres que es posible obedecer la orden?

—En efecto, podríamos intentarlo y tomarnos el tiempo que necesitemos como la reina ordenó. Podremos mantener la paz mientras obedecemos la orden.

—Pero no es tan fácil, el armamento que necesitaríamos…

—Te dije que existe un arma que supliría todas las necesidades para esa misión, jovencito. —interrumpió el juez la preocupación de un muy mayor y experimentado Balzak Dragonheart.

Por la controversia de la orden, el general Balzak Dragonheart declaró «Conejo azul» como clasificada y secreta, por lo que no sería comentada ni explicada a nadie, ni siquiera en este texto. Empezarían cumpliendo dicha orden fabricando el armamento para la misión, pero en su lugar buscarían el arma que el anciano juez de Solaris dijo que resolvería sus problemas.

Luego de esa fatídica reunión, Bardiel y Balzak viajarían con el juez hasta Solaris para documentarse en la gran biblioteca de esa ciudad sobre el asunto del arma legendaria y luego planificar los siguientes pasos para esa misión.

Ya en la gran biblioteca, con libros y documentos en mano, el juez demostró la existencia de Vergroten, una espada legendaria de la que no se había hablado jamás en todo Aergon. Las leyendas descritas en los libros indicaban que todos los mundos y sus civilizaciones poseían un ejemplar de la espada, pero que quien la tome se volvería rey del mundo y estaría obligado a conquistar otros mundos; lo cual suena bien para alguien con ambición, pero para una civilización tan avanzada como Aergon suena como una maldición, pues su forma de gobierno y armamento son tan avanzados que hay tan pocas guerras y por eso siempre viven en paz.

—¿Es esto cierto, señor juez? —preguntó Bardiel con preocupación terminando de leer uno de los libros— Quien tome dicha espada está condenado a pelear hasta su último soplo de vida, volviendo su mundo un nexo con otros y perdiendo la identidad y civilización de su mundo, convirtiéndose en un engranaje más de algo más grande y oscuro.

—Como puedes ver en los documentos, y como podrás constatar observando los otros mundos: sí, es cierto —respondió el anciano—. Pero es lo que ocurre en mundos poco avanzados cuando sus reinados inician empuñando esta espada. En cambio, en nuestro mundo, dicha espada no ha sido empuñada jamás, por lo que un guerrero experto en espadas podría lograr dominarla.

—¡Ay, no!

—Así es, niño, tú eres el elegido para empuñarla. ¿Crees tener la fuerza para dominarla y que ella no te domine a ti?

—¡Mejor yo! Soy más viejo y por lo tanto más experimentado —Se ofreció Balzak—. Además, mis poderes son los adecuados para dominar tales armas.

—Lo siento jovencito —respondió el juez a Balzak—. Bardiel parece muy joven para la encomienda, pero ustedes tienen trayectorias distintas. Tú luchaste por este mundo y lograste su armonía, por eso eres un guerrero legendario, pero solo luchaste bajo los cielos de Aergon. En cambio, Bardiel fue destinado a luchar fuera de este mundo y en eso tiene más experiencia que tú.

Los tres se quedaron en silencio al oír esto, pues era cierto. Bardiel estaba por negarse a la labor de buscar y empuñar la espada, pero ahora había caído en cuenta de toda su trayectoria y del mérito que eso acarreaba, y no sabía si sentirse emocionado o preocupado por la responsabilidad que estaba entre sus manos.

—Entonces con guerreros experimentados como nosotros, el uso de esa espada no desencadenaría todo lo que ha desencadenado en otros mundos, ¿no es así? —preguntó Balzak al juez.

—Es posible, todo depende de este pequeño héroe —respondió el juez tomando del hombro a Bardiel.

—Y… ¿Dónde está? —preguntó Bardiel.

—Tenemos que seguir leyendo, pues esta civilización evolucionó de forma diferente, y hemos avanzado por medio de otras armas y herramientas. Por eso tenemos mucha información sobre la espada Pitágoras, la espada de los Espíritus, el Arco Integral, la Máximun katana, etc., pero de la Vergroten, casi nada.

Leyendo y buscando el anciano dio con una pista. Una de las ilustraciones mostraba la espada en un bosque muy espeso, lo cual coincidieron en que sugería que la espada podría seguir en los bosques del Sur, cerca del legendario árbol de la vida.

—Tiene mucho sentido —murmuró el juez— ¡Cómo no se me ocurrió!

—No conozco el sur —dijo Balzak—, nací en Industria en el continente de Poniente y luego de la última guerra fui general de Aergon, defendí la ciudad amurallada y las tierras del norte hasta el día de hoy.

