La humanización del tiempo


Por: Melanie Flores Bernholz

«Si diérase la ocasión en que usted y yo coincidiéramos ser a ser y sintiéramosnos piel a piel, si ciertamente diérase tal ocasión, no sabría si bien honrar su presencia con lirios y manjares o bien afilar mi lanza para cometer ya sabe usted cuán cruel imprudencia. Pues, aun habiendo sobrellevado cada uno de mis días vividos acompañada de usted, he de confesar que no termino de simpatizar con su apariencia.

»Me es usted fiel, me es usted doblemente más fiel que mi propio nombre. Bien parece el amante perfecto. Pero igualmente fiel le es a tantas y tantos otros miles de miles, ¡he visto cuánto gusta de aviejar el cabello de cualquier dama o caballero que pase frente a la estancia suya! Lo descubrí coqueteándole a mi hermana mayor y a mi abuela Amanda, también al viejo Rachid que vive al otro lado del mar y a la flor rosa que planté en mi jardín junto a unas setas que quedaron algo decaídas tras darle la bienvenida a su nueva compañera. Definitivamente, se cree usted el donjuán más refinado de los donjuanes.

»Yendo a ignorar esos aires altaneros suyos, le propondré que se asome a mi terraza, para tomar una o dos copas de vino y ¿por qué no aprovechar la ocasión y almorzar algún que otro plato combinado, acompañado de un jamón ibérico o, si usted lo prefiere, de un queso francés? Le digo pues, engalánese debidamente para mí, ¡yo haré igual para usted! Ajústese la corbata, plánchese la camisa y arréglese el pelo. Échele cuanta imaginación pueda y dele forma a ese andar suyo, y perfúmese el cuello, para que todos y todas puedan seguirle el rastro y verlo aquí sentado conmigo, platicando sobre asuntos irrelevantes, asuntos referentes a las tareas de hogar o referentes a las dudas sobre qué chal ponernos en la próxima misa de domingo, sin olvidar los chismorreos que nos llegan de las señoras adineradas de la calle de San Lúcar.

»No obstante, tengo entendido que está usted falto de oída. Vayamos pues a darle dos orejas, orejas de esas que tienen los vivos y también los muertos a los lados de sus cabezas. ¡Además, nariz y dientes! ¡Y boca! Pero boca de un labio nada más, no vaya a ser que aprenda usted a silbar y me trate como a perra.

»Dicen que es de carácter relativo, que cada cual lo siente a usted de manera distinta. Permítame entonces averiguar, si el anciano que vive bajo aquel puente extraño de Londres lo siente áspero o quizá esponjoso o si esa amiga mía o aquella otra prima mía de Jalisco lo sienten frío, caliente o ardiente. Además, dudo mucho que alguien lo vea de color negruzco y otro alguien de color azulado. Que alguien lo saboree y piense estar disfrutando de un postre dulzón y, en cambio, otro alguien piense estar comiendo un guiso con ajo y cebolla. Que alguien lo oiga y crea escuchar la sinfonía tan conocida de Beethoven y otro no oiga sino silencio, o que este mismo lo huela y sospeche estar respirando el aire de un rosal, y que el otro alguien del guiso perciba un olor más bien aliáceo, que no sería de extrañar. Con lo cual, tampoco debe usted ser tan relativo como todos dicen.

»Sepa que yo lo siento a usted muy pesado, pues sin pedir permiso anduvo por la hechura mía, desproveyéndome de cuanta juventud poseía. Pero sepa también, que dejando de lado mi enfado y pasando por alto que arrasa consigo cuantas caras, viñas y selvas se encuentre en su camino, estoy decidida a derribar la mala fama suya. Quiero que cuantos humanos, flora y fauna posea el universo, consideren cuán poco sentido tendría su existencia sin usted, pues despuebla y repuebla los campos y bosques con conejos y pinos respectivamente, y a las mujeres y a los hombres nos une al no permitirnos sentirlo con ninguno de nuestros cinco sentidos».

El tiempo, le temps, o tempo, die zeit… Es evidente que, desde el punto de vista fisiológico, ningún ser es capaz de palpar, ver, saborear, oír u olerlo y es de extrañar que, aun así, su existencia nunca haya sido cuestionada. Parece impensable poner en duda el paso del tiempo. Esto se debe, en parte, a que el ser humano realmente es testigo de la fuerza arrolladora con la que el tiempo actúa sobre toda materia viva e inerte.

