Pacto con el diablo


Fotografía: Jesús Farrera

¿Pacto con el diablo? Sí, quizás sí, pero, ¿quién es ese diablo que posee mi alma ahora? ¿qué tan grande podré ser? ¿por qué yo, que he vivido en el fracaso encontré este atajo de las maravillas?

En retrospectiva, siempre fui el más vulgar de los vulgares, el más común de mis hermanos y el más insípido de mis amigos. Nunca tuve un logro presumible y ni mi cabello ni mis ropajes han sido presas de elogios. 

Estudié una carrera genérica, vivo en una casa prestada y no trabajo en cumplir los grandes sueños que todos los hombres tienen. Todos menos yo. Yo solo quiero que termine el día y, si no hay suerte, repetir otro día más.

Así que me pregunto; ¿Cómo podré ser ese hombre tan grande que el diablo me propone ser?

Entonces, aquí estoy, sentado en una vieja banca, con un pastelillo sabor a mierda, que me promete sueños que jamás he soñado y premios que nunca quise tener.

Por otro lado, si es el diablo que conozco, del que he escuchado tantas veces hablar en las misas, esto podría ser una trampa. Un veneno y un escape hacia una muerte inminente… Una salida.

Matar o vivir. Morir o crecer.

Está decidido. Si muero hoy, agradezcanle al diablo, quien me tuvo piedad a cambio de una miserable alma. Si crezco y soy el más grande de los grandes, ya me encargaré yo de vivir como un diablillo en sábado de gloria, hasta que llegue la muerte y se lleve consigo mi último aliento. Si eso pasa, ya veré si reclamar al diablo por dejarme vivir o agradecerle la nueva vida que me dió.

Always Black


Always Black (collage y pintura), serie Azules y Rojos, pasado continuo
            «La mayoría de la gente, vestía ya con harapos. Y vestidos y camisas eran remendaos una y otra vez, durante años. Algunos incluso iban descalzos.        
 Y fue entonces que Argentina mandó un cargamento enorme de grandes sacos de trigo para la población en hambruna. Recuerdo la mirada sagaz de algunas mujeres, comprobando y estirando la lona. Y como poco después, las sacas se habían transformado en todo tipo de bragas, calzones y ropa interior».

Refugio


Refugio (collage y pintura), serie Azules y Rojos, pasado continuo

“Los túneles del refugio recorrían Almería como un amasijo de serpientes subterráneas y yo de niño había aprendido cada uno de sus recovecos. Desde cualquiera de las entradas a sus túneles podía ir recorriendo a tientas el subsuelo y llegar a cualquier otro punto distante de la ciudad sin dudar en ningún cruce o desvío. “

Recovecos oscuros


«Recovecos oscuros» (collage y pintura), serie «Azules y Rojos, pasado continuo».
«Su marido se encontraba desaparecido desde el inicio de la guerra. Y de eso ya había pasado más de un año.
Un buen día empezamos a notarle el embarazo. Y mientras iba creciendo su tripa, se incrementaban a su vez los rumores malévolos, los insultos en voz queda y las miradas de reprobación y lascivia.           
Fue la comidilla del pueblo esos años en lo que no había nada que llevarse a la boca.
  Tiempo después, y solo al acabar la guerra, descubrimos que muchos de aquellos maridos, hijos, mujeres, vecinos o primos que dábamos por huidos o desaparecidos, realmente habían estado durante todo ese tiempo, escondidos en habitaciones dobles tapiadas con armarios o estanterías y en cobertizos o zulos en medio de la nada.          
Algunos salían en mitad de la noche para estar junto a los suyos; otros habían permanecido años encerrados en antros y agujeros a los que no llegaba luz alguna.           
El marido de la mujer embarazada había sobrevivido dentro de un pozo gracias a que su esposa le llevaba comida y cargaba al hijo de ambos rodeada de murmuraciones e insultos. Mientras ella callaba».

Ni santos ni inocentes


«Ni santos ni inocentes» (collage y pintura), serie «Azules y Rojos, pasado continuo».

Dos violentos muy excitados llegaron a la cárcel con bidones de gasolina para quemar vivos a los 38 hombres (curas salesianos, falangistas de la familia Ibarra, empresarios y hombres de derecha, según el criterio de los que decidían) que allí habían confinado, y no lo hicieron porque otros hombres de izquierda, que estaban preocupados en la puerta, lo impidieron.
Los encarcelados, aterrorizados, oían las pretensiones, voces y discusiones.             
En Arahal, no tuvieron esa suerte los encarcelados de derecha y ardieron vivos.

Correspondencia entre Lizbeth y Leandro


Lizbeth querida:


La mala suerte llegó a mí. Ni mis llamadas, ni mis mensajes llegan a ti. Las palomas mensajeras no quieren ir a tu casa y la autoridad me prohíbe acercarme adonde estás.

Por eso entrené esta ave, que te trae esta carta, para decirte que es verdad que fue mi culpa, que yo no debí hacerlo y que, por mi madre, no volveré a faltarte el respeto con nadie más.

Lizbeth, ya casi termina mayo. Ya van tres meses desde que te dieron de alta, ya creo que es tiempo suficiente para que se termine este drama, ¿no crees?

Lizbeth, te amo con toda mi fuerza. Te amo con todas las palabras y con todo el océano y las lluvias del mundo.

¿Recuerdas el mar? ¿Los atardeceres con vino tinto y los besos? Tuvimos buenos momentos, ¡los mejores! Así que no dejes que muera nuestro amor y llámame. O escríbeme o hazme llegar un saludo, porque si no sé de ti nuevamente, moriré.

Tuyo siempre y para siempre, Leandro.

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Leandro:


Nuestro amor está más muerto que esta ave. ¡Estúpido!, me enteré de tu horrible carta por medio del internet. ¿Acaso no sabías que el peso de tus palabras, por muy vacías y falsas que sean, es demasiado para un pájaro como este? Todo lo que tocas muere. Por eso me alejé de ti. Por eso y por todas tus tonterías, tus infidelidades y tus golpes.

Y sí, tus golpes, porque no te puedes hacer el olvidado de las tres veces que me golpeaste. De la última, apenas logré salir viva.

Así que, no es casualidad que ni las llamadas, ni los mensajes, ni las putas palomas lleguen a mí. Tienes una orden de restricción, ¿entiendes la seriedad de eso?

Deberías estar en la cárcel. Te odio.

Espero que Facebook y la morbosidad de la gente te hagan llegar está última respuesta que tengo para ti. Adiós.


Con desprecio y odio inmenso, Lizbeth.

Corral


Corral (collage y pintura), serie Azules y Rojos, pasado continuo

«Por muy humilde que fueran las familias, casi todas tenían en casa un corral o un gallinero en sus patios. Mi abuela tenía gallinas y una cabra de la que sacábamos la leche. Y algunos vecinos incluso criaban con esmero un pobre lechón al que alimentaban con cáscaras de fruta y ojos golositos».