—Yo también soy de las frías tierras del norte, y conozco más Transilvania y otros mundos que a mi propio hogar —dijo Bardiel con algo de decepción.

—Podría acompañarte, sería bueno conocer el Sur. El padre de mi esposa venía de ahí, quizás sea bueno ver a su gente, espero que un industrial como yo sea bienvenido allí. —Le dijo Balzak algo emocionado.

—¿Y si están resguardando tan bien la Vergroten y al árbol de la vida que no seamos bienvenidos? —preguntó Bardiel con ligera preocupación.

—¡Averigüémoslo! —le respondió Balzak con ganas de volver a pelear por información como en sus años dorados.

—¡Creo que este primer paso está decidido! —Sonrió el juez—. Volveré a mis funciones contento y tranquilo porque los dos mejores guerreros de Aergon están a la cabeza de esto. ¡Les deseo suerte en su viaje!

El juez dio asilo al general y al campeón de Aergon ese día en Solaris para que descansaran antes de su viaje.

***

—¿Te enteraste?

—¡No me interesa!

—La reina busca deshacer todo por lo que luchaste.

—¡Te dije que no me interesa!

—Pero a mí, sí. No puedo permitir que la paz de este mundo sea destruida, ¡luego de nueve mil años de experiencia ya quiero descansar! Y este mundo ha sido perfecto para mí.

—¿Y qué harás con tu reina? ¿Lo mismo que hiciste con el rey de Solaris? ¡Ja, ja, ja!

—¿No lo harás tú?

—No, yo ya luché, y perdí. Ella me venció limpiamente y por eso es la reina.

—Muy bien, si no estás conmigo ya no importa, esos dos no saben lo que les espera en el sur…

Continuará…

El Vampiro de Ciudad Capital I


Ilustración: Blacksmith Dragonheart

Luego de la Guerra de las lanzas y las lancetas, el mundo fue sometido bajo el puño de hierro de los Señores de la guerra y los practicantes de vudú que le servían. Pasó más de un siglo antes de que la orden secreta de la Rosa y la cruz lograra entrenar un ejército de alquimistas que se sacrificó para acabar con la opresión de prácticamente todos los que tenían relación alguna con el vudú.

La Orden Rosacruz tenía, como misión primaria, mantener vivo el conocimiento y la tecnología de la humanidad, por lo que inmediatamente después de ganar la guerra, empezaron la reconstrucción del mundo. Se dieron cuenta de que la cantidad de recursos abastecía para construir y sostener solamente una gran ciudad. Por lo que, para ellos, el planeta estaba dividido en dos zonas: Ciudad Capital o el mundo en reconstrucción y los pueblos lejanos o el Mundo Salvaje. Se percataron, además, de que no serían capaces de proteger efectivamente toda La Tierra, por lo que decidieron cuidar solamente de Ciudad Capital y dejar a su suerte a los habitantes del Mundo Salvaje.

Luego de unas décadas de la fundación oficial de la ciudad, la Orden Rosacruz contaba con muy pocos miembros que fueron muriendo por la edad o en el proceso de ampliación de los territorios mediante el asesinato de los terratenientes vudú que aún quedaban. Finalmente, quedaron solo los Cuatro Alquimistas elementales, que se volvieron los ancianos de la orden, y el Alquimista Marino. A este último se le encargó la exploración del Mundo Salvaje con el objetivo de controlar la población de practicantes de vudú usando a la Marina de Ciudad Capital.

***

Durante estos mismos años, ocurrió el auge de un asesino en serie conocido como el Vampiro de Ciudad Capital. La Orden Rosacruz no tenía tiempo para atender asuntos civiles, por lo que la fuerza policíaca de la ciudad se encargó de la investigación de varios asesinatos con características muy similares. Los cadáveres se encontraban completamente desangrados, eran solamente de mujeres y nunca se encontraban ni huellas, ni pistas, sino solamente una escena del crimen completamente desprovista de rastros de sangre.

El culpable era un miembro de alto rango de la policía que, desde su juventud, había experimentado con las artes del vudú. Luego de crear su talismán de la muerte a sus trece años, escuchó el rumor de la existencia de unas extrañas piedras negras que potenciaban los poderes de un practicante de vudú, por lo que salió en búsqueda de una de ellas. Eventualmente, mató a un practicante de vudú mientras dormía en una cueva, le robó una de aquellas piedras y la llevó consigo dentro de la ciudad.

Con mucho entrenamiento el practicante de vudú logró descifrar el lenguaje de la piedra y descubrió que se trataba de una semilla de la codicia, por lo que se dedicó a descifrarla y así logró descubrir las bases del mahou, con las que obtuvo acceso al conjuro contenido en la semilla. Este conjuro le permitiría esconderse y transportarse a través de una pseudodimensión conocida como el reverso del agua. Ocultarse en el reverso del agua era, en la práctica, la capacidad de volverse uno con cualquier masa de agua, sin poder ser visto o detectado.