Con su paso, por ejemplo, deja el cuerpo del hombre manchado, arrugado y marcado por tantas otras incontables dolencias, para finalmente entregarlo a la irremediable muerte, una muerte más que necesaria para que el propio tiempo perdure en el tiempo, porque de no haber cambios en el estado de la materia, este dejaría de existir tal y como se le concibe a día de hoy. Parece tener el mismo instinto de supervivencia que la especie humana y cualquier otra especie de animal o de planta que luche por sobrevivir y mantener su puesto en el orden natural de las cosas.

Por alguna razón desconocida, el ser humano le teme a la muerte y, en consecuencia, evita todo tipo de envejecimiento. Resulta ser el hombre una rigurosa combinación de ingenuidad y egocentrismo, pretendiendo controlar el tiempo para apropiarse de una vida eterna. Desea domar lo indomable, mas olvida que el tiempo siempre seguirá su curso natural, independientemente de cuánto esfuerzo invierta en manipularlo según le convenga.

Francamente, cuando deje de verlo como enemigo y de querer avanzarlo, retrocederlo, encogerlo, ensancharlo, estrecharlo o rasgarlo, cuando acepte definitivamente que no hará evolucionar el tiempo en su forma y que no le alcanzarán jamás las palabras de la lengua humana para tratar de explicar un asunto tan poco tangible y que tampoco habrá fórmula matemática capaz de describir su más pura esencia, cuando acepte eso, entonces el ser humano será capaz de hacer las paces con el paso del tiempo y no temerle más a la muerte.

Es preciso no olvidar que, en cierto modo, quien hace y mantiene con vida al hombre es el tiempo, pues si no fuera por él, no existirían el recordar, el soñar ni el inventar de pasados, presentes y futuros…, cualidades meramente humanas y habilidades más que indispensables para sobrevivir a los estragos e infortunios que le son deparados al ser humano a lo largo de la vida por su propia naturaleza.

Recuérdese, entonces, que sin el tiempo no sería imaginable tener conversaciones tan imposibles como la presentada al principio, inventadas y escritas por puro gusto y divertimento. Aunque pensándolo bien, quizá algún día, tras mucha paciencia y perseverancia, la humanidad logre humanizar al tiempo y darle vida, dotarlo de cinco sentidos, y poder zanjar un trato con él de manera amistosa.

 

Manual de vida de un instante


La primera aspiración que el autor del poema Quiero ser presenta ante su amor e inspiración es: «ser […] algo más que un instante».

Este poema me removió el ser desde nuestro primer encuentro; sus efectos son incluso más poderosos con el pasar del tiempo. Hoy, casi quince años más tarde, resuena también más fuerte una de las preguntas que su lectura me dejó:

¿Qué es y cuánto dura un instante?

En medio de una normalidad con comida y bebidas instantáneas, fotografías más que instantáneas, en la que incluso las relaciones se pueden conseguir de formas «instantáneas», la idea más difundida de un instante está relacionada con inmediatez, rapidez y facilidad. Sin embargo, en mi interpretación del poema su concepto va un poco más allá…

Una de las versiones más «pequeñas» de un instante es, tal vez, semejante al espacio de tiempo que se genera entre la inhalación y la exhalación. Pero desde esa pequeñez, cada instante tiene un poder enorme, capaz de dictar los ciclos de los más de 30 billones de células que conforman un cuerpo humano promedio simultáneamente y, a través del cuerpo físico, regular incluso el flujo de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. De esa forma, se convierte en una de las mejores representaciones del poder de lo sutil.

Más allá de su duración, muchos instantes pasan desapercibidos al distraernos con el pasado o el futuro, mientras que otros llegan a cambiarnos la existencia. Entre estos últimos, hay formas evidentes como al ganar la lotería o al ser arrollado por un coche; las hay también más esquivas, como cuando un momento «ajá» sale a nuestro encuentro. Lo anterior es sólo una proyección de lo que ocurre en otros elementos de la naturaleza, con instantes decisivos como aquel en que un líquido alcanza su punto de ebullición y se convierte en vapor, o cuando se condensa y pierde su fluidez. Sin importar si esos nuevos estados son temporales o permanentes, la transición seguramente deja su huella, y el poder del instante vuelve a manifestarse, ahora más allá de la sutileza.

