Conocí a Laura en Tapachula, hace veintidós años, en una tarde de abril. Nuestro encuentro sucedió antes de los teléfonos móviles y del Internet como derecho humano. En ese entonces conquistábamos en los pasillos de las escuelas, en los bares y en las plazas.
En Tapachula, una de esas plazas era la de Los bomberos. Ahí se reunían los patinadores, los que hacían graffiti, algunos deportistas y la mayoría de la juventud «Underground» de la ciudad.
Era el Tapachula de los noventas y, en ese tiempo, era un buen sitio para conocer chicas.
Sin embargo, a Laura no la conocí precisamente ahí. Laura y yo nos vimos por primera vez a ciento cincuenta metros de ese lugar, en la entrada principal del panteón municipal.
Esa tarde ella vestía pantalones de mezclilla, zapatillas de lona y blusa de tirantes. Nada del otro mundo. No era la más guapa de la ciudad ni mucho menos la más feliz. Pero Laura tenía algo que me encandiló ese día y que hasta ahora, cuando la recuerdo, no he sabido descifrar.
—¡Hola!, ¿qué hace una chica como tú en un sitio como este? —saludé y pregunté de manera coqueta.
—¿No es obvio?, traje flores a los muertos —me respondió.
—¿Y después qué haremos? —pregunté esperando negativas.
Realmente esperaba el no. Nunca había sido tan directo y no creí que lograría algo así. Sin embargo, ella me invitó a acompañarla a La Bien Paga para ver a los toros.
Si Laura no me hubiese gustado tanto esa tarde no hubiera aceptado. Lo que hace uno por una mujer. Y ahí estaba yo, junto a tres mil personas más, gritando: «¡Olé!», apostando al toro en lugar que al torero y decepcionándome por no ver al final un pañuelo naranja.
Tras hora y media de oírla gritar «¡Olé!» a todo pulmón, de emocionarse, de llorar de júbilo, y después de la caída de dos toros, terminó todo. Sangre y algarabía reinaba en toda la plaza. Laura no había llegado a los veinte años pero ya se sabía Taurina.
No mentiré que grité y me emocioné. Y también me indigné. Y quise alegar y patalear, pero antes de expresar mi repudio a toda esta fiesta, me besó.
Laura tenía tantos defectos como yo. Pero nos emocionaba Sabina y Serrat, Aute y Silvio, Radio Futura y Soda Stereo y, por supuesto, Fito Paez. Éramos imperfectos, sí, pero la pasábamos bien.
Nunca más he vuelto a besar a nadie entre tantos sentimientos y emociones juntas. Entre el terror, el asco, la fascinación y el regocijo. Con Laura nos besamos y nos conocimos por casi trescientos días más. Ningún beso como el primero. Hicimos de todo juntos. Nos enamoramos y conocimos dos o tres ciudades. A pesar de lo anterior, jamás la volví a acompañar a La Bien Paga.
Han pasado los años y todavía pienso, a veces, en mi chica taurina.
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