Esta fuga de mi mismo (10)


La odio porque tiene las piernas blancas y porque ya no quiere dejar que se las toque de nuevo. Tarde o temprano terminaría por odiarla y ella lo sabe. Ella no sabe sentir, es igual que la mujer que provocó esta fuga de mí, aunque cada una por su parte jura que ellas saben sentir con la vulva. Mentiras. La peloncita. Es tan bonita que sus amigas luchan por hacerla lesbiana.

Ella, la chica con la que hice el amor de pie, mientras ella estaba recargada sobre mi mesa de trabajo se volvió ausente y la vida así no era vida, al menos en un principio, ese principio que me llevo a conocer a Laura, la Laura de todas mis historias. Mariko, así la había llamado. Cuando la volvía a encontrar le pregunte si aún seguía con su puto coronel y me dijo que no era, no es y nunca será puto, además de que no era coronel. Yo pensé que era un hijo de puta por hacer que ella no estuviera interesada más en mí, pero esa era mi suerte o al menos yo quería creer eso. Buscaba todo el tiempo asilo en cuerpo desnudo porque solo así podría encontrar el camino a las letras y derramar todo eso que me parecía irme tragando, las letras eran las enemigas naturales de mis nostalgias, mi eterna juventud. Su puto coronel, aunque ella dice que no es ninguna de las dos cosas, era amante de los disparos y yo no quería confiar en el azar, deseaba estar seguro, saber por dónde andaba y que pensaba de los cuernos que yo le había puesto, pues él se había enterado de todo, la culpa es de ella que se mostraba como una mujer flexible, aunque yo también tenía parte de culpa en todo esto. Su puto coronel se había robado mi remedio infalible para curar mis nostalgias. La noche acá es la noche, nadie sale sino se quiere encontrar con un disparo, pero de noche es cuando te puedes encontrar con la pelvis perfecta, una pelvis sin nombre, sin rostro y sin la posibilidad de que ocurra de nueva. Yo estaba perdidamente enamorado de Mariko, lo habría dado todo, desde luego que no le habría dado dinero, porque es muy simple, no se puede dar lo que no se tiene. Yo quería ser cruel y perderla en un lugar improbable y que ella jamás pudiera encontrar el camino del orgasmo y desde luego a su puto coronel quería dejarle vacía la bolsa escrotal, pero todo eso fue antes de conocer a Laura, en ese momento mi vida fue otra.

Laura. Buena pierna. Si toma café experimenta el más pesado de los sueños. Almohadas amarillas. Mucha nalga. Su hernia de disco no la deja hacer lo que ama, desde luego que para el sexo se da sus mañas; su hernia se supone que ya es una ex hernia, pero lo cierto es que se tienen pocos casos de éxitos en ese tipo de cirugías, al menos con quien la ha tratado. Pocas chichis. Su cuerpo desnudo me hace derramar palabras. Antes de acabar con esta historia, todo mi percepción de la realidad se ve alterada, no es que Laura se hubiera ido de mi vida cotidiana, ahora más que nunca la tengo cerca, con Laura no tengo esquinas, es como la noche, larga, profunda, oscura e intensa. Con ella perdí el nombre y el nombre de todas, su cuerpo no me traiciona aunque a ella la ha traicionado una, dos o tres mil veces, que importa, con ella no tengo miedo. Estar en sus piernas es algo cabrón. No, no estoy cansado de mi vida, me cansa mi inseguridad y mi poca confianza para hacer las cosas que me gustan.

Los deseos no bastan, no es algo que puedas esconder y que nadie se dé cuenta. Yo deseaba tantas cosas, lo mismo que deseaba un cuerpo desnudo lo cual me podría convertir en un violador, deseaba escribir historias, lo cual no me convertía en un escritor y en ocasiones deseaba agarrar a golpes a quien estuviera delante de mí, lo cual seguramente me hacía un delincuente, un psicópata según los términos modernos de la descripción del comportamiento. Es más fácil ser delincuente o suicida que ser un escritor aunque a veces tengo mis dudas, es decir tal vez no existe esa línea delgada entre escribir y suicidarse, porque escribir es eso un suicidio diario una fuga de lo que somos, un desesperado intento por ser lo otro, lo que aún no somos, pero a lo que ya le hemos puesto nombre. El deseo es todo, te hace perder los estribos e incluso traiciona tu supuesta lealtad y desde luego que con el deseo se deja entrever la infidelidad como algo de lo más natural, con el deseo robas bancos, desvistes prostitutas, tienes hijos no deseados. No debe ser sencilla una vida con deseos, pero lo peor del caso es que no conozco a nadie que no tenga deseos.
Así empiezan mis historias. Me acerca a Laura porque la deseaba, no sé bien si deseaba sus besos o verle las piernas desnudas o verle sus fuertes muslos desnudos y verificar si es cierto que hacían esa convexidad que se dejan adivinar de bajo de su ropa, hablo solo de eso de las cosas que se pueden ver, casi nunca hablo del olor de su boca y el olor de su cuerpo y de los ruidos que hace mientras habla. La he besado, le he lamido las piernas y la convexidad de sus muslos. Ella es fuerte y su olor me masturba el cerebro mientras pienso en cómo ser infiel de nuevo. Pienso en todas sus historias, en sus deseos, en las mujeres de mi vida y ella, pienso en mi vecina y en sus vecinos, en sus amigos y los amigos que la han deseado y sus compañeros de trabajo y en las horas en las que no hace nada, pienso en las semanas que nos quedan para encontrarnos de nuevo y en el silencio, ese es el que más preocupa, el silencio, porque me hace sentir su ausencia y mis ganas por besarle la línea donde empiezan sus nalgas. Laura. Cómo le hace ella para esconder sus deseos. A veces todo lo que deseo es desaparecer, pero no soy mago y no tengo un truco debajo de la manga. Lo que yo deseo es habitar en ella, no con ella, ni en su casa, si en sus deseos y sus sueños, en sus instantes íntimos y en esos instantes cuando ella sonríe de ganas y se le erizan los vellos que cubren sus pubis. Ahora lo más cerca que puedo estar de ella, es en medio de todo esto que escribo, pero quisiera que fuera mi lengua la que recorriera su cuerpo y no mis letras. Suspiro. Siento su olor, mientras mi mujer lucha por no ser infiel, lo adivino en su mirada, que demonios, me merezco los cuernos y ella esta aferrada a no ponérmelos.