Al indagar entre los instantes favoritos de mis días pienso en puestas y salidas de sol, y observo que su magia se extiende tanto como me he permitido disfrutarlos: pueden ser tan cortos como la sonrisa que me despierta el reflejo rojizo de su presencia, o tan largos como las cadenas de memorias a las que los asocio.

En escenarios menos agradables, como situaciones cercanas a la muerte, muchas personas afirman ver su vida transcurrir en un instante con las denominadas experiencias de revisión de vida. Quienes las han vivido manifiestan que en ese «estado» se pierden los límites de tiempo y espacio de la forma en que los conocemos, percibiendo cada «evento» como un microsegundo o como mil años, como ambos y ninguno a la vez. Sin ir a tales extremos, hay quienes al entregarse a etapas de autodescubrimiento, de amor o incluso de dolor, hacen de estas experiencias sus fuentes de inspiración y logran derribar también el concepto de instante como expresión de tiempo o espacio, hablan de versiones infinitas y poderosas, aún al ser conscientes de que son al mismo tiempo solo un punto en su camino.

Al cambiar el lente tiempo/espacio, la humanidad misma parece haber durado tan solo un instante. Por ejemplo, Carl Sagan, en su calendario cósmico, escala el periodo de vida del Universo (13800 millones de años) a un calendario anual (365 días); de ese año, toda la historia de la humanidad estaría comprendida en los últimos 21 segundos del 31 de diciembre. En términos de superficie, si el calendario cósmico se escala al tamaño de un campo de fútbol, él estimó que toda la historia humana ocuparía un área equivalente al tamaño de su mano.

Entonces, me llevo la idea de que realmente no importa cuánto dure un instante, ni cuántos instantes componen mis días; lo que importa son los lentes con los que los vea y la perspectiva con la que los viva. Cuando lo instantáneo, la velocidad y la cantidad se nos vendan como las únicas formas de vivir, recordemos que lo que ganamos en distancia lo podemos perder en disfrute; cuando el contexto nos invite a superponer o separar la conciencia individual de la social, pensemos en cómo se sentiría realmente si no hubiese un todo, una familia o un motivo superior en nuestra existencia; y, cuando le estemos regalando demasiado poder a las comparaciones, recordemos que la necesidad de demostrar es un invento nuestro y que, como tal, lo podemos rediseñar… ¡No al revés!

Los invito a percibir la vida como un instante, no para correr más o tratar de hacer más, sino para aprovecharla y abrazarla desde su fugacidad y fragilidad, del mismo modo que valoramos una fotografía por representar un fragmento de tiempo que no volverá. Que su brevedad sea un canal para centrar nuestra atención en el aquí y el ahora, para vivir más allá de los miedos y reinventar nuestros lentes cuando no funcionen más. Los invito a ser un instante, viviendo el poder desde la sutileza y liberándonos de conceptos y medidas externas.

Tiempo de olvido


Por: Antonio Caro Escobar

Corre el #ReversoDelTiempo como un caballo desbocado,
corre sin mirar atrás,
sin pararse a pensar en las vidas que deja estancadas
por no poder seguir el ritmo que marca su reloj,
sin detenerse un segundo a coger aliento.
Y yo sigo corriendo al compás del cronómetro que marca el destino,
a pesar de comprender que el momento llegará,
y mi carrera se acabará de repente,
sin trotes, ni pasos,
del galope pasaré al eterno silencio del olvido.

Ayer hace un día


Ayer hace un día, en el #ReversoDelTiempo, cuando los minuteros se detuvieron y la lógica se desmayó, bebimos un café en una terraza francesa, mientras 64 girasoles nos cantaban canciones en donde vos eras mi princesa.

Impresoras de huevos


Calle de la soledad


 

Delete


Vete. Aléjate de mí, que no quiero volver a verte. Me haces daño, me hiciste daño y, si no te largas, me harás más daño.

Ríndete. Destruye los recuerdos que te atan a mí. Busca a la salada de tu exnovia, haz una vida con ella, pero no me vuelvas a llamar.

Escúchame bien: no eres nada, no soy nada y no volveremos a ser nada. Lamentablemente para mí, no hay botón de delete en esta vida, ni opción de hacer el #ReversoDelTiempo que me posicione en esa tarde de abril, en la que no tenía fuego y tú te acercaste a encender mi cigarrillo.