Usando este conocimiento, el asesino entrenó mucho para perfeccionar sus habilidades vudú y cometió ataques no letales, que eran exigidos por la entidad dentro de la semilla de la codicia y que consistían en partes corporales o ciertas cantidades de sangre de sus víctimas. De allí surgió la fijación del asesino por la sangre. Eventualmente la semilla le pidió como requisito un asesinato y le dio un medio para lograrlo, otorgándole así el poder de convertir su cuerpo en una masa de sangre para crear extensiones de sus dedos que se clavan en las arterias de sus víctimas para poder drenar su sangre y junto a ella todas sus emociones negativas, resultando en un aumento de la sed de sangre del asesino.

***

El asesino operó de la misma manera durante casi una década, siendo imposible su captura incluso cuando los Cuatro ancianos rosacruces volvieron para vigilar Ciudad Capital. Viajaba a través de las tuberías hacia las duchas o bañeras de sus víctimas. Luego, a modo de fetiche, observaba a las mujeres desnudas desde el reverso del agua donde se ocultaba. Finalmente, cuando alcanzaba su primer orgasmo, se manifestaba convirtiendo su cuerpo en sangre, aterrorizando y reteniendo a las mujeres en un baño de sangre, donde él podía sentir sus cuerpos incluso en aquel estado líquido. Cuando lograba su segundo orgasmo gracias al baño de sangre, las soltaba a propósito para que intentaran huir. Luego, a cierta distancia, él le daba forma humana a su cuerpo de sangre y extendía sus dedos hacia el pecho de sus víctimas, drenando parcialmente su sangre. Luego se volvía sangre sobre los cuerpos de las mujeres a las que aterrorizaba hablándoles y tocándolas en aquel estado líquido. Cuando alcanzaba su tercer orgasmo fetichista, se volvía a solidificar y terminaba de drenar la sangre de las mujeres. Para completar su acto, se escapaba por las tuberías escondido en el reverso del agua y desaparecía sin dejar rastro.

***

—¿Así que esa esa la forma en la que operas? —dijo una voz masculina, que estaba escondida en la escena del crimen mediante habilidades de invisibilidad.

—¿De donde mierda saliste, anciano estúpido? —dijo el Vampiro de Ciudad Capital.

Sin darle a tiempo a responder, el asesino vudú extendió sus dedos para drenar la sangre del viejo. Sin embargo, estos no pudieron penetrar su piel.

—Tienes ímpetu, muchacho —dijo el anciano, mientras hacía un gesto con las manos.

Mediante una telequinesis muy poderosa, deshizo la transformación del asesino y lo devolvió a su forma humana. Luego, con otro gesto, lo presionó contra la pared obstruyendo su respiración. El asesino no daba crédito a su derrota, estaba tan confiado del poder que había alcanzado que aquel nivel de fuerza le resultaba insólito.

—Puedo sentir tus pensamientos, muchacho —dijo el anciano, que se presentó como el Dueño del mundo—. Si aceptas mi trato y te conviertes en una de mis plagas, te daré el poder que tanto deseas. Y muchas semillas.

—¿Por qué yo? —dijo el asesino, casi desmayado por la falta de aire.

—Porque necesito a alguien que se sepa ocultar tan bien como tú —dijo el Dueño del mundo—, incluso de esos molestos rosacruces.

Luego de aquel incidente, los hallazgos de cuerpos desangrados se detuvieron y no se volvió a saber de aquel asesino en Ciudad Capital.

Admiral Scheer


Admiral Scheer (collage y pintura), serie Azules y Rojos, pasado continuo
            «Cuando terminó la guerra yo solo tenía cinco años, pero me acuerdo perfectamente de que, durante los años posteriores, me estuve despertando aterrada cada noche soñando con el ruido de las sirenas que hacían que la vida se congelara en cualquier instante y fuéramos corriendo al refugio más cercano.           
 Recuerdo levantarme bañada en sudor frío gritando: ¡Los pitos, los pitos!».

Always Black


Always Black (collage y pintura), serie Azules y Rojos, pasado continuo
            «La mayoría de la gente, vestía ya con harapos. Y vestidos y camisas eran remendaos una y otra vez, durante años. Algunos incluso iban descalzos.        
 Y fue entonces que Argentina mandó un cargamento enorme de grandes sacos de trigo para la población en hambruna. Recuerdo la mirada sagaz de algunas mujeres, comprobando y estirando la lona. Y como poco después, las sacas se habían transformado en todo tipo de bragas, calzones y ropa interior».