Transitar…


Estancias vitales que rememoran palmo a palmo nuestro presente,
nuestro pasado, pero que sigilosas e inciertas nos conducen al futuro.
Memorables e infalibles sensaciones de felicidad,
de nostalgia, de ternura, de paz.

En el momento exacto, dos suspiros reavivan la agilidad vital,
la sagacidad del quehacer cotidiano, de este solemne transitar.
De ese trajinar perecedero, amalgamado de tristezas y alegrías.

Transitar exquisito, de apaciguadas y afables emociones,
de delirios, de certezas, de amor, de locura, de pura vida.

La luna es un glovo que se me escapó


Elvira Martos

Dolor I


El dolor atraviesa paredes y corre feliz,

mata años igual que horas

y arrastra la dignidad de buenos y malos.

Pone en fila noches congeladas andando en cuclillas.

Cierra en la nevera la piel y los dedos

depositarios de tu amor.

Y sigue cavando esa sepultura

que en una edad tan profunda se hace.

 

Serie abandono: Puerta


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Taurina


Conocí a Laura en Tapachula, hace veintidós años, en una tarde de abril. Nuestro encuentro sucedió antes de los teléfonos móviles y del Internet como derecho humano. En ese entonces conquistábamos en los pasillos de las escuelas, en los bares y en las plazas.

En Tapachula, una de esas plazas era la de Los bomberos. Ahí se reunían los patinadores, los que hacían graffiti, algunos deportistas y la mayoría de la juventud «Underground» de la ciudad.

Era el Tapachula de los noventas y, en ese tiempo, era un buen sitio para conocer chicas.

Sin embargo, a Laura no la conocí precisamente ahí. Laura y yo nos vimos por primera vez a ciento cincuenta metros de ese lugar, en la entrada principal del panteón municipal.

Esa tarde ella vestía pantalones de mezclilla, zapatillas de lona y blusa de tirantes. Nada del otro mundo. No era la más guapa de la ciudad ni mucho menos la más feliz. Pero Laura tenía algo que me encandiló ese día y que hasta ahora, cuando la recuerdo, no he sabido descifrar.

—¡Hola!, ¿qué hace una chica como tú en un sitio como este? —saludé y pregunté de manera coqueta.

—¿No es obvio?, traje flores a los muertos —me respondió.

—¿Y después qué haremos? —pregunté esperando negativas.

Realmente esperaba el no. Nunca había sido tan directo y no creí que lograría algo así. Sin embargo, ella me invitó a acompañarla a La Bien Paga para ver a los toros.

Si Laura no me hubiese gustado tanto esa tarde no hubiera aceptado. Lo que hace uno por una mujer. Y ahí estaba yo, junto a tres mil personas más, gritando: «¡Olé!», apostando al toro en lugar que al torero y decepcionándome por no ver al final un pañuelo naranja.

Tras hora y media de oírla gritar «¡Olé!» a todo pulmón, de emocionarse, de llorar de júbilo, y después de la caída de dos toros, terminó todo. Sangre y algarabía reinaba en toda la plaza. Laura no había llegado a los veinte años pero ya se sabía Taurina.

No mentiré que grité y me emocioné. Y también me indigné. Y quise alegar y patalear, pero antes de expresar mi repudio a toda esta fiesta, me besó.

Laura tenía tantos defectos como yo. Pero nos emocionaba Sabina y Serrat, Aute y Silvio, Radio Futura y Soda Stereo y, por supuesto, Fito Paez. Éramos imperfectos, sí, pero la pasábamos bien.

Nunca más he vuelto a besar a nadie entre tantos sentimientos y emociones juntas. Entre el terror, el asco, la fascinación y el regocijo. Con Laura nos besamos y nos conocimos por casi trescientos días más. Ningún beso como el primero. Hicimos de todo juntos. Nos enamoramos y conocimos dos o tres ciudades. A pesar de lo anterior, jamás la volví a acompañar a La Bien Paga.

Han pasado los años y todavía pienso, a veces, en mi chica taurina.

Pez


Beber peces
con hambre
de mar y vida.

Tomar
sin las manos
en los sentidos.

Quién pretende
atrapar sus peces
con cuerpo de mujer.

Al final vive
el ahogo imprudente
porque dije peces
y no pez.

Ausencia


Dejaste el vino.
Te busqué en los restos
de todas las copas.