
Nos miran.
No son estrellas. Nos miran
desde nuestra oscuridad hasta sus ojos
esperan
como la araña a la polilla.
Polillas que se estrellan contra tu ventana insomne.
Ventanas iluminadas en ciudades muertas.
Luces con dientes de tiburón cantando
la canción del naufragio.
Rochas negras da Costa da Morte
aguardan
—en silencio voraz—
tu golpe seco de pájaro herido;
el clac
con el que se despide la flor marchita;
el olor almizclado a fruta
demasiado madura demasiado podrida.
Están ahí, en el garaje,
cuando sales del coche de madrugada.
Están
en esa llamada a deshora.
Habitan todas tus esquinas oscuras.
Ven, cierra los ojos —dicen—
y sueña
que no podrás despertar.
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